El último poemario del vate
puebleño ronda los territorios de la nostalgia, como casi todo el corpus su
obra. No en vano su cita de Rilke y esa “patria del hombre que es la infancia”,
siempre retornada (siempre añorada), es un certero dardo en mismo vórtice del
ser humano. Los poemas de Plácido Ramírez tienen sabor a médula, a sustancia de
hombre. Están habitados de añoranza (no de autocompasión), envueltos con las
dentelladas de la vida (no de cicatrices egotistas), del instante “habitado” (nunca
del recuerdo amnistiado). Por que si algo destila la palabra del poeta es
“universalidad”. Y lo hace en el sentido ecuménico del término. Porque su
palabra certera es válida para todas las épocas, para todos los países, para
todos los tiempos.
El silencio busca
palabras
en un abismo de luz.
La imagen arrebatada del autor es
la búsqueda primordial del hombre, desde que somos bípedos que anhelan
descubrir su origen. Y lo hace escarbando en la materia más esencial: el
devenir, la añoranza de los perdido/recobrado, el encuentro de sí mismo en el
otro, la pulsación inmisericorde del tiempo.
Todos los relojes se han parado,
también el tuyo y el mío.
Otros bardos hubieran escondido
su aflicción en el engranaje de la confusión dialéctica (el tema lo solicita),
el andamiaje de la afectación y el edificio de la algarabía. Estos temas
universales se prestan a ello, y a metafísicas citas que más que poesía,
semejan sesudas tesis doctorales en Filosofía. Plácido Ramírez Carrillo
convierte la (aparente) sencillez en su arma más certera. La brevedad del verso
en ariete. La exactitud del verbo en mensaje contundente.
…para decirnos una larga lista
de nombres olvidados,
y apellidos,
que se repiten una y otra vez
en el libro secreto de la historia.
Hay melancolía en los versos,
pero la herida siempre es aliviada con el bálsamo de la memoria, la
incertidumbre aplacada con la melodía de la esperanza. Toda la obra del poeta
es un cántico permanente a lo que ya no está y a lo que permanece porque un día
existió. No hay nada más hermoso que esas referencias constantes a lo amado. A
lo ya vivido como motor de lo venidero, a lo anhelado como arma de futuro. Los
versos de Plácido son azulados, lluviosos, plenos de amaneceres, jirones de
luz, geografías soñadas (y evocadas), instantes habitados, calles y plazas
huérfanas de luz, anhelantes de la presencia amada. La metáfora es certera,
lacónica, como un hacha afilada. No se precisa más cuando las pasiones
presentadas son universales, y la huella que deja es terriblemente humana.
Y
me duermo luego soñando con los versos dulces de tu boca…
Imposible decir más con menos.
Este minimalismo de tardes azules, retratos amarillentos y luces dormidas,
constituye el arma contundente del poeta para acometer los abismos comunes a
todos los hombres, los rincones inexplorados. Para asaltar esos laberintos de
la memoria, elaborados en un material tan sensible que el escritor lo refleja
tras la fiesta:
Por la tarde la fiesta termina
con una joven voz
que nos trae melodías
de un ayer que
se escapa entre los dedos.
Tiene Plácido Ramírez un denso ramillete
de versos en su mochila. Desde aquel “Vereda”, nacido en 1982, “Ensayo de la Metáfora ” (2006),
“Añoranzas” (1991). Los títulos de sus obras ya avisan que vamos a transitar el
territorio de la infancia recuperada, de los primeros compases añorados, de lo
venidero que nos retorna lo ya existido. En estos menesteres el cantor de
Puebla de la Reina
es un árbol señero, un peregrino solitario que comparte sus paisajes, que sueña
una palabra que “se hace llovizna adolescente”.Son 38 senderos poéticos
henchidos de vida, plenos de esperaza (que no está reñida con la nostalgia),
oferentes de futuro (que tampoco lo está con el recuerdo), en un creador que
cada vez destila más la palabra. Que a cada libro exprime en su alambique de
alquimista (y algo titiritero, sin duda) la supremacía total de la palabra, la
cadencia del verbo, la síntesis del vocablo. Menos es más. Este podría ser el
lema heráldico que figurase en el escudo nobiliario de Plácido Ramírez. Un
acercamiento a la desnudez del hombre derramado, a la silueta en tránsito desde
la infancia (siempre evocada) hacia la persona plena, hecha de retales de
experiencias y pinceladas de instantes. Un poemario destilado en el alambique
del paso del tiempo, del transcurrir de las estaciones.
Seré contigo un poema largo
y navegaré por el mapa de tu cuerpo…
De este modo nos invita a navegar
con él, en ese mar inmisericorde (y adictivo) que es el territorio de la poesía.
Una travesía para la que todos no son aptos; exigente y vocacional; durante la
cual es fácil encontrar escollos y cantos de sirena. Quitarle a la palabra las
capas innecesarias, el oropel superfluo. Deshabitarla de escollos. Dejarla
desnuda en su origen, en su sentido primitivo. Devolver a la palabra a su
infancia original. Al paraíso perdido de su niñez. Eso es poesía. Y de esto,
Plácido Ramírez sabe un rato.
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