Acercarse a un cineasta como
Darío Argento, habitual en los cenáculos de culto seventies, y uno de los más
reconocidos de la cultura popular italiana, supone enfrentarse a una serie de dilemas
estéticos y coyunturales o desafiar a los acérrimos del “giallo” en un
rocambolesco y sordo diálogo de besugos. Porque Argento es hijo de una época y
una ornamentación, como lo fueran el resto de oferentes del subgénero: Mario
Bava, o Lucio Fulci, sumos sacerdotes del rojo arterial y el filo de cuchillo.
La búsqueda de lo malsano en la premisa argumental, lo efectista en la puesta
en escena, una atmósfera visual de pesadilla y un cromatismo enfermizo son las
características de la que algunos señalan como su trabajo más representativo.
Invadida de todas las virtudes y defectos de esta tendencia fílmica, Suspiria
es una obra de autor sin un momento de duda, aunque sus valores puedan ser
cuestionados, sin olvidar la época y el momento de su gestación, que
condicionan el desarrollo conceptual y visual de toda obra. Argento ha optado
por una abigarrada composición visual, deudora de otras arquitecturas fílmicas
para su puesta en escena. Diseños aritméticos, búsqueda de una composición
pictórica, cromatismo chirriante con colores primarios, rojos, azules, verdes.
Vidrieras
caleidoscópicas Art decó, formas geométricas en puertas y paredes, pasillos
opresivos teñidos de vivos colores (ese rojo de cuarto oscuro de revelado) y el
neón como bandera. El “Giallo” nació como subgénero de la mano de los
directores anteriormente referidos, teniendo como origen el Thriller
clásico y tomando su nombre de las cubiertas de novelas policíacas menesterosas
que se editaron en Italia en la década de los 30 y cuyo color era el amarillo
(giallo en italiano). El cliché sicoanalítico forma parte del juego y la trama
se desarrolla basándose casi exclusivamente en el elemento visual y formal.
El
morbo se apodera del conjunto, a pesar del intento de estilizar la premisa. En
pocas producciones de la época se permitirían un apuñalamiento de un corazón, a
través de una caja torácica abierta como visionamos en esta película. Eso si,
todo supeditado a la coreografía y el efectismo visual, desarrollando la
“sequenza lunga” o largas secuencias de violencia explosiva en plano detalle.
A
esto la añadimos características sobrenaturales de los perpetradores de
violencia, y el espectador se encuentra ante la más pura expresión de este
tendencia italiana que comenzó su decadencia con el auge del “Slasher” (cuchillada)
a finales de los 70, donde los asesinatos de adolescentes fuera de la
vigilancia de adultos, los sicópatas con máscaras y las sierras eléctricas se
convirtieron en la marca de la casa.
En “Suspiria” ya encontramos algunos de
los estilemas del autor: cortinajes de terciopelo, primeros planos de ojos,
fauna repulsiva (gusanos) y la utilización del plano subjetivo. Otra de las características
de este director es la utilización de títulos poéticos y fetiches sonoros que
nada tiene que ver con el contenido hemoglobínico de las cintas como “El Pájaro
de las Plumas de Cristal” o “Cuatro Moscas sobre Terciopelo Verde”. En la obra
de Darío Argento se pueden rastrear influencias fellinianas, hitchconianas y
toque de Sergio Leone o el mismo Antonioni. Suspiria, es la primera de una
trilogía que Argento no culminaría hasta el año 2007 con “La Tercera Madre”,
debido a su situación financiera. Tres antiguas brujas que habitaban en
ciudades modernas y que tuvo su intervalo en “Inferno”, un producto irregular y
algo plomizo, con su habitual cuidado estético y fotografía sicodélica.
Su
mejor produccion es, posiblemente, “El Síndrome de Stendhal” (El Arte de Matar)
donde thriller y psicología se dan la mano, bajo la sombra de Hitchcock, Brian
de Palma y el simbolismo de Lynch, recuperando su acostumbrado esteticismo,
entre oníricas escenas.
Posteriormente realizaría dos
notables trabajos para una excelente serie de culto (y hemoglobina), en Master
of Horror dirigiría dos episodios: el impactante “Jennifer” y “Pelts”. Uno de
los mayores lastres del cine de Darío Argento es ese uso de banda sonora
machacona, enervante, estridente y absolutamente disímil de lo que se está
desarrollando en escena. Aunque este es un mal achacable al contexto y época en
que inicia su carrera. Un tema repetitivo hasta la saciedad (compuesto por el
director y los clásicos del rock progresivo “Globin”) que termina irritando en
lugar de contribuir al desarrollo de la tensión narrativa. Posteriormente
Argento se redimiría de estos pecadillos utilizando la partitura de Ennio
Morricone o de autores clásicos en “El Arte de Matar”. Para crear “Suspiria”,
el autor se apoya en lo que después serían estilemas del género: Sirviente
tarado física y mentalmente, niño andrógino vestido como una muñeca de época,
gobernanta de siniestra sonrisa y un largo uso de clichés que funcionarían con
efectismo y sentarían las bases
posteriormente para el cine de susto. Argento trata de emular a Leone, con
quien colaboro en el inicio del guión de la notable “Hasta que llegó su Hora”,
o a Jean-Pierre Melville. Utilizar un guión escueto para disfrazarlo con el
apartado visual, un ejercicio de estilo que resulta vacuo (hermoso
plásticamente y elaboradamente barroco, eso sí) pero arrastrado por las
carencias del guión y los lugares comunes. La hipérbole visual (y la machacona
melodía) no logran elevar la carestía del conjunto.
La obsesión estética
devora a un guión que hubiera necesitado de un férreo desarrollo. Este fue el
último trabajo de Joan Bennet (la inolvidable “Mujer del Cuadro” de Fritz Lang.
También aparece ocasionalmente un jovencísimo Miguel Bosé como bailarín. Grúas,
contrapicados, cromatismo lúdico y un concepto enfermizo de la puesta en
escena, destinado a que el espectador no se quede indiferente, y que causo
conmoción en su época, poco acostumbrada a estos excesos visuales. Momentos
vergonzantes como el del ataque del murciélago con hilo, ¿homenajes? a
“Repulsión” de Polanski, o desarrollo excesivamente teatral son algunos de los
flecos que cuelgan de esta producción, no obstante venerada por los acólitos de
este cine como iniciática.
Reminiscencias del expresionismo alemán en esos
pasillos y ventanales elaborados, querencia por el exceso, el technicolor,
planos secuencia y abuso de zooms, ambiente sicodélico (LSD), son otras
características de esta “Mater Suspiriorum”, hoy convertida en obra de culto
para los seguidores de este estilo. Una fábula perversa, en el más puro
concepto del “giallo” que seguirá generando polémicas entre los que ven una
obra maestra en lo visual y quienes destacan un guión fallido, interpretaciones
anodinas, villanos risibles y un epílogo homenajeando “La Caída de Casa Usher”
de Allan Poe. Sobre gustos…Añadir que el título esta tomado de Thomas de
Quincey y su libro de ensayos “Suspiria de Profundis”. Un autor que pensaba que
el asesinato era una de las bellas artes. Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.