jueves, 19 de octubre de 2017

El Viaje a Alguna Parte de Antonio Gil Aparicio. 40 Festival de Teatro de Badajoz

                                          El Viaje a Alguna Parte

Director: Antonio Gil Aparicio
Producción: Gaia Media/Emblema Films/Zagal Audiovisual/MDZ
Con el apoyo de: Junta de Extremadura
Duración: 55 minutos


“Vastos son los territorios de la memoria”. En estas andaban mis pensamientos, cuando sobre la foto-fija que representaba el cartel de “El Viaje Ninguna Parte”, alcancé a leer: “Emblema Producciones.
Algo parecido debió sucederle a Proust (salvando las distancias) con su famosa magdalena. La memoria, juguetona y sin conciencia, a veces nos juega malas pasadas y en  ocasiones nos reconforta y acoge. Rememoraba, como en esta misma platea; hace algunos años; visioné el corto “El Emblema”, que reseñé en las páginas culturales de la desaparecida ¿cómo no? revista “Nuevo Guadiana”.
 No ha llovido tanto desde entonces, aunque como pude apreciar, algo de cabello se nos ha quedado a todos en el camino.  Como curiosidad, reseñar que en la edición de ese año de “El Vuelo de la Palabra.”, publiqué una narración titulada “La Canción del  Emperador”, sobre una conspiración contra el emperador en Yuste, que este año será recogida en formato guionizado, en el libro “Escritos para el Cine” de la “Fundación ReBros. (Curiosa y fermosa coincidencia creativa). 


El cortometraje “El Emblema”, hoy en día puede visionarse en el catálogo Jara, con el director ejerciendo de capitán de alabarderos.  Antonio Gil Aparicio ha  sido director de la Filmoteca de Extremadura, autor de esa remembranza silente en blanco y negro (y matices púrpura) de la Azuaga de los años 50 que es la galardonada “En  la Memoria”, proyectada entre la rejería  modernista de los antepechos del Teatro Real Cinema. También colaborador del notorio Festival de Cine Inédito de Mérida, director de la premiada (y comprometida) “El Viaje de Cris”, del documental “Amazonía, entre la magia y la realidad”, o promotor del solidario proyecto de cine inclusivo. El amor por las tablas, su propia vinculación como director teatral, han fraguado esta mirada de tres décadas hacia la farándula, hacia el cómico de la legua, que comenzara con los camiones-escenarios, bebiendo directamente de la lorquiana “Barraca”, con el objeto de acercar la cultura a poblaciones que padecían una profunda sequía por su situación geográfica o número de habitantes. Pero retomemos el hilo (como la magdalena proustiana) de este nostálgico; pero no sensiblero; viaje por el teatro de provincias. Con equidad, el documental recoge los primeros balbuceos de una arriesgada aventura (el oficio de cómico, nada menos), las ilusiones, el esfuerzo detrás de las bambalinas (nunca bien apreciado), los kilómetros y las cicatrices del  alma, la falta de sueño…

Pero también reivindica la labor de los pioneros. Un campo yermo, donde las instituciones y políticos jugaron un papel importante para mover ficha en este tablero de ajedrez de la cultura con la creación, cuyo cenit fue la hoy desaparecida, ¿cómo no? Consejería de Cultura. Una colaboración que consiguió acercar el espectáculo cultural a rincones, que de otro modo no habrían tenido acceso a esta liturgia del verbo y lo visual que es el teatro. Tomando como excusa el montaje de “Los Pelópidas” de la Compañía Suripanta (ya reseñado en este blog):  
Este viaje iniciático, emotivo y nostálgico, pasea al espectador por los primeros pasos, la creación de la ESAD, la Escuela de Teatro y Danza de Olivenza, la dignificación como profesión (y como titulación) de los profesionales que tanto asustaban a sus padres con aquello de “Papá, quiero ser artista”…
Sería prolijo (y complicado, si se deja en el tintero a alguien) reseñar todos los nombres de actores, productores, dramaturgos, guionistas, críticos, políticos (sí, también), directores de Festivales de Cine, actores, etc, que desfilaban por la pantalla o se encontraban en el patio de butacas.  Melancólicos retazos de antiguos montajes, figuras casi en la sombra; como los técnicos de luces; diálogos que arrancaban las carcajadas cómplices del público y un velado homenaje a Javier Leoni en sus primeras incursiones. El teatro es como el borgiano jardín de senderos que se bifurcan. Una lucha entre ardiente vocación y realidad, entre facturas letales y aplausos enriquecedores, entre camerinos gélidos y mugrientos frente a la calidez de un público receptivo. Un presente que vive de lo ya escrito, flujo y reflujo en devenir constante. Una profesión, que habita; como todas aquellas en que se mantiene inseparable convivencia lo artístico con lo cotidiano, una difusa frontera y requiere de una entrega profunda y sin fisuras, de un amor intenso y una capacidad de ilusión que se renueva cada vez que se escucha: “Que comience el espectáculo”. Antonio Gil Aparicio ha sabido extraer la savia al árbol genealógico del teatro extremeño. Lo hace ayudado por las confidencias, sueños, decepciones, dudas y alegrías de todos los implicados en ese viaje que con toda certeza les llevara a “alguna parte” más luminosa y dionisíaca
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