jueves, 5 de octubre de 2017

Silente, de Rubén García en el Centro de Ocio Contemporáneo. Filmoteca de Extremadura


                                                                     

Tras la presentación por parte del director de la Filmoteca de Extremadura, David Garrido Bazán, que adelantó novedades como el Ciclo “Mujeres en el Cine”, “Cine Español Imprescindible” o la curiosa “Badajoz Retro” (de las cuales ya hablaremos) el autor del documental manifestó que prefería que la obra se presentara sola.
Acertada elección porque la obra que ha realizado este cacereño se basta por si misma para mostrarnos un intramundo personal con diversas capas de lectura y un equilibrio notable entre el discurso y la forma.
Silente es una propuesta llena de amor por el conocimiento, atrevida, arriesgada. Una valiente isla en medio de la inanidad y el nihilismo imperantes. Hay que tenerlos cuadrados, para tomar como tema de una opera prima la obra de un compositor, casi desconocido, que paseaba por las calles sevillanas en el siglo XVIII. Al mismo tiempo es una reivindicación indirecta de oficios también casi ignorados. ¿Alguien se ha preguntado como llega ese piano de cola, que tan hermoso concierto ha proporcionado, hasta el escenario? 
¿Quién sabe que un oficio como el de afinador de pianos es preciso para poner a punto el instrumento que después nos deleitará? Pero sobre todo (y por la parte que me toca) es una hermosa reivindicación de uno de los oficios más desconocidos (por su dificultad y exclusivismo) y menos valorados: el de musicólogo. Una especialización que entró hace poco como grado universitario, hermosa y necesaria para la investigación de nuestro patrimonio cultural. A las pruebas me remito. De no ser por la iniciativa de Rubén García, el pianista Pedro Piquero y la figura señera de uno de nuestros más insignes intelectuales; el académico Andrés Ruiz Tarazona; la obra de grandes músicos como el hispalense Joaquín Montero, dormiría en los anaqueles sin poder llegar hasta público. 


Rubén García juega con el plano fijo, el tiempo detenido, la profundidad de campo en teclados o en el interior del piano, la visión ecuménica del gran angular o incluso se permite repetir secuencias visuales a modo de coda musical o rebobinar todas las secuencias para volver al inicio. Rubén García recibió el galardón al mejor realizador del año por la agencia Talenthouse  por Valtari (2012), premio que le llegaba tras sus dos cortometrajes “La Punta del Iceberg”  (2010) y “Laboral” (2011).
Joaquín Montero fue un adelantado a su tiempo, hecho que la película refleja en las conversaciones (efectivo blanco y negro) de Tarazona y Piquero. Algunas de sus melodías tienen ecos scarlattianos, pero también era un adelantado en el cambio de compases en la misma obra, los silencios, o una escritura que profetizaba alDebussy. Autor de diez minuetos cuya economía de medios y estilo europeo son su característica más interesante Alguna de sus sonatas (vía Scarlatti  y Hadyn) reflejan reminiscencias del estilo galante pero de vocacional clasicismo, incluso llega a notar una obra para tecla en una clave de Do en desuso, o adelantar el uso del piano en una época donde el clave era todavía monarca absoluto. Viviendo la Ilustración desde dentro, el organista Montero asistió a algunos de los acontecimientos más importantes de su época: La expulsión de los Jesuitas o el terremoto de Lisboa.

La hibridación entre imagen y partitura es notable. Cociendo a fuego lento las bellas imágenes que reflejan la giralda sobre un suelo mojado, se detienen, silentes, en planos-detalle de Los Reales Alcázares o muestran en picado El Patio de los Naranjos. Rubén García despliega toda una artillería visual de contraluces, ojos de pez, o el juego el plano-contraplano en los diálogos, para trasladarnos en un ejercicio metacinematográfico a multitud de temas como el “postureo” cultural, el analfabetismo sobre la propia historia, la cultura “fast food”, el budismo (Pedro Piquero es traductor de “Shoboenzo”, o el sentido de la autoría. También utiliza el recurso del plano sobre el espejo retrovisor del coche en los monólogos del pianista. "Silente" es una obra compacta y madura, de una poesía inusual para los tiempos que corren y una valentía que agradecemos los que amamos la música y el cine. Quizás también sirva de ventana para comprender tantos trabajos ignorados, tantas horas de sacrificio y dedicación para la obra bien hecha. Un viaje iniciático a través de las notas maravillosas de Joaquín Montero, perfectamente contrapunteadas por los planos poéticos, por los silencios (cinematográficos y musicales), por el tempo de adagio en que se recrea la cámara, por esos encuadres líricos que juegan con la regla áurea.



Excelente sonido para esas piezas que “renacen” de los dedos sabios de Pedro Piquero, llenando de remembranzas y retazos de nuestra historia y la pantalla mágica. En un mundo donde quincallas inanes son  entronizadas y lo grotesco es apoyado si lleva algún cariz militante, en una sociedad donde el postureo y el  analfabetismo vocacional son el pan nuestro de cada día, llevar a cabo un trabajo de este nivel es una empresa llena de amor y de osadía que se merece todos los parabienes. En un mundo justo los galardones le lloverían a semejante aventura contra molinos de viento. Los implicados pueden sentir la satisfacción de la obra bien hecha.

Lo mejor: La valentía de una empresa de este calibre. La calidad del resultado.
La densa información, aunque a ritmo de ametralladora (es difícil seguirla, incluso sabiendo de que se habla) que surge en los vis a vis de Tarazona y Piquero. 
Lo peor: Que una obra de estas características debería llenar el aforo de profesionales y aficionados del mundo de la música.

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