miércoles, 13 de noviembre de 2024

Las Crueles (El cadaver exquisito). Vicente Aranda. 1969

 





Hubo un tiempo en que un grupo de jóvenes cineastas e intelectuales barceloneses influidos notablemente por la “Nouvelle Vague” francesa y el “Free Cinema” británico abanderado por directores como Tony Richardson (La Soledad del Corredor de Fondo), tratan de alejarse del cine centralista y folklórico, dando lugar al nacimiento de la llamada Escuela de Barcelona, con un concepto del cine más vanguardista o experimental. Muchos de sus integrantes (Pere Portabella, Roman Gubert, Gonzalo Suarez, Vicente Aranda) fueron etiquetados como la “Gauche Divine”. Películas valientes. Autofinanciadas. Con un claro enfrentamiento al Régimen, de argumentos intelectualizados o coqueteando con la experimentación. Ofreciendo como obras más emblemáticas “Dante no es únicamente severo” de Jacinto Estava y Joaquim Jordá, Biotaxia de Jose M Nunes, o el drama; casi de ciencia ficción; “Fata Morgana” de este autor, donde aparece una de las musas de este movimiento: Teresa Gimpera. 

No debemos olvidar que en denominado cine mesetario, en aquellos días militaban (involuntariamente) directores como Bardem, Berlanga o Saura. El Cadáver Exquisito (1969); retitulada Las Crueles; posee reminiscencias del film Las Diabólicas de HG Clouzot, mixturada con una admiración al cine hitchconiano, no exenta, del espíritu de Resnais. Sin encontrar el apoyo del gran público o de los cinéfilos, que lo consideraron un esnobismo antes que un movimiento, La Escuela de Barcelona hizo aguas a principios de los 70, dejando un puñado de películas frescas, progresistas, vocacionalmente provocativas, y con querencia de vanguardia, que habían luchado por sobrevivir entre la censura, la pobreza creativa y el páramo cultural de la dictadura. 

Con un punto de locura colectiva, frente a la insania real (y social) que les rodeaba. Ante la grisura imperante, ofertaron un cine fresco, inclasificable, imaginativo y rupturista. No es “Las Crueles” una de las mejores obras de Vicente Aranda, pero merece un acercamiento para comprender la estética (y la ética) de aquellos cineastas que buscaban romper con los convencionalismos visuales y formales. Nace, pues, este “Cadáver Exquisito” dentro del caótico movimiento visual barcelonés, que apagaba sus penas entre copas nocturnas en el Bocaccio, templo glamouroso de la “Gauche Divine”. El guión; basado en la novela Bailando para Parker; de Gonzalo Suarez, deja entrever la sombra y el universo del director/escritor a lo largo de todo el metraje. Rodaje accidentado (Vicente Aranda tuvo que dirigir en una camilla adaptada), encontró a los cancerberos de la censura con prontitud, olisqueando recortes y tijeretazos. No era para menos: presentar en aquella época un argumento con editor de novelas que recibe miembros femeninos despiezados en paquetes, enviados por la enigmática amante de una antigua novia (Capucine en la cumbre de su estilo "esfinge") y que, a su vez, seduce a la actual esposa (Teresa Gimpera). Demasiado sórdido para la época. Demasiada tela para cortar. Si añadimos el acercamiento de Aranda a lo que sería su posterior filmografía, con apenas esbozos de sexo. Aunque estos balbuceantes desnudos resulten al ojo actual, melindrosos y de parvulario, son comprensibles las trabas encontradas por este atípico thriller, para su exhibición en aquellos años sombríos. Encontrada danza entre Eros y Tánatos, la muerte y el amor, el autor utiliza textos de la monja Mariana Alcoforado, autora de Cartas de Amor de la Monja Portuguesa, para habitar alguna secuencia. Los personajes resultan excesivamente esquemáticos. Capucine no está en su mejor momento y la musa Teresa Gimpera, desaprovechada en toda su belleza, luce un look; a lo Kim Novak en Vértigo; que promete más de lo que ofrece. 

Lastrada con algunos zooms y travellings algo rupestres, de un cine primerizo, El Cadáver Exquisito es un ejercicio de estilo críptico y con planteamiento excesivamente literario. Aranda rompe con la realidad alterando planos temporales, recurriendo a flashback, y a la narración desestructurada de los propios personajes, para evitar un final clásico y aclaratorio. El film es una espiral narrativa a tempo lento, un juego de espejos algo autocomplaciente y que naufragaba en su propia pretenciosidad. Ni la presencia palpitante de Teresa Gimpera, ni la banda sonora apreciable de Marco Rossi; de escasa obra como compositor cinematográfico; que llegó a interpretar junto a Matt Damon en El Talento de Mr Ripley; partitura eficiente y evocadora; levantan este film lleno de influencias: Hitchcock, Resnais, Robbe-Guillet (el jardín estatuario) o Antonioni (la secuencia de aeromodelismo). Sugestiva curiosidad para cinéfilos. Con algunos ajustes podría haber devenido en obra notable. O como descubrir que no fue el director de Seven el que inventó la caja de regalo con cabeza dentro...

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