La propuesta de El Reino Animal (Le Règne Animal. Thomas Cailley. 2023) parte de la interesante premisa de admitir la convivencia con los seres fantásticos como una condición verosímil dentro del argumento. Lo sobrenatural irrumpe en la normalidad mediante la aceptación de todos los humanos de que existe la posibilidad de que cualquiera de ellos puede convertirse en una criatura. El argumento siempre deja abierta la posibilidad del origen de los mutantes, jugando con la crítica social y el control sobre la autonomía de los cuerpos.
El gobierno mantiene bajo control a cualquier humano que presente signos de mutación para medicarles en una institución. Una vez más nos encontramos con los “diferentes”. Con los que son aislados por su naturaleza disímil.
Estamos ante una película de claro matiz “a la francesa”. Cine de género con fuertes preocupaciones sociales y matiz ecológico, muy europeo. Calley no filma a la antigua, evitando la truculencia y que, recuerda en su propuesta, aquella isla del Doctor Moreau. Bajo la propuesta visual subyacen vivencias humanas y problemas cotidianos. La transformación del adolescente Émile puede interpretarse como una búsqueda de identidad en medio de los hermosos paisajes de Landas de Gascuña, casi navegando en el subgénero de coming of age. La marginalización y el aislamiento en medio de la creciente militarización del entorno. Lo apocalíptico no solapa la historia del amanecer adolescente.
François (Romain Duris) es un padre de familia que trata de ingresar a su mujer en un centro especializado mientras se produce la metamorfosis, mientras se adapta al mundo adolescente de Émile. La capacidad del director para misturar lo dramático-cotidiano de la vida común con la alteridad de las criaturas (excelentes caracterizaciones) es uno de los aciertos de una propuesta que hace dudar acerca de quiénes son los verdaderos monstruos.
Émile (Paul Kircher) se ve obligado a mentir en su nuevo colegio. Dice que su madre, buscada por las autoridades, está muerta para no revelar que es una criatura. Con una única amiga, llamada Nina (Billie Blain), el adolescente comienza a sentir los primeros síntomas de la mutación. Su relación con un hombre-pájaro Fix (Tom Mercer) le va abriendo nuevos horizontes hacia un mundo que en principio le aterraba. La aceptación y la identidad están llamando a la puerta. El mito del hombre lobo como metáfora del cambio adolescente, de la ansiedad generada por los cambios. Émile habita en un relato de iniciación de mirada europea, donde las facultades adquiridas que; en propuestas yanquis; potenciarían los poderes y las cabriolas, se concentra en la angustia y la desazón de los mutantes. La contención de la dirección evita los múltiples senderos en los que podría haber caminado. No busca el abismo, evita otras vías más sugerentes o la búsqueda del aplauso congraciado del espectador. La atipicidad es la marca de la casa de este insólito cuento de hadas que no busca la alegoría ni el manifiesto político.
El enfrentamiento entre lugareños y “bestioles” es una metáfora social sobre los diferentes y la actuación de los gobiernos que nos remite al fenómeno COVID o SIDA y la toma de medidas sobre la sociedad ante las crisis de salud ¿Son los mutados una nueva identidad con el mismo valor que los hombres no mutados? Ya sabemos que las preguntas más importantes o urgentes no suelen tener respuesta inmediata o certera. Esa sería la premisa filosófica del film que consigue navegar con fluidez entre los problemas cotidianos de los protagonistas y los elementos fantásticos. La historia está abordada de forma directa, sin pretensiones, consiguiendo sumergirte en ella sin ceremonias.
El director consigue aunar en esta metáfora visual el horror y la repulsión que provocan los mutantes con la comprensión y el acercamiento, como el que consiguen con el hombre-pájaro. Los híbridos son rechazados por los otros y tratados en centros de recuperación. Émile lidia con su emergente alteridad y su descubrimiento el amor con escasez de diálogos, frustrado por no tener nadie a quien expresar sus pensamientos y descubrimientos emocionales, ya que su padre está buscando a su esposa.
Al mismo tiempo la parábola remite a los problemas ambientales. François culpabiliza a las sustancias químicas artificiales del nacimiento de las mutaciones. Una teoría tan válida como cualquier otra, ya que la verdadera razón aún se desconoce.
La excelente fotografía de David Cailley introduce la cámara en bosques exuberantes, de un verde brumoso, con apariencia de fabula ¿Podrán convivir algún día los hombres y los mutados? ¿Es esto un contraataque de la naturaleza? No esperemos una respuesta en este film al que habría que reprocharle el desleimiento en las subtramas que solicitan demasiados malabarismos.
Y sobre todo desaprovechar a una actriz como Adèle Exarchopoulos, en un papel que no termina de desarrollarse .
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