martes, 30 de agosto de 2016

Marco Aurelio: Noble epílogo para el 62 Festival de Teatro Clásico de Mérida

  




Es una satisfacción cuando producciones con ADN extremeño dejan alto el listón en un escenario que les pertenece por derecho propio, luchando contra manufacturas más potentes en lo económico o contra el indudable reclamo de profesionales más acreditados en lo mediático. Obra nacida de la pluma del escritor Agustín Muñoz Sanz; neófito en dramaturgias; el resultado es un noble y respetuoso texto (para el espectador y para el historiador) sobre la última semana de vida de este atípico emperador, casi un humanista. El trazo literario originario, ha sido recreado (a modo de palimpsesto) por tres profundos conocedores del espacio escénico, para adecuar la prosa al dinámico y peculiar mundo de las tablas, dónde figuras, densidades y reflexiones, no son válidas en el tiempo-espacio que señorea el patio de butacas. 



El notable resultado de la colaboración de Miguel Murillo, Eugenio Amaya y José F. Delgado, deviene en una versión acondicionada para las características teatrales, palpitante y dinámica. Un resultado final menos retórico y más “digerible” para la platea.. que pule esa tendencia del literato a recrear subjetividades, adensar al texto o recrearse en retóricas válidas para la literatura leída, no para la declamada. Contribuye a ello la precisa composición del coro/ballet, dirigido por María Lamas, que se mueve optimizando la amplitud del incomparable marco. Coreografías vitalistas y engarzadas con precisión en el armazón dramático, obteniendo un resultado donde el componente plástico se mixtura con el verbo cálido de unos actores que emiten con limpieza, proyectan la voz según los cánones y se remansan con fluidez en el espacio escénico. La yuxtaposiciones del cuerpo de baile y el texto, se convierten en transiciones que acercan a las situaciones históricas y vivencias (peste, guerra, muerte). La creación de Marco Aurelio por parte del madrileño Vicente Cuesta es cercana y empática. Carece del peligroso histrionismo a que invitan los sátrapas dramatizados, apoyado en la calidad humana y reflexiva del personaje. Aumenta la dificultad, representar la enfermedad pulmonar del emperador, pero sin excederse. 

La notable partitura de Mariano Lozano-Plata se hibrida con los instantes convulsos, con las emociones y frustraciones, como un personaje más en medio de una solvente utilización del espacio escénico (Diego Ramos) y subyugante iluminación (Fran Cordero) que extrae de las piedras milenarias todos los recursos posibles, apoyados por el experto pincel de Pepa Casado en la caracterización. Fábula o simbolismo universal sobre la fatalidad. Meditación sobre el hado funesto; no exenta de actualidad; ya que las pasiones, los afectos, el fanatismo o la ambición; son heridas atemporales para el hombre. Destacar la espectral presencia de Maria Luisa Borruel, exudando tablas, cuyo diálogo con el hijo al que preparó para emperador, es uno de los más intensos instantes dramáticos. La tragedia de este emperador “fabricado” por Domicia Lucila, teñida de filosofía, es acrecentada por el mundano Cómodo. 

Excelente interpretación de Vicente Moirón como un espejo invertido (y cojeando) representa la perversión del mundo que anhela Marco Aurelio. La historia de este emperador “filósofo” nunca había sido llevada a escena. Jugaba pues; a favor; la novedad de la empresa. En contra, la inexistencia de referentes para su cotejo. Eugenio Amaya ha destilado el referente escrito para obtener una contundente (y emocionante) semblanza de un icono histórico, inédito en la escena, para esta coproducción del Festival de Mérida y los extremeños de Teatrapo. El acertado elenco ha vertido sobre la arena los dilemas vitales de un hombre adelantado a su época. Una historia humana y universal, que da protagonismo al verbo, a la luz y a los cuerpos danzantes como metáfora de un mundo que agoniza, frente al negativo fotográfico que ofrece Cómodo de todos los anhelos de su padre. La palabra se apodera de gradas y columnas en compases certeros, con precisión de metrónomo. La desnudez del escenario acompaña la emocionante despedida de Marco Aurelio que; como todos; acomete el último viaje, despojado de vanidades mundanas. Libre ya de monólogos y pensamientos. Caminando hacia la verdad absoluta. El público respondió con respetuosos aplausos. Salud para espectáculos como éste. Un noble epílogo para el Festival.

Fotografías de la página de Aran Dramática. Vicente Sánchez Cuesta.

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