Audition (Audition. Takashi Miike. 1999) es un descenso ad ínferos cotidianos. Una perturbadora propuesta, inquietante, cocida a fuego lento. Un film donde el tempo es tan incomodo como el mensaje. Imbricada dentro de ese género asiático que causa admiración (e imitación), adoptado en multitud de remakes y versiones, hoy consideradas obras de culto y referentes para los cenáculos cinéfilos bizarros.
Takasi Miike acostumbró
al espectador al exceso y los giros inventivos e impredecibles de su
filmografía. Audition es una obra
lenta y cuidadosamente esculpida con vocación de impacto, que navega en los
márgenes del terror psicológico y parámetros de insania.
El juego iniciado por
un viudo (Ryo Ishibashi), utilizando un falso casting cinematográfico al modo
de servicio de citas, es toda una parábola heteropatriarcal y un siniestro
mensaje sobre la alienación, la culpa y el trauma insalvable. El juego del
viudo con la angelical Asami, recatada, sumisa y tímida, se convierte en un
infierno dantesco a medida que avanza el metraje. El director maneja con acierto las diversas
paletas cromáticas del argumento. Un inicio, casi de comedia romántica, o de
drama familiar en la línea de Ozu Yasujiro que culmina en una atroz pesadilla
con tintes de gore al más puro estilo nipón. El uso de flashbacks y una
prestidigitación narrativa onírica (de siniestros tintes orientales) donde no
pueden faltar la mutilación o el sadismo vengativo, dentro de un humor negro y
siniestro que tiene como cúspide la inquietante cancioncilla que Asami canta
mientras lleva a cabo sus despiezamientos: Kiri,
kiri, kiri (en japonés significa “cortar”).
Ryû Murakami escribió
la obra genésica en 1997. No estábamos ante un autor conocido en nuestro país, de hecho la novela ni
siquiera se había publicado en español. Como buen miembro de su generación, en
sus escritos se manifestaba la clara intención de no comprometerse a nivel
social ni político en su literatura. Los miembros de la “generación vacía”
proyectan; precisamente; el vacío de una sociedad desilusionada donde hay un
fuerte impacto de la cultura externa en sus tradiciones. Una sociedad donde el
autor potencia el ámbito sexual, toxicológico o la violencia surrealista. El
director potencia los planos donde se advierte la soledad y el alejamiento del
protagonista con el resto del mundo. Los planos perpendiculares o aquellos
donde está separado de otros por gran distancia (escena de la pesca con el
hijo) se completan con planos aislados, de encajonamiento del personaje.
En su patología, Asami
solicita entrega total de su nuevo amado. Tan sólo puede quererla a ella. Al no
revelar la existencia de su hijo, esta nueva mentira será el detonante para que
la patología de Asami comience a salir a la luz, hasta culminar en la secuencia
bizarra de Asami como una Ménade despiadada. Secuencia deudora del movimiento
artístico Ero-guro, donde lo grotesco
el fetiche, la mutilación y o deforme se dan la mano. Utilizando falsos raccords yuxtapone los planos
imaginarios con los reales. Las citas en flashback con sus deseos irrealizados.
Durante la secuencia del despiezamiento se juega con ese opaco equilibrio entre
un erotismo bizarro, la estética de lo grotesco y una cierta querencia bondage. Asami viste un traje de blanco
inmaculado con un delantal y guantes de diseño a medio camino entre un carnicero y una dominatrix. La
música desaparce para dejar paso a los sonidos: el siniestro (y a la vez
angelical) Kiri, kiri, kiri. La cuerda del piano deslizándose por el hueso
mientras lo destroza, la sinfonía de los utensilios de tortura. La inestabilidad
(física y mental) se traduce con planos holandeses, inclinando la cámara,
evitando la horizontalidad. El horror, con los primeros planos del rostro
gimoteante y las mutilaciones. Con la utilización del plano-detalle se llega a
la grandiosidad de lo grotesco (y lo regurgitante).
La novela destila una
crítica social hacia el papel de la mujer en la sociedad patriarcal japonesa y
la familia conservadora que define mujeres “educadas y sumisas”. El director
opta por describir, con terribles pinceladas el dolor de Asami que trata
patológicamente de revivir, durante la tortura, para que su amante lo
comprenda.
Aoyama, el viudo tiene
la misma incapacidad para comunicarse con las mujeres que el resto de su
generación y por ello opta por una prueba degradante que es “como ir a comprar
un auto”. Asami es el fruto del abuso y la
degradación masculina. La llegada a la casa en el epílogo es filmada
como si se tratase de una deidad vengativa, un Deadite escapado de Posesión Infernal. (The Evil Dead. Sam Raimi. 1981. Todo el empalagoso prólogo
cuasi-romántico ha desaparecido para dar paso al surrealismo enfermizo tan caro
al director nipón, sumo sacerdote de lo grotesco. Pese a su clara pertenecía al
Nuevo Cine japonés, Takashi Miike prefirió alejarse del género que en esos
momentos estaba en auge: el J-Horror,
rompedor de taquillas y génesis de múltiples remakes. Pero conserva la
estructura de creación de la inquietud lenta y metódicamente. Aunque su
descenso lleve al infierno de la locura humana, mucho más aterradora que
una mujer saliendo de un pozo, espíritus
vengativos y demás parafernalia visual, alejado voluntariamente de lo gonzo.
De forma brutal, todo
el film es un grito de desesperación sobre el malestar social, sobre el abismo
existente entre los dos sexos. Las interpretaciones de Ryo Ishibashi y
(especialmente) de Eihi Shiina como la ménade Asami son intensas y precisas. El
manejo de los tropos de comedia romántica con el salvajismo patológico que se
cuece a fuego lento presenta diversas capas de lectura. Desde la mujer como
premio o trofeo; en la escena en que el
hijo lleva a casa a una amiga; hasta la mujer como utilización por parte del
hombre. El viudo se acostó con su secretaria a la que después ignora. Limitadas
visiones de la mujer y del mundo que Asami se encarga de remover con una
jeringuilla y una cuerda de piano. La vida sedentaria de Aoyama se convierte en
Grand Guignol merced a las enseñanzas iniciáticas de Asami. No puede alegar
ignorancia. Asami le advirtió que “nunca perdono a un mentiroso”. Hitchcock
habría firmado, sin duda, el cambio de dirección del argumento que nos lleva
desde el Damaged Romance hasta el
abismo de la mente humana. Es lo que tiene no leer las señales. Y no haber
leído Caperucita Roja…Kiri, kiri, kiri.
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