¿Una orquesta donde algunos integrantes
parecen recién salidos de un casting de Mad
Max? ¿Un solista que baila mientras interpreta
a Vivaldi? ¿Una batería integrada en medio de
una orquesta? ¿Led Zeppelín al violín? No se
preocupen, Se trata de un Concierto de Ara
Malikian, sin ninguna duda. Los acérrimos
seguidores ya conocen estas peculiaridades del
músico libanés. Para los recién llegados, no pasa de ser mera anécdota, una vez que oyen la
precisión de los primeros compases y la técnica apabullante que se oculta tras esta
parafernalia que podría causar recelo al purista; pero que no lo hace; se convierten en esclavos de esta catarata de semicorcheas lisérgicas. Es tan precisa la
técnica, tan profundo el sentimiento. En escasos instantes, el violinista de la melena
leonina se ha apoderado del espectador más reticente. La sección de cuerdas vibra en todo su
esplendor. Las entradas de los vientos son espectaculares. Arrancan a sus instrumentos
(especialmente chelos y contrabajos) sonidos casi humanos, jugando sensaciones con los
arcos, y abundante uso del “pizzicato” desde los primeros compases de este enorme
concierto.
Por no hablar de los efectos onomatopéyicos que Malikian extrae de la cuerda. De los exactos
lamentos. De las precisas heridas. O de la endiablada digitación de algunas obras.
La pieza "1915";
con un preludio donde la orquesta semeja casi un órgano de tubo en su armonía; se dedica
a la memoria del genocidio Armenio (nunca reconocido), a través de efectos sonoros que
rememoran el llanto humano, casi infantil. Un extraordinario y conmovedor clamor universal. "1915" es una obra certera y perturbadora, que arrancó tristeza de las piedras
antiquísimas. Por momentos, el violín navega en solitario, extrayendo el dolor de las
profundidades del alma.
Cuando se mixtura con el cuerpo orquestal se
convierte en una elegía intraducible.
El legado del
dolor, que el libanés alquimiza en las cuatro cuerdas
con un dominio; ya no sólo técnico; como una certera
herida humana y luminosa, iluminó esa noche las
gradas, hasta llegar a la entereza de la coda final.
Excepcional partitura, aunque el propio Ara no se
defina como compositor. Los interludios y monólogos
entre obras, nos presentan a un músico que además
domina el arte de la palabra. Un artista que encandila
con la narración y (de paso), descansa de sus
ejecuciones tremendamente plásticas, donde derrocha energía. El violinista se mueve como
un pequeño duende, envuelto en aromas arábigas, mientras regala una versión del
“Zyryab”; obra compuesta en 1990 por el guitarrista Paco de Lucía; donde lo andalusí se
mixtura con lo "jondo". El solista mantiene un “triálogo” flamenco con las cuerdas de sus
compañeros. Zyryab fue el sobrenombre (pájaro negro) que recibió el músico cordobés
inventor del plectro (púa). Malikian nos lo cuenta entre vetas de jamón ibérico y picos. O
sorprende con una esplendorosa versión del “Pena, penita, pena” que sublima y eleva el
original a límites insospechados, mientras narra como se hizo pasar por judío durante
años, amenizando bodas hebreas. “Pisando Flores”, la canción nacida de aquella
experiencia, es una leve danza con reminiscencias hebraicas, que Malikian entremezcla con aires casi
“manouches”, en sus tempos acelerados.
Travesura musical, donde el sentimiento se mixtura con el júbilo “gipsy” de una digitación hiperbólica
Uno de los momentos más
intensos orquestalmente, fue cuando la agrupación atacó la "Fantasía de Sarasate", en la cual, se produjo la típica novatada del espectador que aplaude antes de terminar la obra completa. Malikian salvó humorísticamente el instante, asegurando que: "Sarasate había escrito
mucho más".
La “Ara Malikian Sinfonic” desata su coreografía
zíngara sobre el escenario en la pieza titulada “Backgammon” y su
“rollo morito”, como el monologuista Ara definía esta melodía. A lo largo del concierto, el violinista
paseó al público por un ecléctico recorrido de
géneros, países y sensibilidades. Desde una
portentosa revisitación del “Life or Mars?”, que el
británico Bowie publicara en su álbum “Hunky
Dory”, pasando por una versión (celebrada por los
asistentes) de los míticos Led Zeppelín, de su canción “Kashmir”, con el violín sustituyendo al
vocalista Robert Plant”, que sólo el talento del
músico como arreglista podía sacar adelante. Su
carisma es tal que puede sublimar la copla más
castiza y carpetovetóniva (Pena, penita, pena),
para elevarla a cotas de virtuosismo con una
digitación precisa, irreprochable (puristas
tomando nota).
El león libanés deja que el cálido
aire emeritense mueva su melena durante ese amable y juguetón vals, dedicado a su hijo
Kairo. Juega con los tiempos, dilata los silencios entrecortados. Bebe de diversas
fuentes del universo de la cuerda, con reminiscencias de cine mudo. Después narra; con un
sentido del humor apabullante; como se desligó del grupo de Boy George, con el que tocaba
un concierto, electrizado por la banda de rock alternativa “Radiohead”.
Este “violinista en el tejado” se saca de la manga un arreglo del “Paranoid Android”, que
hizo las delicias de un público entregado, que abarrotaba hasta en lugares inverosímiles las
gradas de piedra. Como en todas sus actuaciones regaló una obra “estándar” que siempre
está “recién salida” y que cambia según la localidad donde interpreta la orquesta,
Era el
momento de la “Rapsodia Emeritana”, juego de palabras con el que bromeó con el
patronímico de la ciudad. El violín en manos del músico es un apéndice vibrante, una extensión de
sus propios dolores, percepciones y vivencias. La “Sinfonic” regaló una palpitante ejecución
de Vivaldi. Para cerrar boca a puristas recalcitrantes, y recordar que el antiguo concertino
ha echado los dientes en ese “foso” del que escapó. Que esto es el resultado de años de falanges rotas, de huellas dactilares calcinadas
para alcanzar esa técnica irreprochable.
La sensibilidad y el nivel de comunicación, vienen de fábrica. No todos los ejecutantes lo
consiguen, pese a las horas de estudio. No olvidemos que se trata de una orquesta sin
director, cuyo solista se pasa los academicismos por la melena. Como coda final, la
agrupación se guardaba un as en la manga. Un epílogo de los que dejan buen sabor de boca.
Se trata del arreglo que el violinista August Wilhelmj, realizó para del "Aria de la Suite
Orquestal nº 3 en re mayor" de Bach. He escuchado muchas versiones de este “Aria in G
string”, pero la interpretación del libanés tiene trazos de alquimia. Se trata de una obra
engañosa. Aparentemente simple, pero que oculta cascadas de intensidad en su partitura,
con una melodía que se columpiaba entre los asientos, mientras el músico caminaba (como
entre las aguas), con el acento rítmico en las notas circuladas.
Tono largo, frente a figuras que se van moviendo. Movimiento
y respuesta. El libanés enmudeció a un auditorio que, hace
unos instantes, se destrozaba las palmas aplaudiendo a Led
Zeppelín. Solo Ara Malikian es capaz de moverse entre los dos
mundos, de estremecer cada fibra con un aria de repertorio
clásico, caminando entre piedras milenarias, o hacerte latir y vibrar con
el ritmo de una adaptación rockera. Sólo él puede sublimar una copla, enriquecerla con una ejecución de virtuoso que acalla al más acérrimo crítico,
recordándose que está forjado en el crisol del clasicismo más
exigente. Y aprobado con nota. Este “15 Sinfónico” es prueba de ello. Es Ara Malikian. Si
pueden, intenten verlo alguna vez en su vida. No se arrepentirán.
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