Cuando una formación elige obras
del “cura rojo” (Il Prete Rosso) para su programa, lo hace apostando sobre seguro,
apoyándose en el maestro veneciano que cimentó el género del concierto. Mayor
acierto; si cabe, cuando se elige un programa ecléctico y diverso, donde los instrumentos
solistas van cambiando, hasta encontrar atípicas manifestaciones como la
mandolina o la trompeta. Vivaldi empezó a tocar el violín a una edad temprana.
Dispensado del oficio religioso debido a problemas de salud, dedico su vida a
la música. Los conciertos de Vivaldi siguen la estructura típica de la Obertura Italiana
(Rápido/Lento/Rápido) destacando el uso del ritornello y los solos, que
funcionan como episodios modulantes, estableciendo otros tonos, que quedan confirmados
con la entrada del ritornello en la nueva tonalidad. La agrupación ejecutó con
cuerdas de tripa (que proporciona un sonido cálido y profundo) y arco barroco,
lo cual dio lugar a repetidas afinaciones, ya que la variación de condiciones
ambientales obliga a su ajuste. Todo sea por la veracidad histórica interpretativa.
Abrieron el programa los
trompetistas Juan Fco Chávez y Antonio Escalera, con una obra de la que no se
sabe mucho: el Concierto para dos Trompetas en Do mayor Rv 537. Una obra del
repertorio “trombettistico” del sacerdote veneciano, cuya única fuente es un
manuscrito de la Biblioteca
nacional de Turín, donde ya se encuentra esa costumbre de los maestros barrocos
de reutilizar partituras anteriormente escritas. Zonas del segundo movimiento
aparecen en su “Concierto per Archi”, concierto para violín Rv 110. Es esta una
obra muy espontánea, cuyo manuscrito está lleno de rectificaciones y/o
adaptaciones en su hoja habitual de diez pentagramas. Los músicos desarrollaron
el carácter brillante del instrumento (a la manera de fanfarria) en un diálogo imitativo
que fue resuelto con técnica certera y sentimiento, para la única incursión de
trompetas solistas en el corpus vivaldiano.
Vivaldi incluyó dentro de L´Estro
Armónico; una colección de conciertos agrupados por orden
cronológico; la siguiente obra del programa: Concierto para dos violines en la
menor Rv 522, que se cataloga como el nº 8, fue interpretado con fluidez y
calidez por Jorge Almansa y Laura Ferrera.
Los “Conciertos” del veneciano
son una expresión musical sin precedentes. Él no es un discípulo de Veracini,
ni de Corelli, ni de los Tartini. Su inventiva y genialidad discurren por otros
senderos. La emoción es el cuño de la partitura. Partiendo de conceptos que
aúnan las reglas de la música instrumental con los de la teatral, tomando
recursos de la música operística, consigue hibridar lo mejor de cada mundo
(rasgos rápidos, unísonos de la orquesta, supresión de los bajos, pizzicato)
para simbiotizar ambos conceptos
El Concierto nº 24 en sol menor
RV 531 para dos violonchelos, fue probablemente compuesto durante su permanencia
en el Hospicio de La Piedad
de Venecia, donde realizaba representaciones con las niñas asiladas. Este
concierto posee una extraordinaria belleza. Dramático y tempestuosos el 1º
Movimiento, destacable en su melancólico 2º movimiento; que fue desgranado con
sentimiento y técnica; por los solistas
Guillermo Turina y Elena Domínguez, abriendo enérgicamente el “allegro", recreándose en el hermoso largo para concluir en un allegro habitado de un
barroquismo de manual. Durante el Largo los violonchelos exponen su
melancólica cantinela, con el apoyo discreto del bajo continuo al modo de una
sonata en trío. Se ofrecen algunos instantes de virtuosismo: escalas rápidas,
arpegios, diálogos entre los solistas y en relación con el tutti.
Concierto para dos mandolinas en
Sol Mayor Rv 532. Existe un escaso repertorio para la mandolina. Vivaldi
escribió dos (sin contar las partes para dos mandolinas del Rv 558) cuyo
resultado fue extraer de la música popular un instrumento que apenas se había
utilizado en otro género. Vivaldi se acercó a la mandolina sin referencias ni
tradición, como la abundante que existía para otros instrumentos. El resultado
que extrajo de su sonido metálico y melancólico, sus colores agudos, sus
armónicos es de una profunda melancolía. Los mandolinistas Héctor M Marín
Téllez y Eduardo Marín Téllez (pulsación certera, dominio del plectro) ejecutaron
un estribillo ágil, esplendente que envolvió en textura barroca en ese curioso
juego de repeticiones del diálogo que escribió Vivaldi.
Casi como aspirando a evocar
el ausente clavecín (eliminado de la partitura por semejanza tímbrica). La
creación de confusión, al introducir en el bajo continuo un instrumento de timbre
similar al solista, no estaba permitida. La melancólica belleza del segundo
movimiento (biseado al final del concierto) es excepcional, y los intérpretes
supieron arrancar de las metálicas cuerdas y del sencillo fraseado, evocaciones
sonoras donde para construir un movimiento pellizcado, arropado por los suaves “pizzicati” de la orquesta. En el tercer movimiento retorna la energía a los
tañedores y la danza de tonalidades conducidos por una técnica trabajada y
certera. El ingenio del compositor evita que la mandolina quede sumergida por
las voces orquestales. De modo que suelda las partes de viola y violín en una
sola línea, o reduce el acompañamiento al bajo continuo. El estilo puramente
Veneciano del presbítero es decisivo en la evolución del violín, no en vano él
era un gran instrumentista que llega a escribir 22 conciertos para este
instrumento, donde el lucimiento del virtuoso sería una de las características,
junto a la consolidación del concierto “per soli” Las dos últimas obras
interpretadas por la orquesta eligen el violín como solista.
El Concierto para dos violines en
sol menor Rv 517 es casi un “estándar” muy interpretado en todo el mundo.
Marcado en su Primer Movimiento por un carácter anacrúsico; ejecutado por
todos los violines al unísono; se desarrolla con trinos endiablados. En el
segundo movimiento el tema lento pasa de un violín al otro y retorna tras unas
progresiones ascendentes. Es breve y desemboca en el carácter polifónico del
tercer movimiento. Interesantes pasajes como cuando los solistas simulan una
polifonía en cada instrumento, con alternancia de trinos y notas pertenecientes
a una melodía. Ejecución correcta y exquisita de Joseph Martinez Reinoso y
Fabián Romero.
Como obra postrera la orquesta regaló el Concierto para cuatro
violines en si menor Rv 580 en un prodigio de digitaciones y diálogos. Una
emocionante propuesta donde era difícil evaluar cual de los ejecutantes (Sara Álvarez,
Marutxa Vázquez, Miguel A. Navarro y Joan A. Ferrer) descifraba más
intensamente la partitura. Un epílogo pleno de barroco arrebatador y envolvente,
de majestuosa estructura, con el trazo genial que extrajo Vivaldi de la paleta
de las armonías. Un deleite para los sentidos.
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