La Rapsodia Portuguesa fue compuesta por Ernesto Halffter entre 1935 y 1940, desde su “medio exilio” de Lisboa, donde dirigía el Instituto Español. Olvidándose un poco de Stravinsky y Bartók (el exilio paralizó parcialmente las vanguardias), retoma la mirada hacia Ravel. Un tardío romanticismo le lleva a la utilización de fermatas chopinianas y cadenzes, aunque se pueden rastrear las referencias ravelianas (los tetracordos) y de Scarlatti (pulcritud y claridad). La orquesta fusiona (homogéneamente) esa textura halffteriana, donde romanticismo, casticismo e impresionismo, se misturan fluidamente, respetando la lógica constructiva de los sucesivos eventos (fados, tonos humorísticos, canciones amorosas), manteniendo el pathos de inspiración popular, sin obviar los recursos y motivaciones disímiles. Extractos que casi rememoraban a Falla, pasado por el tamiz de lo lusitano, en perfecto equilibrio ambos mundos. En los dedos de Marta Menezes, navegantes en mares ravelianos, también podían rastrearse las sugerencias de Liszt, que dimanaban de una técnica prodigiosa, apoyada en unas manos especialmente dotadas morfológicamente para este instrumento.
Jaime Martín. Director |
La saudade llega en la sexta sección, con ese “fado de Coímbra”, con uso del rubato para conceder un matiz doliente y melancólico, que pasará a tomar una estructura casi barroca en la séptima, con sus ritornelli y amplia brillantez en la agrupación, de marcado carácter técnico y efectos sincopados en la figuración de la pianista. Los valores largos dotan de languidez al descenso melódico de puntillado ritmo. Después, el tresillo español nacionalista, sirve de colofón. Un sendero de trinos en violas y pizzicatos en chelos y contrabajos, un viaje a través del hipnótico ostinato de la sección de la “Canción de cuna” o los aires de danza, las síncopas y los acentos en las partes débiles, llega el epílogo. Por el camino, la libertad de expresión de una obra que se aleja de las complejidades, basándose en seductores colores orquestales y gran vitalidad rítmica.
El final es brillante, majestuoso, a través de la coda que insiste en el acorde de La Mayor para concluir frente a un público entregado que reconoce el talento y la creatividad.
La Cantiga d´amor del polifacético José Vianna da Motta, llegó como excelso obsequio al respetable. Vianna fue un hombre del Renacimiento que traducía, filosofaba, ejercía la pedagogía o demostraba su formidable técnica cuando se sentaba delante del teclado. Tan formidable como la destreza de la joven pianista Marta Menezes, interpretando una obra en la que Vianna bebió directamente de su referente, Franz Liszt. La pianista navegó con agilidad por una partitura, a caballo entre el romanticismo y la referencia nacionalista, que se imprimió en 1904 (Porto: Eduardo Fonseca, n.d. (ca.1904). Plate E.F. 41.) Esta es una obra enmarcable en el llamado Iberismo Cultural. Los ágiles dedos de la pianista recorrieron un río de sentimiento ibérico, con reminiscencias andaluzas (e incluso asturianas) que se misturan con el romanticismo más canónico. La intérprete, de notable empatía con el público, recorre la estructura de la Cantiga, saltando del moderato, al ritenuto, con deslumbrante ritmo en la izquierda, simulando un acompañamiento de guitarra, mientras la derecha destaca acentos fadísticos. La escritura del ostinato reproduce la interpretación de la guitarra de punteos repetidos en una sola cuerda, sucesivamente en diferentes dedos.
De hecho, Vianna retoma el motivo
de Alexandre Rey Colaço en su forma de trabajar los fados, dando énfasis en el
compás fuerte y conduciendo la línea melódica a una parte débil del tiempo.
Pero no la deja suspendida (como Colaço) sino que la lleva a una nota
sostenida. Estructurada con
reminiscencias del lenguaje de F. Liszt, efectua un cambio de modo mayor al
modo homónimo en menor. Aquí la digitación y delicada claridad de la pianista
sugiere nostalgia (muito delicado) y
dramatismo (doloroso), no exento de
cierto fatalismo, inherente al fado. Huyendo de la erudición romántica alemana
que caracteriza al Vianna de obras como “Souvenirs Op. 7, en claro acercamiento
a lo nacionalista-popular. El mismo Vianna aclara en una carta, escrita el 3 de
noviembre de
Ernesto Halffter |
Esta pieza de carácter popular
fue escrita por Vianna cuando volvió a Portugal, después de 1893 y está
incluida dentro de las Cenas Portuguesas
Op. 9 y supone la primera creación nacionalista de propia génesis. En la carta
dirigida a Margarethe Lemke, el propio Vianna reconoce haber escrito la Cantiga
el 20 de junio de 1893 y dedicarla a las “damas de Portugal”.
Javier González Pereira. |
Joaquín Turina |
Extraída de la novela de José Mas titulada “La Orgía”, esta partitura extrae tres epígrafes que encabezan cada una de las tres danzas. Más era un espíritu sevillano, fruto de su entorno que desarrolló un romanticismo oriental en su escritura, sin perder de vista el paisaje (y el paisanaje) hispalense. El termino “orgía” de 1919, obviamente no se corresponde con esas connotaciones posteriores con las que, la evolución semántica, ha dotado al vocablo. En “Orgía”, el autor sevillano extrae oro puro de su utilización del argot gitano (caló) y contiene diversas referencias musicales. La orquesta navega con precisión (no exenta de profundo sentimiento) por los acordes alterados de matiz romántico, los elementos impresionistas y las escalas modales y hexágonas, elementos estilísticos del nacionalismo, carentes todas de armaduras de clave, ya que las alteraciones son accidentales.
La minuciosa labor de la batuta, con gran fuerza incisiva y de hondo sentimiento fue correspondida por un público entusiasta. Especialmente el segmento “La Orgía”, donde Turina utiliza un tema (a modo de Scherzo) que ya aparecía en la comedia lírica titulada Margot. Una última sección, con adornos, dibujos flamencos y (ciertamente) una verdadera orgía de maderas, colores, graves y violines, con giros evocadores de cante flamenco.
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