martes, 14 de marzo de 2023

Ammonite (2020). El difícil sendero de ser mujer.

 

                              



Estamos en 1840 y Mary Anning trabaja sola en la costa sur de Inglaterra. Busca fósiles para poder venderlos a turistas ricos, mientas sus días de afamados descubrimientos han pasado a ser un recuerdo. En aquellos días, Mary Anning recolectaba fósiles para los Museos, como el esqueleto de ictiosauro que terminó en el museo británico. Sobre esta premisa la película Ammonite (Francis Lee. 2020. Australia, EE. UU. Reino Unido) nos presenta un romance absorbente y apasionado que se enfrentará a las convenciones sociales.

La condición de mujer había negado todo reconocimiento a la descubridora de fósiles y la sociedad iba a negarle su libertad de amar. Una libertad que será enterrada como los fósiles que encontraba en la playa la protagonista (Kate Winslet). Navegando por la línea esteticista de El Piano (Jane Campion. 1993). El director construye con pericia el entorno en base a un certero diseño sonoro donde el viento, el agua, etc juegan un importante papel. Dos grandes actrices soportan el peso de una historia-ficción que nos muestra una sociedad que no estaba preparada para estas relaciones. La visión es delicada e inteligente para un drama absorbente que, se apoya en dos actrices alga para transmitir pasión a través de los victorianos corpiños.

La llegada de un científico londinense (James McArdle) a la tienda con su esposa Charlotte (Saoirse Ronan) a la que deja alojada con Anning, con la que descubre un nuevo mundo de sentimientos desde su posición glaciar, caminando con cautela por la playa.



La cámara se recrea en la espuma marina azotando las rocas, en el viento, en la búsqueda peregrina de Mary entre las sombrías rocas, las crueles playas de guijarros, entre las grietas que le muestran sus secretos. Mary es insular y de pocas palabras, parece no requerir contacto humano en medio de los silencios que habitan la casa.

La partitura (Dustin O'Halloran y Volker Bertelmann) cumple con su función de convidada de piedra. Utiliza los vacíos en que no aparece y selecciona certeramente los instantes en los que brota. Por instantes, la austeridad del film recuerda a la atmósfera de Jude (Michael Winterbottom. 1996), también protagonizada por Winslet.

No es la primera incursión en almas encendidas y humedecidas. En su debut Tierra de Dios (God´s Own Country (Francis Lee. 2017) era la relación entre un criador de ovejas y un inmigrante rumano. Aquí los parámetros de paisajes ásperos, el espejo del género, el erotismo repentino se repiten en otra historia de amor prohibido, donde los pequeños gestos y la mirada deslizante de las actrices dicen más que una página de diálogo.

El film no presta atención a la vida de Mary, que dedicó básicamente su tiempo a la búsqueda de fósiles desde su casa, junto al mar, donde un deslizamiento de tierra mató a su perro. A los doce años, su hermano encontró el cráneo de un ictiosauro, lo que daría pie a la vocación de Mary, encontrando importantes fósiles e ignorada por el mundo científico masculino. Para mayor INRI ella pertenecía a una clase social baja mientras sus “colegas” masculinos eran todos de clase alta.


La sutilidad interpretativa es la marca de las cuatro actrices. El sugerir antes que mostrar, la huída de lo explícito. Se deja mucho a la imaginación del espectador, incluso el posible desenlace.

Cocida a fuego lento, con un tempo narrativo tan grisáceo como el cielo del noroeste de Inglaterra (la misma región costera donde habitó Mary Anning), con delicados toques y exquisita atención al detalle. La ascética protagonista no tiene tiempo para la gente y las conversaciones triviales y mucho para el amor por los fósiles, parea desatar su pasión con lo inanimado y con la recién llegada. Las dos actrices acometen con seguridad el desafío que ofrece interpretar casi exclusivamente con lenguaje corporal la íntima melancolía y la transmisión de sutilezas en un profundo estudio de personajes con fondo de acantilados inexpugnables. Mary es una mujer áspera como el viento que sopla en la costa. Por instantes recuerda la interpretación de Timothy Spall en Mr. Turner (Mike Leigth. 2014.) El romance está contenido, frío, incluso algo reprimido. El director no busca los fuegos de artificio y envuelve a las dos protagonistas en vistas brumosas y sombras oscuras, excepto una secuencia a plena luz del sol que deja adivinar una pulsión oculta, manejando un lenguaje subtextual, especialmente cuando el decoro les oprime la lengua. La paleta visual es monocromática, mujeres de piel pálida con vestidos negros, grises acantilados, interiores polvorientos, tiendas lúgubres.



Pese a todo, la decepción sigue sobrevolando la relación. Charlotte no comprende ella pasión y el trabajo de Mary, el sufrimiento ante la falta de reconocimiento del mundo. El amar no garantiza la comprensión total del otro. Por ello, la sensación de que no se conocen realmente queda como una herida abierta.

El personaje real fue una mujer hecha a sí misma que encontró todos los problemas inherentes a su sexo en aquella época. Aún no se le ha hecho justicia.




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