“Esperando
la carroza” es una de las comedias más representativas del “grotesco
criollo”, hoy en día convertida en un clásico y referente de la dramaturgia
porteña. En esta obra, Jacobo Langsner condensó, dibujando prototipos de la
clase media-baja, toda una oda a esas situaciones familiares; desgraciadamente
reales; y a esos personajes, aún más reales. El director Esteve Ferrer ha
pulido aquellas aristas del original que se enraizaban en exceso en la cultura hispanoamericana,
que podrían producir una sensación de extrañeidad o ajeneidad entre el público
y alejaban del concepto, más europeo, contemporáneo y cercano, con el que aborda
la dramaturgia.
Eligiendo
como estética un costumbrismo, cercano a neorrealismo, la veterana compañía Suripanta
pergeña una comedia
disparatada, desopilante, ácida y plena de inteligente humorada negra. Entre las grietas de
inteligentes y corrosivos diálogos se cuelan mensajes tan importantes como la
situación de nuestros mayores en la sociedad; ese oculto descarte de la tercera
edad; el egoísmo latente de los hijos o la telaraña de relaciones tóxicas que;
a través de los años; traza la geografía familiar.
Es
el principio de una sinfonía de reproches familiares donde el espectador
reconocerá la realidad de su cotidianeidad, la lacerante verdad, las
amonestaciones, las segundas intenciones y comentarios sotto voce que en todas las familias surgen. No es de
extrañar que, en su momento, la obra produjera el rechazo de ciertos sectores
(incluida la crítica) ya que en el espejo social que nos muestra, es fácil
reconocerse. El rechazo se refería a la visión de la familia cristiana, el
culto a los muertos y los irrespetuoso de la obra, definiéndola como bocaccisca,
en la traducción de chismosa, charlatana o bocazas. Obviamente aquellos
cronistas no supieron leer entre líneas la inteligente crítica social y la
carga de profundidad de este “grotesco rioplatense”.
La
adaptación elimina localismos (querés, acostás, vos, reíte, pelotudo, falluta),
elimina momentos como la toma de datos de la desaparición de Mama Cora por
parte Peralta, o la noticia en la televisión y la dureza lingüística de algunos
diálogos (¡Vieja de mierda, la puta que te parió) (La puta que los
parió, maricones, para que aprendan), desaparecen personajes (la sorda,
Doña Gertrudis), buscando fluidez en la narrativa y transformar en un neosainete
disparatado (no exento de mensaje), lo corrosivo y grotesco de la obra
genésica, algo alejada de los parámetros actuales, para llevarla al terreno de
las emociones cotidianas y su toxicidad, con una visión propia. Aunque por
mucho que se pode el árbol, la carga de profundidad social, política y humana
del texto sigue siendo un revulsivo en la actualidad.
La
armazón dramática de esta divertidísima sátira, esta soportada sobre los
arbotantes de unos actores en estado de gloria (difícil destacar alguno), que
desarrollan estos personajes-prototipos dotándolos de vida propia y diversidad
de matices. Pese a tratarse de una propuesta coral, es obligado reconocer que
todos los actores extraen lo mejor de sus personajes, incluso en los papeles
más breves como la bonachona Mamá Cora (prácticamente convertida en
personaje fantasma, excepto en el inicio y el epílogo) de la que, el versátil
Jesús Martín Rafael, extrae todo un catálogo de realidades (bondad,
perplejidad, humor) pese a la brevedad del papel. Al igual que en la película,
Mamá Cora es interpretada por un actor. El otro personaje de grafía episódica
es la joven Matilde, una niña zangolotina y makinera, que vive inmersa en sus
melodías ochenteras, interpretada con acierto (e hiperactividad) por Marina
Morales. Los personajes que interpretan Ana Trinidad (Elvira) y Paca Velardiez
(Nora) son dos verdaderos regalos para cualquier actriz. La frivolidad de la
adultera Nora, la femme fatal, está acompañada de un acertado lenguaje gestual
y notable sentido del humor, componiendo un personaje entrañable en su
patetismo y cercano en sus imperfecciones humanas. Elvira es un arquetipo del
cinismo pagado de sí mismo. Nihilista, epicentro de la hipocresía y la falta de
empatía. Ana Trinidad regala un personaje divertido en su crudeza humana y en
su capacidad de darle la vuelta a la tortilla, con amplio dominio del timing y
una vis cómica notable.
Entre
el acertado decorado, cuyas piezas cambiables representan el interior de los
pisos o un jardín hay todo un mundo que
gravita en torno al chime, el flujo de información (o desinformación) que
desemboca en el hilarante momento del (supuesto) funeral, donde todo modo de conducta
racional o esperada por parte de los asistentes es pura coincidencia.
La
máscara desaparece y cada protagonista aparece como es en realidad. Quizás sea
el personaje de Susana, un rol que desarrolla con naturalidad y eficacia Ana
García, el único positivo en este maremágnum de cinismo, histeria y egoísmo que
se despliega en el escenario. Pedro Montero encarna a Sergio con su habitual vis
cómica. Un personaje que se define por sus palabras, como en el instante en que
todos van a buscar a Mama Cora, recién desaparecida, y deja caer que van en “su
descapotable”. Pedro Rodríguez es Sergio, un hombre con cierta bonhomía y
algo perezoso y Simón Ferrero encarna a Jorge, algo patán y el miembro más gris
de esta incómoda familia, con su carga de culpa por su nivel de vida
desdichada. Uno de los instantes más
dinámicos es la irrupción de Emilia (Matilde Donoso); un personaje que solicita
difícil equilibrio entre la tragedia, el histrión y el patetismo; que la actriz
saca adelante con meritorio dominio del lenguaje gestual, arrancando carcajadas
desde la platea.
Esteve
Ferrer se ha inspirado en la película homónima (boicoteada en su estreno) dirigida
en 1985 por Alejandro Dorio, donde la familia se llamaba Musicardi. Mientras
esperan la carroza que, supuestamente, trae a Mamá Cora, la familia destapa
todas sus miserias. Como si de insectos se tratara, los diálogos y actitudes
nos van mostrando su conducta, sus modos de supervivencia, sus desdichas. Tras
el disfraz de la carcajada, la catábasis de Eurípides (descenso a los
infiernos), oculto con el embozo del humor, hay una carga de profundidad que se
adelanta a su tiempo a modo de fábula ecuménica.
La
música eighties sirve de
transición, dotando de fluidez el desarrollo, donde no hay tiempos
muertos. Esperando la Carroza
deviene denuncia social, análisis entomológico de la disfuncionalidad del núcleo
familiar, caricatura de la clase media y
estudio de la hipocresía cotidiana. Moviéndose con equilibrio en el
difícil territorio de la farsa, La versión de Suripanta es una notable
propuesta escénica donde la combinación de lo cómico y lo dramático, el absurdo
y lo cotidiano, la sátira y lo descarnado, aseguran carcajadas, reflexión y
diversión. Larga vida a la familia Costa.
EQUIPO ARTÍSTICO
Autor JACOBO LANSGNER Dirección y
adaptación ESTEVE FERRER
Diseño de iluminación JUANJO LLORENS Diseño
de escenografía MERCÈ LUCCHETTI Diseño de
vestuario MAITE ÁLVAREZ Diseño gráfico JAVIER
NAVAL Audiovisual ANTONIO GIL APARICIO (EMBLEMA FILMS)
Producción ejecutiva y Ayudante de dirección PILAR GÓMEZ Ayudante
de producción JESÚS MARTIN RAFAEL Dirección de Producción PEDRO
RODRÍGUEZ
Una producción de SURIPANTA S.L
REPARTO
PERSONAJES Y ACTORES
Susana ANA GARCÍA
Elvira ANA TRINIDAD
Nora PACA VELARDIEZ
Jorge SIMÓN FERRERO
Sergio PEDRO RODRIGUEZ
Antonio PEDRO MONTERO
Emilia EULALIA DONOSO
Matilde MARINA MORALES
Mamá Cora JESÚS MARTÍN RAFAEL
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