Magical Girl nace con vocación de
culto. Con todas las miserias y grandezas que la etiqueta conlleva. Adoradores
fervientes frente espectadores reacios a su discurso. La indiferencia no es una
opción ante esta pesadilla circular (como las ruinas borgianas) dantesca y
desasosegadora. Magical Girl es un “Noir” negrísimo, un cuento de hadas
pervertido con formato de thriller autóctono, una pieza de cámara sombría e
hipnótica donde la razón no tiene cabida y los instintos campan a sus anchas.
Vermut ha elegido el claror que contrasta con toda la oscuridad que subyace bajo
la piel.
Apartamentos de paredes luminosas, albor casi insultante, de una
blancura cotidiana. Debajo de esos gotelés, de esa inmaculada limpieza de la
mansión adonde acudirá Bárbara, hay todo un mundo de penumbra e insanía. La
aparente cotidianeidad de las conversaciones en cocinas, bares o salones con
amigos que traen su bebe, esconden las perversiones de Bárbara, la falta de
escrúpulos del padre afligido, la morbosa relación con Damián, el inframundo
del dolor de la mansión o el trato malsano que recibe de su marido. Estamos
ante un ejercicio de cine que elige la elipsis, los flecos arguméntales y los
vacíos de guión como bandera.
Esta es su arma, y también su talón de Aquiles,
para aquellos que reniegan de su visionado. En estos parámetros coincidió con
otra cinta que también dejaba abiertos senderos para después de los títulos de
crédito. “La Isla Mínima ”
y “Magical Girl”, trascienden la pantalla y continúan palpitantes en teorías y
deducciones cinéfilas sobre sus elipsis, tras su visionado. Nos encontramos
ante un universo de autor, que opta por la sobriedad narrativa, donde
implosionan pasiones enfermizas.
Una fábula soterrada, con diferentes capas,
como una caja de matrioskas pervertidas, no apta para todos los estómagos.
Magical Girl tiene la capacidad de producir desasosiego en lo cotidiano, como
una pintura nacida del pincel forense de Lucien Freud. Y sobre todo genera
incomodidad. En ningún momento es espectador se siente cómodo con lo que está
visionando. Ni los intervalos mas cotidianos están libres de esa perturbación
que se respira como un ser vivo. Las conversaciones entre padre e hija, la de
Damián con el padre, la escena en la cama de Bárbara y su marido. En todo
momento subyace esa sequedad en las dicciones; voluntaria marca de clase; esa
parquedad en lo gestual, ese laconismo en las secuencias más terribles. Frente
al histrionismo o la desmesura que a priori serían más adecuadas para un
argumento como éste, nos enfrentamos a la cotidianeidad alterada. A un mundo
donde nada es lo que parece. A ritmo de zen. De plano fijo y morosidad en el travelling.
Conversaciones sutiles, narrativa remisa a la mostración de pasiones desatadas,
sin excesos. Pero capaz de destruir la línea argumental con una bomba de
profundidad, como la escena donde Bárbara ríe con un bebé entre los brazos, en
la cotidiana visita de amigos. Una sola frase es capaz de asomarnos al abismo.
Nada es lo que parece en este rompecabezas kafkiano. El padre abatido ignora
que acaba de abrir la Caja
de Pandora al plantearse un chantaje que en otras circunstancias nunca habría
realizado.
Carlos Vermut procede del mundo
de la ilustración y el comic. Su cortometraje “Maquetas” recibió buena acogida
por parte de la crítica. Tras intentar colocar su guión de “Diamond Flash” en diversas
productoras decidió crear Psicosoda Films. Para costear la empresa utilizó el
dinero recibido por los derechos de la serie “Jelly Jam”. La película resultó
“trendic topic” el mismo día del estreno.
Magical Girl se resuelve en clave
de cine negro costumbrista, aunque su negrísimo epílogo donde se cierra el
círculo, subraya con certeza su vocación de “rara avis”, por lo gratuito (y lo
terrible) de la acción de Damián. El sonido directo, las conversaciones en
clave de murmullos, la aparente falta de empatía de los personajes, la
fotografía natural, todo esto contribuye a crear una atmósfera de irrealidad
dentro de lo cotidiano, dentro de su aparente simpleza. La apuesta estética
forma parte del juego. Un salón de casa como otro cualquiera, una cocina de las
de toda la vida, una mesa de colegio donde se gesta el origen del drama. No hay
efectismo estético ni siquiera en la mansión que suponemos oculta un catálogo
de patologías. Se juega con el espacio. Vermut crea atmósferas malsanas entre
cacerolas, sofás, gotelé o bares castizos. Hay ecos buñuelescos en esa
habitación de la salamandra que remiten a la caja que el oriental muestra a
“Belle de Jour” y que nunca sabemos que contiene. Vermut opta por la elipsis.
Nos introduce en universos lynchianos, pero deja a la poderosa imaginación del
espectador lo que sucede en entre esas siniestras (y elegantes) paredes.
La
estructura circular está dibujada desde las escenas iniciales donde la niña
baila soñando convertirse en Magical Girl Yukiko, y la dantesca escena final,
donde ya convertida (merced al disfraz) mira a los ojos a Damián antes del
abismo. Las otras secuencias paralelas (no en el tiempo) son aquellas en que se
inicia la relación enfermiza entre Damián y Bárbara. Una adolescente Bárbara se
burla del profesor Damián que le pide que le entregue la nota caricaturesca que
le ha escrito. La niña; en un truco de magia; la hace desaparecer, hecho que
condicionará para siempre sus vidas.
En esta escena ya se puede adivinar
algunas de las características de Damián: el escritorio de la mesa, filmado
desde arriba como fondo de las dos manos, esta ordenado con la precisión de un
obsesivo-compulsivo. El cromatismo irritante simula una falsa asepsia bajo la
que laten depravaciones destructivas, detrás de la barra del bar de toda la
vida, de la cocina cutre, palpitan pasiones ¿incontrolables? que desatan un
Apocalipsis en lo cotidiano. “Magical Girl” es esquinada y sibilina, con la
crueldad de los relatos de los hermanos Grimm. La maldad erosiona la supuesta
capa de convencionalismos y urbanidad de dos profesores, supuestos educadores
de la sociedad. Apretemos un poco las teclas y sirvamos la anarquía en bandeja.
Estamos ante una pieza de cámara dominada por el (supuesto) laconismo de los
personajes, y la (impostada) inexpresividad éstos. Pero todo forma parte del
juego. Lo monstruoso no tiene porque ser desmesurado. No son necesarias
histerias interpretativas, desmesuras alpacinianas,
ni cambios de peso a lo "De Niro". El mal habita en nosotros y lo
hace de forma cotidiana, casi garbancera. Véase la sutileza de Luís Bermejo (el
padre) capaz de pasar de la abnegación al chantaje descarnado, sin cambiar la
expresión corporal durante el metraje.
Nótese la interpretación que hace el
cuerpo lleno de cicatrices de Bárbara Lennie, que transmite más que su rostro
de angelical vecina para pedirle un poco
de sal. Nada de expresiones de “femme fatal” a lo Joan Bennet en “Perversidad”,
nada de ocultar el rostro tras unas gafas de sol mientras dejas ahogarse a un
chico paralítico en el lago, a lo Gene Tierney en “Que el Cielo la Juzgue ”. Este personaje de
Lennie no es una villana al uso, es algo mucho más execrable, aunque su rostro
no lo delate. Sacristán destila bonhomía, aunque su personaje sea uno de los
más oscuros, derrochando experiencia y sabiduría. Todo este puzzle se basa en
la falta de una pieza clave para su ulterior y apocalíptico epílogo. ¿Qué une
al profesor Damián y la alienada Bárbara? Aparte del inicio de una relación sadomaso en la escena del colegio, no
hay nada que los vincule, salvo la confesión de Damián a la sicóloga de la
prisión de que “tiene miedo de volver a ver a Bárbara”. Vayamos por partes
(como diría Jack the Ripper). La condena que acaba de cumplir Damián es de diez
años.
Para cumplir este tiempo en nuestro sistema penal, es necesario un
asesinato, en ningún momento se nos habla de tráfico de drogas, ni de otro
delito, por lo que suponemos que Damián arregló algún asunto para Bárbara. Si
no es la primera vez que mata el inofensivo profesor, lo siguiente es
plantearse si ha formado parte de alguna manera del oscuro mundo de violencia
sexual de Bárbara, o práctica alguna variante de adicción retorcida hacia la
protagonista. En esta relación está ausente el componente genital. Esto queda
claro cuando Damián dispara a una única víctima, sin decirle que se de la
vuelta. El padre de la niña le confiesa que Bárbara se acostó con él sin nada a
cambio. Esto derrumba el mundo de Damián, que rompe con sus últimos escrúpulos
morales.
Pierde su componente racional. Nada se nos cuenta de esto, por lo que
la conjetura forma parte del invento. Las dos protagonistas femeninas son dos
Magical Girl, una lo es en la inocencia y el dolor, refugiada en su mundo de
Anime donde es posible escapar al sufrimiento cotidiano. Bárbara lo hace desde
el lado oscuro. Nadie la obliga a obtener el dinero acudiendo a la misteriosa
mansión.
Es una decisión/excusa. Todo queda claro cuando muestra su cuerpo
lleno de cicatrices. “Me han hablado muy bien de ti” le dice el organizador de
aquella feria de anormalidades. Bárbara es el ángel caído por voluntad propia.
La atracción del abismo. Al final de la cinta la protagonista no tiene rostro,
vendada y oculta intenta seguir manipulando a Damián que en un juego de
presdigitación (y cinematográfico) le devuelve el truco de la desaparición con
el móvil usado para el chantaje. Pero una vez más aquí nos encontramos en el
jardín de senderos que se bifurcan (con permiso de Borges). El espectador puede
interpretar esta acción como un regalo de Damián a la destrozada Bárbara, para
decirle que todas las pruebas han desaparecido. Pero es más probable que un
profesor desgarrado por la revelación del chantajista, y agotado de años de
sumisión, adopte el papel dominante en la enfermiza relación. Tengo el
teléfono, ahora yo dicto las normas…
Todo el metraje es un descenso a
los infiernos. La luz del Anime en que vive permanentemente la niña, huyendo de
la oscuridad de la muerte, frente a la oscuridad buscada por los otros
personajes. La luz de la niña apagada prematuramente en la brutal (e
innecesaria) escena final. Damián bien podía haber elegido marcharse. Sabe que
la niña va a morir y el sacrificio es innecesario ¿o no? En una ciudad grande es difícil que una niña
desahuciada volviera a verle o reconocerle. ¿Para que entonces el sacrificio
ritual? ¿Para poder cerrar el círculo con la otra Magical Girl que aprisiona su
vida? ¿Para robar su magia y hacer desaparecer el teléfono?
Este tríptico del horror abre sus
tres puertas como “El Jardín de las Delicias” de El Bosco. En Mundo conocemos
al profesor, la enfermedad de su hija y su inestable situación económica, que
le imposibilita comprar el carísimo vestido de la serie Magical Girl.
En Demonio aparece Bárbara, como
una diosa del destino, la Némesis
que le conducirá a la perdición. Escila y Caribdis obligando a los navegantes a
elegir entre un horror u otro.
En Carne aparece Sacristán y su
obsesión-relación malsana con Bárbara que condiciona el destino de los demás
personajes. Una vez más el fatum, el
destino aciago.
Todo es insinuado, todo
simbólico, todo es elíptico, todo es hermético. Hermosa y terrible, la elipsis en que Bárbara recoge
la tarjeta que contiene la palabra de seguridad para detener las relaciones sado, y se encuentra en blanco, para
adentrarse en los infiernos. Desde esa “Niña de Fuego” interpretada por Manolo
Caracol, que aparentemente es la menos apropiada para el conjunto, todo el
minimalismo narrativo y conceptual, que a priori se antojaría el menos oportuno
para una temática que en otras manos hubiera devenido bizarra y desmesurada en
la puesta en escena. La frialdad se apodera de los personajes y el entorno, de
la fotografía, de la trama. La falta de empatía flota en una atmósfera malsana
y perturbadora camuflada de bar de amiguetes y canciones castizas. Oculta bajo
la epidermis de lo aparentemente cotidiano. En una vuelta de tuerca, en una
montaña rusa deleznable, los personajes que nos habían tocado la fibra, se
vuelven abominables y los que nos parecían corruptos, unas pobres víctimas de
esta narración en clave de esquizofrenia. Cuando el círculo se cierra en la cadena
de pesadillas, el espectador no sabe
exactamente que es lo que ha visionado, ni en que lado de la negatividad (el
único personaje no tóxico es la niña) se encuentra.
Magical Girl rompe el cine de
género. De hecho rompe todos los esquemas, para transmutarse como piedra
filosofal en inclasificable creación. Nada de comedia urbana con salidillo de
turno, nada de cine negro garbancero, nada de comedia descerebrada para adolescentes con sospechoso
acné, nada de terror cutresalchichero
para consumir palomitas. La niña de fuego abrasa. Y lo hace desde dentro. Para
el espectador la percepción de este entorno es de extrañeidad. Y debe ser así.
Incluso los diálogos aparentemente mas rutinarios sobre frikis televisivos, fútbol,
educación o lavadoras con función de secado, producen esa sensación de
extrañamiento e incomodidad. Es la percepción de que bajo la piel, los parásitos
andan abriendo camino. De que todo el entorno doméstico es una fachada, para la
espoleta de la bomba que ya esta en marcha, Tic-tac. Tic-tac. La fatalidad.
El aspecto interpretativo regala
situaciones aparentemente lacónicas, secas. Minimalistas como la puesta en
escena. Como letanías fatídicas. Quedan las miradas. Todos los actores están
enormes (esos ojos de Lucía Pollán), esa falsa vulnerabilidad de Lennie, esa
escuela de siglos de Sacristán. Raramente vemos encuadres que acojan más de dos
personajes. En cierto modo la soledad es la protagonista de estas vidas. Desde
el instante en que Sacristán se viste de luces para su ritual torero de muerte,
es como si se encontrara solo en el bar. Con esa sensación de ajeneidad de una melancólica
pintura de Edgard Hopper.
Las Referencias
El Comic.
Primer oficio del director de indudable
presencia en los encuadres lánguidos y sostenidos. En la parquedad de las
imágenes, nunca corales. En la novela gráfica hay escaso espacio para muchos
personajes en viñeta. Esa elipsis entre secuencias, se denomina gutter en el mundo del noveno arte.
El realismo mágico.
Por dos ocasiones (una vez más
las ruinas circulares de Borges) se introduce en lo cotidiano, un elemento
inexplicable. Bárbara en el colegio hace desaparecer la nota que da comienzo al
infierno de Damián. Junto a la cama del hospital, una mujer sin rostro de
claras referencias cinéfilas (El Hombre Invisible, Les Jeux sans Visage). El
círculo se cierra cuando Damián le devuelve el truco ¿poderes mágicos
transmitidos por la pequeña Magical Girl? y recupera su situación de poder.
El cine.
Aquí hay de todo desde los Coen hasta Franju,
pasando por Buñuel, Kubrick, Melville, Tarantino, el pulp, el costumbrismo
castizo o Lynch. El cinéfago se entretendrá descubriendo referencias.
El Anime y el Manga.
Los ojos de Lucía Pollán son
anime estado puro. Las guerreras mágicas como Sailor Moon o Sakura hicieron las
delicias de una generación de niños de los 80/90. ¿Evasión para la niña enferma
que ansía un poder? ¿Que poder mágico pedirías? Vivir más tiempo. Ante la
imposibilidad de cumplir el primer deseo, el padre decide comprar el traje de
Magical Girl sin saber que ha iniciado el Apocalipsis. Bárbara toma una bebida
que se llama Sailor Moon.
El Lagarto Negro.
Pink Martini hizo una versión de
esta canción para su álbum “Sympathique”. Cierran los créditos finales.
Homenaje a la novela de Rampo Edogawa “El Lagarto Negro”. Fue un escritor de
novelas de misterio. Padre de la literatura de misterio nipona, que ha influenciado
a directores de cine y dibujantes de manga. El buscador que utiliza el padre se
llama como homenaje Rampo. Este nombre es Edgar Allan Poe, pronunciado a la
japonesa. El nombre real era Hiari Tarou, autor de cuentos enigmáticos y
perversos. El niño protagonista del Anime “Detective Conan” tomó su nombre
“Conan Edogawa” del escritor japonés y de Conan Doyle (no de Conan el Bárbaro).
La editorial Jaguar lo publicó con el titulo “La Lagartija Negra ”
(1934). También fue llevada al cine por Kinki Fujasaku (director de la Bélica “Tora, Tora y de la génesis
de “Los Juegos del Hambre” titulada “Battle Royal”. En el argumento encontramos
una ladrona de joyas mortal y hermosa (como Bárbara) aunque ésta roba vidas.
Por cierto el personaje de “El Infierno de los Espejos” siente verdadera
obsesión por los mismos. Recordemos la importancia de los espejos en el film.
En “El Precipicio", el escritor presenta un curioso juego sadomasoquista…
El Rompecabezas.
Símbolo y alegoría de toda la película. A
Damián le falta una pieza para terminar el rompecabezas. El espectador debe
completar el puzzle narrativo. La caja del oriental de “Belle de Jour”, el maletín
de Tarantino en “Pulp Ficcion”, el puzzle de Damián. Todos ellos excusas para
que el espectador complete el
rompecabezas.
El Kegadol.
Todo un mundo de vendas, parches
en la más pura línea de las rarezas y perversiones niponas que no dejan de
asombrar.
La situación social.
Las charlas versan sobre la
enseñanza, la situación del país, el paro. El libro donde se esconde el
chantaje es una simbólica Constitución. Obsérvese el detalle analfabeto de
comprar "La Colmena " al peso.
Espejos y puertas juegan un papel
simbólico y diegético en las vidas de los personajes.
Musica
No hay exactamente una banda
sonora.
Leiv Motif es la Niña de Fuego de Manolo
Caracol, el fuego que consume a los personajes. director la escuchó en una versión titulada Ninja
de fuego interpretada por el
grupo Pony Bravo.
Haru Wa SA-RA
SA-RA, de Yoko Nagayama
Song of the black Lizard, de Pink Martini
Acérrimos seguidores o
detractores vocacionales. La indiferencia no es una opción con esta película.
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