El Viaje a Alguna Parte
Director: Antonio Gil
Aparicio
Producción: Gaia
Media/Emblema Films/Zagal Audiovisual/MDZ
Con el apoyo de: Junta de
Extremadura
“Vastos
son los territorios de la memoria”. En estas andaban mis pensamientos, cuando
sobre la foto-fija que representaba el cartel de “El Viaje Ninguna Parte”, alcancé
a leer: “Emblema Producciones”.
Algo
parecido debió sucederle a Proust (salvando las distancias) con su famosa magdalena.
La memoria, juguetona y sin conciencia, a veces nos juega malas pasadas y
en ocasiones nos reconforta y acoge. Rememoraba,
como en esta misma platea; hace algunos años; visioné el corto “El Emblema”, que reseñé en las páginas
culturales de la desaparecida ¿cómo no? revista “Nuevo Guadiana”.
No ha llovido tanto desde entonces, aunque
como pude apreciar, algo de cabello se nos ha quedado a todos en el camino. Como curiosidad, reseñar que en la edición de
ese año de “El Vuelo de la Palabra.”,
publiqué una narración titulada “La Canción
del Emperador”, sobre una conspiración
contra el emperador en Yuste, que este año será recogida en formato guionizado,
en el libro “Escritos para el Cine”
de la “Fundación ReBros”. (Curiosa y fermosa coincidencia
creativa).
El cortometraje “El Emblema”,
hoy en día puede visionarse en el catálogo Jara, con el director ejerciendo de
capitán de alabarderos. Antonio Gil
Aparicio ha sido director de la Filmoteca
de Extremadura, autor de esa remembranza silente en blanco y negro (y matices púrpura)
de la Azuaga de los años 50 que es la galardonada “En la Memoria”, proyectada entre la rejería modernista de los antepechos del Teatro Real
Cinema. También colaborador del notorio Festival de Cine Inédito de Mérida, director
de la premiada (y comprometida) “El Viaje de Cris”, del documental “Amazonía, entre la magia y la realidad”,
o promotor del solidario proyecto de cine inclusivo. El amor por las tablas, su
propia vinculación como director teatral, han fraguado esta mirada de tres décadas
hacia la farándula, hacia el cómico de la legua, que comenzara con los camiones-escenarios,
bebiendo directamente de la lorquiana “Barraca”, con el objeto de acercar la
cultura a poblaciones que padecían una profunda sequía por su situación geográfica
o número de habitantes. Pero retomemos el hilo (como la magdalena proustiana)
de este nostálgico; pero no sensiblero; viaje por el teatro de provincias. Con equidad,
el documental recoge los primeros balbuceos de una arriesgada aventura (el
oficio de cómico, nada menos), las ilusiones, el esfuerzo detrás de las
bambalinas (nunca bien apreciado), los kilómetros y las cicatrices del alma, la falta de sueño…
Pero
también reivindica la labor de los pioneros. Un campo yermo, donde las
instituciones y políticos jugaron un papel importante para mover ficha en este
tablero de ajedrez de la cultura con la creación, cuyo cenit fue la hoy
desaparecida, ¿cómo no? Consejería de Cultura. Una colaboración que consiguió acercar
el espectáculo cultural a rincones, que de otro modo no habrían tenido acceso a
esta liturgia del verbo y lo visual que es el teatro. Tomando como excusa el
montaje de “Los Pelópidas” de la
Compañía Suripanta (ya reseñado en este blog):
Este viaje iniciático, emotivo y
nostálgico, pasea al espectador por los primeros pasos, la creación de la ESAD,
la Escuela de Teatro y Danza de Olivenza, la dignificación como profesión (y como
titulación) de los profesionales que tanto asustaban a sus padres con aquello
de “Papá, quiero ser artista”…
Sería
prolijo (y complicado, si se deja en el tintero a alguien) reseñar todos los
nombres de actores, productores, dramaturgos, guionistas, críticos, políticos
(sí, también), directores de Festivales de Cine, actores, etc, que desfilaban
por la pantalla o se encontraban en el patio de butacas. Melancólicos retazos de antiguos montajes,
figuras casi en la sombra; como los técnicos de luces; diálogos que arrancaban
las carcajadas cómplices del público y un velado homenaje a Javier Leoni en sus
primeras incursiones. El teatro es como el borgiano jardín de senderos que se
bifurcan. Una lucha entre ardiente vocación y realidad, entre facturas letales
y aplausos enriquecedores, entre camerinos gélidos y mugrientos frente a la
calidez de un público receptivo. Un presente que vive de lo ya escrito, flujo y
reflujo en devenir constante. Una profesión, que habita; como todas aquellas en
que se mantiene inseparable convivencia lo artístico con lo cotidiano, una
difusa frontera y requiere de una entrega profunda y sin fisuras, de un amor
intenso y una capacidad de ilusión que se renueva cada vez que se escucha: “Que
comience el espectáculo”. Antonio Gil Aparicio ha sabido extraer la savia al árbol
genealógico del teatro extremeño. Lo hace ayudado por las confidencias, sueños,
decepciones, dudas y alegrías de todos los implicados en ese viaje que con toda
certeza les llevara a “alguna parte” más luminosa y dionisíaca
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