Tras
la presentación por parte del director de la Filmoteca de Extremadura, David
Garrido Bazán, que adelantó novedades como el Ciclo “Mujeres en el Cine”, “Cine
Español Imprescindible” o la curiosa “Badajoz Retro” (de las cuales ya
hablaremos) el autor del documental manifestó que prefería que la obra se presentara sola.
Acertada
elección porque la obra que ha realizado este cacereño se basta por si misma
para mostrarnos un intramundo personal con diversas capas de lectura y un
equilibrio notable entre el discurso y la forma.
Silente
es una propuesta llena de amor por el conocimiento, atrevida, arriesgada. Una
valiente isla en medio de la inanidad y el nihilismo imperantes. Hay que
tenerlos cuadrados, para tomar como tema de una opera prima la obra de un
compositor, casi desconocido, que paseaba por las calles sevillanas en el siglo
XVIII. Al mismo tiempo es una reivindicación indirecta de oficios también casi
ignorados. ¿Alguien se ha preguntado como llega ese piano de cola, que tan
hermoso concierto ha proporcionado, hasta
el escenario?
¿Quién sabe que un oficio como el de afinador de pianos es
preciso para poner a punto el instrumento que después nos deleitará? Pero sobre
todo (y por la parte que me toca) es una hermosa reivindicación de uno de los
oficios más desconocidos (por su dificultad y exclusivismo) y menos valorados:
el de musicólogo. Una especialización que entró hace poco como grado
universitario, hermosa y necesaria para la investigación de nuestro patrimonio
cultural. A las pruebas me remito. De no ser por la iniciativa de Rubén García,
el pianista Pedro Piquero y la figura señera de uno de nuestros más insignes
intelectuales; el académico Andrés Ruiz Tarazona; la obra de grandes músicos como el
hispalense Joaquín Montero, dormiría en los anaqueles sin poder llegar hasta
público.
Rubén García juega con el plano fijo, el tiempo detenido, la
profundidad de campo en teclados o en el interior del piano, la visión
ecuménica del gran angular o incluso se permite repetir secuencias visuales a
modo de coda musical o rebobinar todas las secuencias para volver al inicio.
Rubén García recibió el galardón al mejor realizador del año por la agencia
Talenthouse por Valtari (2012), premio
que le llegaba tras sus dos cortometrajes “La Punta del Iceberg” (2010) y “Laboral” (2011).
Joaquín
Montero fue un adelantado a su tiempo, hecho que la película refleja en las
conversaciones (efectivo blanco y negro) de Tarazona y Piquero. Algunas de sus
melodías tienen ecos scarlattianos, pero también era un adelantado en el cambio
de compases en la misma obra, los silencios, o una escritura que profetizaba alDebussy. Autor
de diez minuetos cuya economía de medios y estilo europeo son su característica
más interesante Alguna de sus sonatas (vía Scarlatti y Hadyn) reflejan reminiscencias del estilo
galante pero de vocacional clasicismo, incluso llega a notar una obra para
tecla en una clave de Do en desuso, o adelantar el uso del piano en una época
donde el clave era todavía monarca absoluto. Viviendo la Ilustración desde
dentro, el organista Montero asistió a algunos de los acontecimientos más
importantes de su época: La expulsión de los Jesuitas o el terremoto de Lisboa.
La
hibridación entre imagen y partitura es notable. Cociendo a fuego lento las
bellas imágenes que reflejan la giralda sobre un suelo mojado, se detienen, silentes, en planos-detalle de Los Reales Alcázares o muestran en picado El
Patio de los Naranjos. Rubén García despliega toda una artillería visual de
contraluces, ojos de pez, o el juego el plano-contraplano en los diálogos, para
trasladarnos en un ejercicio metacinematográfico a multitud de temas como el
“postureo” cultural, el analfabetismo sobre la propia historia, la cultura “fast
food”, el budismo (Pedro Piquero es traductor de “Shoboenzo”, o el sentido de
la autoría. También utiliza el recurso del plano sobre el espejo retrovisor del
coche en los monólogos del pianista. "Silente" es una obra compacta y madura, de
una poesía inusual para los tiempos que corren y una valentía que agradecemos
los que amamos la música y el cine. Quizás también sirva de ventana para
comprender tantos trabajos ignorados, tantas horas de sacrificio y dedicación
para la obra bien hecha. Un viaje iniciático a través de las notas maravillosas
de Joaquín Montero, perfectamente contrapunteadas por los planos poéticos, por
los silencios (cinematográficos y musicales), por el tempo de adagio en que se
recrea la cámara, por esos encuadres líricos que juegan con la regla áurea.
Excelente
sonido para esas piezas que “renacen” de los dedos sabios de Pedro Piquero,
llenando de remembranzas y retazos de nuestra historia y la pantalla mágica. En un mundo donde quincallas inanes son entronizadas y lo
grotesco es apoyado si lleva algún cariz militante, en una sociedad donde el
postureo y el analfabetismo vocacional
son el pan nuestro de cada día, llevar a cabo un trabajo de este nivel es una
empresa llena de amor y de osadía que se merece todos los parabienes. En un
mundo justo los galardones le lloverían a semejante aventura contra molinos de
viento. Los implicados pueden sentir la satisfacción de la obra bien hecha.
Lo mejor: La valentía de una empresa de este calibre. La calidad del resultado.
La densa información, aunque a ritmo de ametralladora (es difícil seguirla, incluso sabiendo de que se habla) que surge en los vis a vis de Tarazona y Piquero.
Lo peor: Que una obra de estas características debería llenar el aforo de profesionales y aficionados del mundo de la música.
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