Un escenario parco, desnudo, desolador. Un hombre sólo. Un actor que se enfrenta al reto de transmitir el horror vivido por otro. Un viaje hacia el otro lado del espejo, hacia la oscuridad del ser humano. La oscuridad de nuestra sociedad. Una única arma: La palabra.
Primo Levi reflejó su experiencia en los campos de concentración nacionalsocialistas y reivindicó la palabra como defensa frente al mal, como testimonio, como recuerdo.
Cámara Negra aborda este montaje con la misma valentía con que lo hizo levantando “Clausura de Amor”; una pieza espinosa y arriesgada como toda la obra de Pascal Rambert. Un texto que radiografía una generación, que indaga en el vínculo entre artistas y creación, abriendo en canal a los protagonistas.
Si esto es un hombre asume el riesgo de romper la cuarta pared desde la primera línea de dialogo, de implicar al espectador (carne y sangre) desde las palabras iniciales, de pedir participación emocional a quien no tiene referencias sobre la dureza del espectáculo que ha ido a visionar. Carlos Álvarez-Ossorio se desnuda (literalmente) a nivel emocional en un montaje ágil pese a lo árido y penoso de la propuesta. Incluso juega con lo metateatral utilizando referencias cinematográficas como la “Shoah” de Claude Lanzmann.
El monólogo no sólo se centra en las vivencias de Primo Levi durante sus diez meses de infierno en Monowitz. Es una paleta viviente y sangrante sobre el ser humano y su capacidad para crear (y resistir) el horror. Un mensaje de plena actualidad en un mundo donde las dictaduras invaden países ante la mirada consentidora de los otros, donde los hombres huyen de su historia, de guerras interminables, del hambre y la miseria.
Carlos Álvarez-Ossorio se va transmutando en “menos humano” conforme avanza el monólogo. La anulación del ser humano es patente en su actitud corporal, en sus reflexiones y sentimientos de culpa y degradación.
El uso de una iluminación (Violeta Martínez Rivera) expresionista, luces laterales o cenitales, duras, intensas, produce una sensación de ajenidad, de extrañeza sobre la propia condición humana. Se acompañan de acertadas proyecciones sobre cuya explicación va avanzando el drama, como pilares verbales que sostienen la arquitectura humana y dramática. La luz diseña cuadros (metafóricos de la soledad) sobre el suelo o gravita, a modo de péndulo, peligrosamente, sobre el prisionero en un juego que bebe del tenebrismo barroco. Los efectos sonoros (Xoán Escudero) y musicales potencian la inquietud y la sensación de crispación e incomodidad.
El actor realiza un intensa maratón en lo interpretativo (y en lo humano) para mostrarnos ese “descenso ad inferos” que acontece a las víctimas de los totalitarismos. Porque aunque parte del texto de Levi y sus experiencias personales, este texto puede aplicarse a todas las ideologías extremas que anulan al ser humano, sean del color que sean.
El trabajo corporal es agotador. El proceso de animalización se puede casi palpar, el sudor, la miseria, el agotamiento anímico hasta que la cosificación es efectiva.
El periplo para conseguir la representación del texto fue arduo (casi diez años). Los deseos de los herederos no permitían llevar a las tablas este terrible (y hermoso) testimonio del abismo humano. Hasta que encontró la oportunidad a través de la editorial Eianudi.
Cámara Negra sigue su tesis de “dejar el escenario vacío”: Una silla, las botas metafóricas del protagonista y la ropa de que se va desprendiendo como las hojas de un árbol humano caduco son las armas escenográficas que “arropan” la desnudez del texto y del prisionero.
La otra arma es la palabra que surge del hombre. Una palabra adecuadamente medida, con poderosa declamación y dominio del tempo que, consiguen que la duración de la obra (85 m.) apenas sea percibida por el espectador.
Cámara Negra nos invita a un viaje a los abismos del ser humano, hacia las vísceras, hacía los sótanos más profundos. Hacia la universalidad del horror, aunque se disfrace de un periodo histórico concreto. El protagonista realiza preguntas viscerales a los espectadores, implicándolos, obligándolos a participar en la ceremonia del horror y a significarse. La propuesta de Carlos Álvarez Ossorio y Cámara Negra nos invitan a adentrarnos en la destrucción emocional y física, a la deconstrucción del ser humano. Hacia la insania en una ceremonia que solicita llegar hasta el límite. Teatro desnudo de artilugio, pero pleno de dramatismo.
Una propuesta visceral, necesaria, valiente e imprescindible que se suma a la calidad ya reconocida de la programación del Festival Internacional de Teatro Vegas Bajas. Teatro en estado puro.
“Vosotros que vivís seguros
en vuestros cálidos hogares
vosotros que os encontráis al volver por la tarde
la comida caliente y los rostros amigos
considerad si esto es un hombre
hemos llegado al fondo
una condición humana más miserable no existe
no tenemos nada nuestro
nos quitarán hasta el nombre”.
Juan José Villanueva (dramaturgista y asesor de actuación) | Alfonso Hierro-Delgado (asesor de alemán y de cuerpo) | Violeta Martínez (Iluminación y técnica), Álvaro Rodríguez Galán (fotografías) | Fátima R. Varela (comunicación) | Miguel Ángel Olivares (grabación vídeo) | Pablo Nieves (barítono) | Xoán Escudero (grabación sonora) | Carlos M. Carbonell (distribución)
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