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Fotografía: Francisco Collado |
La tragedia de la Orden del Temple es una de las más visitadas por los aficionados a la Historia. La felonía perpetrada por el rey de Francia, Felipe el Hermoso; guiado por el pérfido consejero Nogaret; y la rendición del Papa que se plegó a las exigencias de un monarca astuto y expoliador, sin ningún tipo de escrúpulos. La peripecia vital de los templarios en Jerez navega entre lo histórico y la leyenda.
Miguel Murillo desarrolla la urdimbre escénica con notable acierto, escapando del didactismo; que hubiera alejado al espectador bisoño; e integrando en la trama dramática los hechos históricos, nombres y datos dotándolos de pálpito, fluidez narrativa y halito vital. Por el impresionante escenario se suceden las mundanas ambiciones, las teológicas quimeras o los altos conceptos de honor y sacrificio inherentes a la época.
Las coreografías y los cambios de escena son claros, de gran naturalidad y agilidad, con enorme belleza en algunos cuadros como los del jubiloso mercado, las composiciones de los caballeros templarios arrodillados rezando o el desfile espectral con antorchas. El espacio escénico es aprovechado en toda su histórica belleza, Apoyada en una notable luminotecnia de saturada querencia naif, que habita tanto en el elaborado vestuario como en lienzos de murallas y orografía, resaltando el entorno y construyendo verdaderos tableaux vivants. El excelente vestuario navega entre las albas capas templarias, con su cruz paté, las sayas del pueblo y las ornamentadas vestimentas de la realeza y la alta Iglesia.
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Fotografía: Francisco Collado |
El texto es certero, adecuado al uso de la época y, las aclaraciones históricas, insertadas con precisión sin dañar el pathos o la verosimilitud del personaje (peligro subyacente en todas las ofertas de génesis histórica) que Murillo sortea con la precisión de orfebre adquirida años de experiencia. La escritura está apoyada en el rigor histórico que le presta Feliciano Correa Gamero, primer cronista oficial de la villa y doctor en Historia.
El director, Pablo Pérez de Lazárraga dota al conjunto de un disfraz de gran espectáculo, pero sin dañar la textura íntima de los personajes, ni el hecho dramático. De eso también se encargan un conjunto de solventes actores cuyo dominio escénico sobre el envidiable entorno del Parque de Popagallina, eleva en muchos quilates el nivel de la obra. Muchos de ellos podrían militar en compañías profesionales. Destacar los roles de la reina María de Molina (Silvia Carrasco); mujer fuerte de la época; convincente y asentada en su desarrollo o la profetisa ciega Sibila (María Ángeles Sánchez), de amplia proyección vocal. Acertados en sus personajes están el arzobispo; casi extraído de un códice medieval; el Maestre del Temple Jerezano, acertado en su juventud y arrojo o el templario felón (Francisco Albel Vellarino) que traiciona a los suyos. Sería injusto no mencionar a los más de cien voluntariosos actores, especialmente los niños, que dotan de vida a los diversos cuadros, acertados y esforzados en sus breves instantes, dese las lavanderas a los mercaderes, cuyos nombres no puedo citar dada la escasa información y la ausencia de Dossier sobre el espectáculo. Todos pertenecientes a la Asociación “Jerez a escena”.
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Fotografía: Francisco Collado |
El honor y el juramento de los templarios de Jerez les impiden renunciar a la Orden y deciden defender el sitio hasta la muerte. Acorralados en la Torre del Homenaje (Torre Sangrienta), donde fueron degollados, aunque la leyenda asegura que se arrojaron desde las almenas con sus caballos.
La música y los efectos sonoros encajan acertadamente en el desarrollo. Coros infantiles con una original obra polifónica sobre El nombre de Jerez, melodías espectrales o heroicas, como ese epílogo de gran intensidad en la escritura musical, instantes épicos y reminiscencias de modos medievales. La coreografía ofrece momentos de intensidad (y dificultad) con amplio movimiento de caballería, monjes que desfilan con antorchas; al modo Santa Compaña; difíciles y hermosos momentos corales y batallas de gran veracidad.
En el nombre de Jerez es un espectáculo coral, de intensa profundidad dramática que conjuga la espectacularidad con el intimismo de la reflexión humana. Una representación que podría figurar en cualquier escenario con solvencia.
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Fotografía: Francisco Collado |
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