sábado, 5 de diciembre de 2020

Erasedhead. Cabeza Borradora. David Lynch. Descenso ad inferos

 

                                                                      Descenso Ad Inferos 

                                                                            


Cabeza Borradora (Erasedhead. David Lynch. 1977), deviene un ejercicio de antinarrativa. Una deslumbrante composición iniciática, donde ya encontramos todos los estilemas del autor en germen. Todas las obsesiones lynchianas por excelencia. Sumergirse en el abismo de Erasedhead solicita complicidad por parte del espectador para adentrar la mente en esta propuesta plagada de influencias del expresionismo, de la mitología bueñelesca o del señero Tod Browning.

El film es una oda al sonido como tesis, como licitación creativa, como fuente genésica y alquímica. El sonido como flujo, como continuo. Lynch juega con ruidos intra/extra diegéticos con destreza y eclecticismo, sin solución de continuidad. Los sonidos forman parte del pathos y de la enfermiza poética. Introducidos sin la tosquedad al uso en otros filmes inquietantes, generan sensaciones extremas, desarrollando una pesadilla audiovisual que ha situado la obra en los cenáculos de culto. El concepto sonoro es una señera oda al decoupage. Otra de las características de esta ópera prima es el diseño de arte. El atrezzo del film surge directamente de su vertiente de diseñador de mobiliario, edificando un universo obsesivo y opresivo. Lynch también es pintor y juega con las luces para presentar una paleta de emociones en medio de una pesadilla de sonidos industriales e inquietantes. Estos sonidos fueron creados de forma totalmente artesanal en el salón de casa o grabando seis horas de viento en Findhorn (Escocia).  Nada más lejano de las librerías de sonido actuales que estas “presencias”, como las denominaba Lynch.



Cabeza Borradora es una parábola que esconde la imposibilidad de alcanzar la felicidad. Henry (Jack Nance) debe plegarse a las miserias cotidianas a la servidumbre de la existencia.

Las obsesiones que posteriormente desarrollaría el director encuentran su germen en este film. La atracción por el sonido, la estructura narrativa circular, la oscuridad como hábitat, lo irracional como estética, la incertidumbre y esa filiación a un surrealismo de génesis propia e irrepetible. La poesía malsana y enfermiza por bandera.

La estructura rompe con la convencionalidad al uso tanto en la narrativa como en lo argumental. Por otra parte nos muestra el envés de la paternidad desde una perspectiva casi escatológica, donde la incertidumbre y la dependencia marcan la vida del protagonista. Un protagonista al que los actos sociales tampoco parecen inundar de alegría, como en la inquietante e incómoda escena de la cena con la familia de Mary (Charlotte Stewart).



La sombra del teatro de Ionesco planea sobre toda la iconografía. Hay reminiscencias buñuelescas y referencias a fuentes expresionistas, en esa espléndida y sórdida fotografía (Frederick Elmes y Herbert Cardwell) que nos introduce en la bizarra pesadilla de este collage.  Una señera paleta de referencias freudianas y antropológicas.  La influencia de Francis Bacon sobre el diseño del bebé monstruoso parte de “Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión), y culminan en el rostro de la mujer-cantante del radiador (Autorretrato. 1969). La ópera prima de Lynch tiene reminiscencias del trabajo de Segundo de Chomón (The Panicky Picnic. 1909), navegando por la sombra de Coucteau (La sangre de un poeta. 1930). Aunque su homenaje más cristalino es a la obra de culto El Carnaval de las Almas (Carnival of Souls. Herk Harvey. 1962), donde bebe del mundo industrial extraño, e incluso homenajea a los nombres de los personajes principales (Mary y Henry), hasta la melancólica música de órgano que aquella utilizara. Otro film, escrito por Samuel Becket, también se encuentra en la génesis de Erasedhead. Se trata de Film (Alan Schneider. 1965). De allí, extrae el ambiente urbano y ruinoso. El protagonista (Buster Keaton), habita en un paisaje existencial de malestar y distanciamiento y regresa también a un asfixiante apartamento. Lynch traslada a la pantalla sus obsesiones y pesadillas al estilo de los simbolistas. Mostrando un catálogo de psicologías torturadas donde lo onírico invade sin fronteras lo real. Donde el horror que se oculta bajo la tenue piel de lo cotidiano, late con un compás de pesadilla.

David Lynch nos hace descender Ad Inferos de la humana mente. Unos infiernos que solicitan una respuesta emocional del espectador. Los infiernos cotidianos de Henry surgen mediante mensajes ocultos y las interpretaciones libres. El artesano lo consigue mediante la deconstrucción de la historia, (mediante los planos) y la propia desconstrucción de los personajes. Consigue crear un clima obsesivo en base a la utilización exclusiva de luz artificial para ofrecernos una urbe irreal, surreal, depresiva, habitada de grisura. Una pesadilla  visual donde la industrialización es un monstruo que devora todo sentimiento y los humanos son grotescos y deformados. El conjunto de sonidos envolventes, siderúrgicos, decadentes o mecánicos es únicamente roto por una melodía que surge detrás del radiador. Único lugar fantástico que puede permitirse el protagonista en su inconsciente. Única huida de ese cosmos esquizoide y alienado donde no desea habitar. Una melodía, casi infantil, turbadora, inquietante. Como un carrusel onírico y desquiciado.



Esta representación musical de La Parca, le cuenta a Henry que en el “cielo todo está bien”. El radiador simboliza los sentimientos autodestructivos de Henry. La muerte como libertad del sistema opresivo y kafkiano en que malvive.

De hecho, tan sólo alcanzará la libertad desde su particular Purgatorio cuando, misericordiosamente, libera al extraño bebé de su sufrimiento y es recibido por la Dama del Radiador. Un brillante destello de luz para morir en sus brazos. La catarsis se ha completado. Ahora se encuentra en su propio cielo, en su propia libertad. El tono relajado y reconfortante (aunque turbulento) de la melodía, contrasta con el mensaje tanatológico. Una vez más, el autor se rinde a su vocación de utilizar escenarios y cortinas para representar lugares límbicos donde realidad y ficción se entremezclan. Aquí Lynch asume la posición de narrador, entremezclando sonidos extradiegéticos y diegéticos.

La canción “In Heaven”, que interpreta la chica del radiador, está compuesta por Peter Ivers. Con letra del propio Lynch. En el epílogo, el director escapa de la narrativa tradicional. Hay una búsqueda de la corporeidad, un sondeo del estrato más recóndito. Un turbio sendero hacia la angustia más visceral y revulsiva.



Erasedhead es una carga de profundidad contra la institución familiar, contra las inseguridades de la paternidad, el terror a la relación de pareja, a la castración de los sueños (la chica del radiador). El equilibrio entre surrealismo tardío, con influencias del simbolismo psicoanalítico y el dadaísmo; con su falta de reglas y su querencia por lo irracional y lo ilógico; cimentan la estructura de esta obra, hoy en día elevada a los altares del culto cinematográfico. Un poema oscuro, expresionista, de negritud opresiva, que cimenta su lógica en el sentimiento, no en la razón. La razón que no habita en una cabeza a la que le gustaría borrar todo. Manipular la realidad con una goma de borrar. Con una mágica Cabeza Borradora.

Este poema visual fue seleccionado en 2004. La película fue considerada «cultural, histórica y estéticamente significativa» por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, para su preservación en el National Film Registry. En 2010 el grupo Online Film Critics Society reunió una lista de los 100 mejores debuts de directores de cine. La ópera prima de Lynch quedó en segundo lugar. Por debajo del Ciudadano Kane de Orson Welles.

 

 

 

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