Pablo
Bigeriego ha elegido un difícil texto, por lo que tiene de acercamiento a la
insania y por sus referentes históricos, amen de ser un texto áspero y nada
complaciente con la galería, excepto en leves apuntes. La certera descripción
de la esquizofrenia que el escritor ruso vierte en su cuento, es trasladada por
el actor en un “tour de force” al mundo de las tablas, sin perder nada de su
potencia genésica. Bigeriego se introduce en el alma del funcionario Axenty
Ivanovich Poprishchin y en su descenso “ad inferos” de la locura. Un ocaso paulatino, irremediable, con el espectador como acompañante inerme. Un descenso
cada vez más acompañado de tintes delusivos e ideas erotomaniacas y
referenciales.
Un viaje a ninguna parte que el actor comienza en el registro de
un funcionario crítico y satírico (como toda la obra de Gogol), para a
continuación evolucionar con el personaje, no sólo síquicamente, sino también
desde la fisícidad. Poprishchin (Bigeriego), va perdiendo paulatinamente su
seguridad inicial, navegando a la deriva, divagando, hasta alcanzar las cotas
de desesperación del epílogo: ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas
cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! “Diario de un Loco no precisa en
su traslación al teatro de una escenografía impactante. Bastan una silla, una
mesa y un perchero, ya que la verdadera arquitectura se desarrolla dentro de la
mente del protagonista, en base al verbo y a la expresión corporal. Este
dietario hacia la locura pone a prueba al actor, exigiendo versatilidad y
virtuosismo. La obra es considerada como una profecía del ascenso de los
totalitarismos, encarnados en un empleado casi invisible que aboca a la
megalomanía. Encarcelado en medio de un trabajo y una época, donde la dignidad
va unida al cargo, no a la persona que lo desempeña. Parábola pesimista de una
sociedad con delirios de grandeza, que en la voluntad de cambiar el mundo,
termina extraviándose. “Diario de un Loco”, solicita amplitud de registro.
Pablo Bigeriego cumple con creces el esforzado rol del enajenado. Cultiva los
matices, tanto expresivos como declamatorios, lleva el personaje a extremos de
lucidez dentro de su delirio, hace
cercano su sufrimiento y el paisaje humano del malogrado burócrata Poprishchin.
Define certeramente la lucha entre la percepción de la realidad desarticulada, amenazante,
y los deseos del protagonista. Estos con frecuencia aparecen mediante el empleo
de la sinécdoque y la yuxtaposición. La desintegración del paisaje narrativo es
utilizada, por única vez en la obra de Gogol, mediante el uso de la primera
persona. Pertenece este cuento a la obra “Cuentos
de San Petesburgo”, donde el autor se emplea a fondo (como en todo el ciclo
de sus novelas peterburguesas) sobre
el Imperio Ruso. Para ello utiliza el arma de la sátira y los monólogos de este
antihéroe que comienza su periplo vital con: “Hoy ha tenido lugar un hecho extraordinario”. Gogol es un maestro
del realismo social. Conoce como camuflar bajo el humor, la denuncia, nada
grata. Embestir contra la férrea censura de la época. Un texto tan
extraordinario que, en el breve espacio de la obra, se nos muestra vividamente
el desarrollo del cuadro clínico del protagonista. Estamos ante un texto es ácido,
con apuntes satíricos que circundan la identidad y el amor, dos pilares básicos
del alma humana. Bigeriego expone con precisión el paisaje humano del desdichado funcionario ucraniano, su deformación,
su juego de espejos. Muestra la explosión de su mente ante la sociedad que lo
encasilla y lo somete; crucificado en sus propios maderos; sin otra salida que
la locura.
Con certera progresión nos hace descender progresivamente al
deterioro del “loco” y su mundo distorsionado, donde lo excéntrico se yuxtapone
con lo ordinario, la grandeza con lo mezquino, lo trágico con la comicidad. El
actor consigue hacer desfilar por nuestros ojos a todos esos personajes que no están
en la escena: el Director, su amada, incluso los perros que hablan, síntoma de
su latente desvarío. Un loco bastante más humano que el resto de los ausentes
personajes. Llega este atormentado monólogo a la RUHC después de su estreno en la
Sala Aftasí. Poprishchin consigue habitar en la piel del espectador. Un
espectador que podrá reconocer el homenaje e Espronceda y su “Canción del Pirata” con un poco de
atención: “A un lado el mar, al otro
Italia, allá lejos se pueden ver las cabañas de Rusia.” o a “La Vida es
Sueño” de Calderón de la Barca: ¿Qué quieren
de mí, mísero que soy?, por no mencionar “El Coloquio de los Perros” de Cervantes. La obra crece a partir de
la entrada del diario número 9, donde el humor adquiere un aspecto
alucinatorio. Numerosos aplausos del público, que llenaba el salón de la RUHC.
Quino
Díez (voz en off), Koke Rodríguez, encargado del sonido y la iluminación y Jorge
Moraga, dirige la obra y ha diseñado el cartel.
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