domingo, 3 de noviembre de 2024

Audition. Takasi Miike. 1999

 





Audition
(Audition. Takashi Miike. 1999) es un descenso ad ínferos cotidianos. Una perturbadora propuesta, inquietante, cocida a fuego lento. Un film donde el tempo es tan incomodo como el mensaje. Imbricada dentro de ese género asiático que causa admiración (e imitación), adoptado en multitud de remakes y versiones, hoy consideradas obras de culto y referentes para los cenáculos cinéfilos bizarros.

Takasi Miike acostumbró al espectador al exceso y los giros inventivos e impredecibles de su filmografía. Audition es una obra lenta y cuidadosamente esculpida con vocación de impacto, que navega en los márgenes del terror psicológico y parámetros de insania.



El juego iniciado por un viudo (Ryo Ishibashi), utilizando un falso casting cinematográfico al modo de servicio de citas, es toda una parábola heteropatriarcal y un siniestro mensaje sobre la alienación, la culpa y el trauma insalvable. El juego del viudo con la angelical Asami, recatada, sumisa y tímida, se convierte en un infierno dantesco a medida que avanza el metraje.  El director maneja con acierto las diversas paletas cromáticas del argumento. Un inicio, casi de comedia romántica, o de drama familiar en la línea de Ozu Yasujiro que culmina en una atroz pesadilla con tintes de gore al más puro estilo nipón. El uso de flashbacks y una prestidigitación narrativa onírica (de siniestros tintes orientales) donde no pueden faltar la mutilación o el sadismo vengativo, dentro de un humor negro y siniestro que tiene como cúspide la inquietante cancioncilla que Asami canta mientras lleva a cabo sus despiezamientos: Kiri, kiri, kiri (en japonés significa “cortar”).

Ryû Murakami escribió la obra genésica en 1997. No estábamos ante un autor conocido  en nuestro país, de hecho la novela ni siquiera se había publicado en español. Como buen miembro de su generación, en sus escritos se manifestaba la clara intención de no comprometerse a nivel social ni político en su literatura. Los miembros de la “generación vacía” proyectan; precisamente; el vacío de una sociedad desilusionada donde hay un fuerte impacto de la cultura externa en sus tradiciones. Una sociedad donde el autor potencia el ámbito sexual, toxicológico o la violencia surrealista. El director potencia los planos donde se advierte la soledad y el alejamiento del protagonista con el resto del mundo. Los planos perpendiculares o aquellos donde está separado de otros por gran distancia (escena de la pesca con el hijo) se completan con planos aislados, de encajonamiento del personaje.



En su patología, Asami solicita entrega total de su nuevo amado. Tan sólo puede quererla a ella. Al no revelar la existencia de su hijo, esta nueva mentira será el detonante para que la patología de Asami comience a salir a la luz, hasta culminar en la secuencia bizarra de Asami como una Ménade despiadada. Secuencia deudora del movimiento artístico Ero-guro, donde lo grotesco el fetiche, la mutilación y o deforme se dan la mano. Utilizando falsos raccords yuxtapone los planos imaginarios con los reales. Las citas en flashback con sus deseos irrealizados. Durante la secuencia del despiezamiento se juega con ese opaco equilibrio entre un erotismo bizarro, la estética de lo grotesco y una cierta querencia bondage. Asami viste un traje de blanco inmaculado con un delantal y guantes de diseño a medio camino  entre un carnicero y una dominatrix. La música desaparce para dejar paso a los sonidos: el siniestro (y a la vez angelical) Kiri, kiri, kiri. La cuerda del piano deslizándose por el hueso mientras lo destroza, la sinfonía de los utensilios de tortura. La inestabilidad (física y mental) se traduce con planos holandeses, inclinando la cámara, evitando la horizontalidad. El horror, con los primeros planos del rostro gimoteante y las mutilaciones. Con la utilización del plano-detalle se llega a la grandiosidad de lo grotesco (y lo regurgitante).

La novela destila una crítica social hacia el papel de la mujer en la sociedad patriarcal japonesa y la familia conservadora que define mujeres “educadas y sumisas”. El director opta por describir, con terribles pinceladas el dolor de Asami que trata patológicamente de revivir, durante la tortura, para que su amante lo comprenda.

Aoyama, el viudo tiene la misma incapacidad para comunicarse con las mujeres que el resto de su generación y por ello opta por una prueba degradante que es “como ir a comprar un auto”. Asami es el fruto del abuso y la  degradación masculina. La llegada a la casa en el epílogo es filmada como si se tratase de una deidad vengativa, un Deadite escapado de  Posesión Infernal. (The Evil Dead. Sam Raimi. 1981. Todo el empalagoso prólogo cuasi-romántico ha desaparecido para dar paso al surrealismo enfermizo tan caro al director nipón, sumo sacerdote de lo grotesco. Pese a su clara pertenecía al Nuevo Cine japonés, Takashi Miike prefirió alejarse del género que en esos momentos estaba en auge: el J-Horror, rompedor de taquillas y génesis de múltiples remakes. Pero conserva la estructura de creación de la inquietud lenta y metódicamente. Aunque su descenso lleve al infierno de la locura humana, mucho más aterradora que una  mujer saliendo de un pozo, espíritus vengativos y demás parafernalia visual, alejado voluntariamente de lo gonzo.



De forma brutal, todo el film es un grito de desesperación sobre el malestar social, sobre el abismo existente entre los dos sexos. Las interpretaciones de Ryo Ishibashi y (especialmente) de Eihi Shiina como la ménade Asami son intensas y precisas. El manejo de los tropos de comedia romántica con el salvajismo patológico que se cuece a fuego lento presenta diversas capas de lectura. Desde la mujer como premio  o trofeo; en la escena en que el hijo lleva a casa a una amiga; hasta la mujer como utilización por parte del hombre. El viudo se acostó con su secretaria a la que después ignora. Limitadas visiones de la mujer y del mundo que Asami se encarga de remover con una jeringuilla y una cuerda de piano. La vida sedentaria de Aoyama se convierte en Grand Guignol merced a las enseñanzas iniciáticas de Asami. No puede alegar ignorancia. Asami le advirtió que “nunca perdono a un mentiroso”. Hitchcock habría firmado, sin duda, el cambio de dirección del argumento que nos lleva desde el Damaged Romance hasta el abismo de la mente humana. Es lo que tiene no leer las señales. Y no haber leído Caperucita Roja…Kiri, kiri, kiri.




 

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