Para su cierre de temporada, la
OEX ha elegido un programa sobre dualidades musicales que no terminaron de
funcionar bien.
Sería discutible si las “Siete
canciones populares” españolas de Falla, continúan siéndolo una vez
alquimizadas en la partitura del
compositor granadino o si la reelaboración es más definible como un “sabor
popular”. Falla se unía al espíritu que imperaba a principios del siglo XX,
donde los nacionalismos musicales se aproximan al folklore popular para
reelaborar (y enriquecer) los originales, sin
perder su esencia. Dedicadas a la anfitriona de tertulias parisinas Ida
Godebska, estas canciones son un fresco donde se misturan distintos elementos
del habla y el repertorio popular. Estas
obras recogen el ritmo, las cadencias modulares y motivos ornamentales
directamente del pueblo. Orquestadas por su amigo Ernesto Hallfter que nunca
pudo llegar a mostrarle el resultado final por el fallecimiento de Falla.
Carmen Solís atacó con soltura el
allegretto vivace de la jocosa “El paño moruno”, una canción (seguidilla) de origen murciano en 3/8. Aquí Falla ennoblece
la original rima campesina, con esa armonización que imita el rasgueo de una
guitarra, para una letra con metáfora de matiz sospechosamente machista.
A continuación, la soprano
desgranaría otras obras como “Seguidilla Murciana”, una canción-danza también
procedente de Murcia, que alterna episodios instrumentales y frases vocales Se
trata de una deliciosa miniatura que, como la anterior, precisaría de un tirón
de orejas al misógino letrista:
con
peseta que corre
de
mano en mano;
que
al fin se borra,
y
creyéndose falsa
¡Nadie
la toma!
El aire melancólico y brumoso del
delicado cuento de hadas “Asturiana”, permite el lucimiento del certero fiato
de la soprano que consigue evocar distinta texturas en este “canto de la
montaña”, de gran expresividad melódica, con notas pedales en quintas y fuertes
disonancias. Una pieza de orfebrería con un delicado epílogo de tres negras y
blanca con puntillo de certera belleza
En compás ternario y bebiendo de
la danza aragonesa la “Jota” enfrenta a los musicólogos sobre el origen del
tema. El sabor popular es indudable, exhala poesía del pueblo en todos sus
versos. Carmen Solís camina sobrada de
recursos para este allegro vivo con deliciosos matices vocales. Una pieza
aparentemente gozosa, pero que oculta una distancia cada vez mayor entre los
amantes. A pesar de su ritmo optimista, la jota se realizaba originalmente en
ceremonias fúnebres.
Nada más adecuado que ese Calmo e
sostenuto, que solicita esta deliciosa obra titulada “Nana”. Quizás la canción
más emotiva del ramillete, desgranado por la soprano en su tercera colaboración
con la OEX. Una obra que invita a dejarse mecer por sus acordes. Un homenaje a
las madres (era cantada por la propia madre del compositor). La voz de Carmen
Solís eleva los melismas y retorna en un flujo y reflujo, mágico, misterioso,
que nos hace recordar, que nos invita al recogimiento, a la ternura. Con ese
dilatado y precioso fraseo en “mormorato”. La inteligente utilización de la
escala frigia dominante, alternando con la escala natural, crea esa sensación
de desasosiego que queda flotando en el aire.
José Inzega recopiló en “Ecos de
España”, un conjunto de obras como esta “Canción”, que tiene su origen en el
Canto de Granada. Hay un trabajo de orfebre en la voz para este doliente canto
de amor. Una pieza en notas cortas y sincopadas de las que extrae un carácter
lúdico. Una muestra de esa concisión del Falla maduro.
Mucho más vivo es el tempo de
“Polo”, la más desgarradora de las obras de este ciclo. Con claras
reminiscencias del Jondo y matices andaluces, según Manuel García Martos,
deriva de un canto contenido en el “Cancionero de Ocón”. Precisa (y preciosa)
la emisión de la cantante para este zapateado. A diferencia de las otras
canciones no repite la melodía, sino que cambia de una sección a otra, hasta
agonizar en ese desgarrador melisma final, dejando el deseo de venganza para el
amante.
Carmen Solís, aún se guardaba un
as en la manga para regalar a capella, como broche final. Una melancólica “Nana de Montehermoso”, con
letra en castúo. Armonizada por García Matos, fue el instante más emotivo del
concierto.
En la segunda parte, la Orquesta
de Extremadura interpretaría una obra seleccionado por sus abonados: el poema
sinfónico “Así habló Zaratustra”.
Strauss dio un golpe maestro,
colocándose a la cabeza de la vanguardia musical alemana y consolidándose como
el heredero musical de Wagner. El modelo lisztiano de secciones alternándose (estables
y cambiantes) es la inspiración de esta obra. La arrebatada fanfarria
“Amanecer” introdujo a los espectadores en el corpus de la obra. Intensa
conjunción de viento-metal y percusión, jugando con los modos y agonizando en
el do mayor del órgano. La OEX extrae una hermosa textura de este complejo
poema sonoro, de concepto narrativo. Una de las obras más difíciles del
repertorio sinfónico. Trinos en las maderas, Diálogos entre el concertino y el
cello solista, incursiones del corno inglés, unísonos en la cuerda, trompeta
reexponiendo el tema, contrabajos en trémolo, un tapete de trinos en las
flautas. Muchos son los recursos que utiliza la orquesta hasta culminar en el
epílogo de campanadas. Un solo agudo de violín y flauta acompaña el pizzicato
de los contrabajos. Precisa, certera, intensa, la dirección de Álvaro Albiach,
rica en lo gestual. Pura poesía corporal. Un excelente cierre para la temporada
de la OEX.
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