La apuesta estética de la Ópera de Rostov es una impactante puesta
en escena con referentes venecianos y de la corte del Rey Sol. El libreto, basado
en “La Dama de las Camelias” es de un
desaforado romanticismo. La compañía está de gira llenando todos los teatros
donde representa esta ópera, lo cual teniendo en cuenta la duración de la obra entre
semana no está nada mal. Imposible asignar nombres a los cantantes, ya que la
carencia de información sobre ellos no lo permite. También la falta de subtítulos
despistó a aquellos espectadores que no conocían de antemano el argumento, por
muy cercano que el idioma italiano se nos antoje. No quiero pensar lo que
sucedería si se hubiera representado una ópera alemana, pese a ser La Traviata
una de las óperas más populares de Verdi. El papel de Violetta es uno de los más arduos del melodrama musical, ya que
trata de representar la complejidad de un personaje en contraposición con el
mundo en que vive, el amor como vehículo que supere cualquier límite y la
convención social y familiar. Para ello, el autor desarrolla el uso de la cuerda
y cambia el habitual “recitativo-aria”
por la fórmula “andante-recitativo-caballeta”,
desarrollando con maestría el uso de las cualidades vocales en ésta última.
La
caracterización sonora de la protagonista requiere parámetros amplios. Hay gran
contraste entre la coloratura del primer acto y la sencillez y expresividad de
los actos siguientes. En La Traviata, el compositor acerca los personajes al
público con protagonistas contemporáneos, lejanos de nobles medievales o personajes
históricos. La soprano acusó una emisión leve, sobre todo en el primer acto que
solicita coloraturas y trinados, y el “Sempre
Libera”, el que requiere una soprano ligera, deviniendo escasa potencia en
la zona media, remontando en los otros actos que requieren soprano dramática. Un
tour de force para cualquier cantante que en algunas representaciones ha
requerido de tres sopranos distintas. Sobresalientes las voces masculinas que
interpretaban a Alfredo y el barítono lírico que plantea a Giorgio Germont (el
padre) o la mezzo que representaba a Flora Bervoix. Resueltas con solvencia arias
como “Addio al passato” con sus
diversos matices, ritardandos y rallentandos
y su difícil respiración.
Ejecutada con precisión, aunque escasa sonoridad, la escena de la lectura de la carta que cada
soprano deja a su libre albedrío, El uso de la voz hablada como técnica
dramática le permite a Verdi ingresar de lleno en el realismo, otorgando a esta
escena de una escalofriante dimensión trágica. y que requiere muchos matices de la voz (Teneste la promesa), creciéndose en el “Addio al Passato”, entre el pianissimo y el acompañamiento
entrecortado de la cuerda, para este canto de cisne. Formidable el fastuoso brindisi del coro y el solista. En su
momento los censores obligaron al maestro a cambiar la época para que no fuese demasiado
contemporánea ni autobiográfica, ya que Verdi mantenía relaciones con
Giuseppina Strepponi y no deseaban inmoralidades. Correcta la orquesta y el
cuerpo de baile, cuyas coreografías se integran perfectamente en los instantes
musicales y emocionales de los personajes. Fastuoso vestuario y aprovechamiento
hábil del minimalismo de los dos niveles en el escenario, separados por una
escalera-balaustrada. Certero y evocador uso de la iluminación. Sin duda una de
las puestas en escena más impactantes visualmente que han pasado por este
escenario.
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