Los Ronlaleros lo petan de nuevo. No sería mal encabezamiento, si la
intríngulis del asunto no solicitara mayor densidad y este ejercicio sublime de
meta-teatro no fuera más allá de la simple anécdota (ello no es óbice para no
remarcar castizamente que “lo petan de
nuevo”). Ron La Lá sumerge al espectador en un distopía donde el espectador
piensa que está viviendo una obra de teatro. Y rompen la cuarta y la “quinta”
pared en un brechtiano ejercicio del
más extremo metateatro. Jugando con las referencias al género “noir”: detectives, sombreros, sombras
(Detective Noir), etc, y mixturándolo con la estética steampunk o Matrix
(Teniente Blanco), la compañía peina toda la historia del teatro desde sus
orígenes. Desde la platónica caverna, hasta el mismo instante de la
representación y su juego-ficción con los espectadores. “Crimen y Telón” es un lúcido ejercicio de amor al Teatro, de devoción
por la palabra, de adoración al verbo como génesis de toda relación humana. Un
jardín de senderos que se bifurcan recorriendo el áureo siglo, el drama
isabelino, la helénica tragicomedia y los héroes que forman parte del
imaginario colectivo teatrero (y cultural): Ofelia, Hamlet, Odiseo, Laurencia o
los personajes que aguardaban desesperanzados a Godot.
Pero los ronlalianos no olvidan lo coyuntural,
los aspectos más inmediatos del arte y la cultura. Sus cargas de profundidad
explotan en los rostros de políticos, medradores, pesebreros, gestores
corruptos y demás parafernalia de parásitos vitales. Este ejercicio de ruptura
total con las reglas aristotélicas conduce a
la compañía a compartir el protagonismo con técnicos de luces, regidor o técnico
de sonido, que se vuelven protagonistas en un reivindicativo y solidario juego
de espejos, transformado en pirandelliano durante el epílogo, cuando los
personajes se leen a si mismos en el libreto. En este orweliano universo, donde se han abolido todas las artes, está
incluso prohibido pronunciar los nombres de éstas. Hermoso homenaje al poder cuasi
mágico y agitador de la palabra. Pero la compañía exprime aún más el cítrico y
nos da un hermoso paseo por el amor y la muerte, con referencias al universo en
claroscuro de Hammet y Raimond Chandler o las deducciones sherlockholmianas ante el cadáver del asesinado Teatro. El juego
del timing es perfecto, equilibrio entre los instantes musicales (donde el ronlalismo alcanza su cenit), los juegos
de luces y sombras, la humorística utilización de sombras chinescas y los (nada
velados) homenajes al arte de Talía, el cómic o el género musical.
El mismo Teatro (excepcional Daniel Rovalher), se
expresa con los modos y maneras corporales de un polichinela de la “Comedia dell´ arte”. La compañía,
dirigida por Yayo Cacéres, se enfrenta a una futura Ley Seca del Arte, con esa
ironía y humor corrosivo que es su marca de clase en la faceta musical, sin
dejar de jugar con el ritmo popular o “pegadizo” que permite salir de la
representación coreando sus creaciones. Juan Cañas festonea el papel de un
inolvidable Detective Noir, un
ex adicto a la poesía; lejano de aquella gitana desternillante de “Cervantina”;
pleno de humanidad, con un impactante monólogo sobre el arte poética. Incluso se
valen del argumento para dar un repaso emocional y didáctico a la estructura física
del teatro y sus recovecos. El aprovechamiento del espacio escénico es modélico,
la iluminación (Miguel A. Camacho) exprime todas las posibilidades, dotando de
gran dinámica al conjunto, en medio de una escenografía de Tatiana de Sarabia y
Yeray González. Esta postrera vuelta de tuerca de Ron La Lá apuesta por una estética sombría, huyendo de la
luminosidad picaresca de proyectos anteriores, pero sin perder sus raíces. Como
en la canción ejecutada en las escaleras, donde el toque ronlaliano nos remite a los mejores instantes de “Cervantina”o “En un Lugar del Quijote”. A estas alturas podemos afirmar que
estamos ante una compañía de culto, con seguidores fervientes que conocen la
textura de los manjares que van a degustar y los transmiten a futuros
infectados del virus ronlaliano. ¿La
Fórmula? Un amor intenso al Teatro y a
la palabra, pleno de inteligencia y respeto por los orígenes, textos
impactantes y trabajo. Mucho trabajo.
Estamos ante un espectáculo catártico,
nacido para remover conciencias. Una gozosa celebración del arte. Estos cómicos
de la legua saben lo que se traen entre manos y como Juan Palomo, ellos se lo
guisan y se lo comen. Transmutan lo lúdico en vehículo para el espectador
bisoño, que se acerca por primera vez, pero capaces de contentar a los
iniciados que conocen las referencias literarias y las agradecen. Jacinto Bobo
y Fran García sustituyeron en esta representación a los habituales Iñigo Echavarría
y Álvaro Tato, demostrando con eficiencia que se han empapado de la calidad del
resto de la compañía, envueltos en impactante vestuario de Tatiana de Sarabia.
Sobrevuela el libreto la reivindicación de lo bufonesco como transmisor de cultura, y hay mucha valentía en la huída hacia
delante del refugio “áureo” de obras anteriores, para defender “a capa y espada”
algo tan importante como las artes. En
los tiempos que corren cada vez más denigradas y apartadas de los planes de
estudio. Casi como en el universo distópico de “Crimen y Telón”. Aunque estos trovadores del absurdo no los menten
en el libreto, los felones aquí tienen nombre y apellido.
El público del Gran Teatro de Cáceres supo reconocer el trabajo e esta compañía con intensos aplausos.
Otras reseñas "ronlalianas" en este blog.
En un Lugar del Quijote
https://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2014/11/en-un-lugar-del-quijote.html
Cervantina
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https://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2016/07/cervantina-el-ronlalismo-como-estetica.html
https://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2017/08/cervantina-no-hay-medicina-que-cure-el.html
Ojos de Agua
https://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2015/07/ojos-de-agua-festival-del-castillo-de.html
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