Es
la segunda ocasión en que disfrutamos de la dramática historia de la desgraciada geisha
Cio-Cio-San en las tablas de este teatro. Como inicio del Otoño Musical, que se anuncia junto con la obra maestra de Puccini "La Bohème". La Compañía Ópera 2001 vuelve a traernos a escena la
absorbente partitura de Puccini, plena de momentos tan conmovedores y conocidos
por los aficionados como la difícil y emocionante aria “Un bel di vedremo”,
donde la protagonista expresa su esperanza de el amor le retorne.
Puccini tomó sus
ideas para el libreto del cuento “Madame Butterfly” de John Luther Long, basado
en los recuerdos de su hermana como misionera en Japón; y también de la novela “Madame
Chysanthème” de Pierre Loti. La versión canónica que las compañías desgranan
actualmente sobre los escenarios es la quinta versión que escribió el autor,
después de grandes fracasos. Como curiosidad añadir que durante la Segunda Guerra
Mundial se suspendieron las representaciones debido a las relaciones entre
Japón y EE.UU. En Butterfly, lo literario es un factor secundario (pese al
férreo control de Puccini sobre sus libretistas) No debemos olvidar que la
ópera es música dramatizada (no al contrario) y prevalece lo musical sobre lo
argumental. Es lo que permite al género bucear en el exceso y la desmesura, para
construir arquitecturas sonoras sobre personajes increíbles por su físico o
argumentos que por sí mismos no se sostendrían. Fue la primera incursión de
Puccini en mundos exóticos. Luego continuaría con el lejano Oeste (La Fanciulla del West) o el
“Turandot” ambientado en una China imaginaria, que provocó la censura en esta
República durante años. Puccini aprovecha el exotismo del libreto para iniciar
experimentos armónicos, pinceladas de color oriental y efectos instrumentales
originales, incluso llega a introducir notas del himno de Norteamérica entre la
partitura.
Nada extraño teniendo en cuenta el eclecticismo del autor y su
capacidad de sintetizar lenguajes y culturas diferentes. Esto le valió ser
acusado por la crítica de “comercial” y de que su música no pertenecía a
ninguna nación. No era común en la ópera italiana (esto lo tomó de la francesa)
la recreación musical del ambiente en que se desarrollaba la obra, y además
siempre escribió pensando en el público. Utiliza el tiempo como un novelista.
En esta versión de la Compañía 2001, el final de Cio-Cio-San se produce
mientras la voz del amado Pinkerton suena fuera de la habitación llamándola.
En
otras versiones Pinkerton cae de rodillas junto al cuerpo agonizante, mientras
el Cónsul toma al niño en brazos. Como buen representante del “Verismo” que
surgirá a finales del XIX (vía Emile Zola) Puccini prima las emociones de los
protagonista, huye de mitologías ilógicas y enredos formales, dando realismo
psíquico a los protagonistas.Utiliza para esta expresión la orquestación y
originalidad armónicas, para integrar música, palabras y desarrollo dramático.
También
evita el “belcantismo” reinante en las florituras vocales. Durante el cortejo
de la novia del Primer Acto, Puccini utiliza la escala fundamental (Do-Re-Mi-Fa
sostenido-Sol sostenido-La sostenido-Do) y los «acordes aumentados» que se
derivan de ella (por ejemplo Do-Mi-Sol sostenido), que transmiten una sensación
de exotismo y que particularmente en el dúo de amor que sigue producen un
bellísimo efecto. Este dúo de amor, uno de los más hermosos de la historia; Bimba
dagli occhi pieni di malia (Niña de ojos llenos de encanto)”. El dúo puede ser
el más soberbio de Puccini y con seguridad el más extenso, fue ejecutado con
técnica notable y pasión por los ejecutantes Meeta Raval y Andrés Veramendi. Impecable técnica. Emisión limpia y emotiva. La música crece hasta que las dos voces, en exaltada culminación, se unen en
una emocionante algarada de sonido, que finaliza con un fortísimo orquestal,
mientras contemplan la noche estrellada.
A medida que concluye el dúo, ambos
penetran en la casa, alejándose lentamente la orquesta mientras cae el telón. Puccini hace un retrato de una mujer oprimida en su época, con un nimbo de
heroísmo frente al destino implacable. La orquestación está llena de riqueza.
El estilo “pucciniano” de línea melódica constante fué atacado por la orquesta de
la Compañía Ópera 2001, con eficacia, bajo la eficaz batuta del eslovaco Martin Mazik. La formación orquestal no
destaca sobre el fondo, correcta, como debe ser en un género donde priman las voces.
Aunque es imposible sustraerse a la belleza de los momentos orquestales puros
como ese hermoso “intro” que enlaza el Segundo y Tercer acto. La sobriedad de
la utilización de la orquesta, que adquiere matices luminosos y cálidos, no
oculta a las voces, las impulsa y proyecta. Puccini no utilizó el sistema musical
japonés. Pese a ello se rastrean temas originales japoneses más o menos
modificados. El uso de la escala pentatónica; con objeto de dar sabor oriental; se inquiere en pasajes como los precedentes a la boda o el tema de Yamadori. El
compositor se decantó por los acordes aumentados y el uso de la escala de tonos
enteros (matiz oriental) Consiguiendo una misteriosa ambientación con una
armonía circundante, en pasajes de gran belleza tonal. Destacar el final del
segundo acto con el “coro a bocca chiusa”, a boca cerrada de los pescadores, de
hermosa sutileza y sortilegio melódico. Una hermosa canción de cuna, con las
cuerdas en pizzicato, reproduciendo el tema de la carta.
Aunque el “Verismo” es anti-romántico por
naturaleza, en Butterfly encontramos los rescoldos de un Romanticismo tardío y
desaforado. Este presunto realismo no resta capacidad icónica al personaje, que
deviene trasunto de los anteriores dramas clásicos. Durante el Acto Segundo, el libreto se relaja
momentáneamente y pierde dramatismo. Permite expresar la “vis cómica” y algo
pizpireta de la soprano.
No hay que olvidar que se trata de una muchacha de
quince años, frágil, vulnerable y no exenta de comicidad antes de la tragedia.
Butterfly es un papel para soprano lírica, salvado con eficiencia y profunda
belleza por la británica Meeta Raval, una soprano splinto; la mas appropiada para desarrollar papeles dramáticos. Con un mayor cuerpo en su centro y un timbre algo más oscuro, regaló al respetable la conocida aria “Un bel di vedremo”, lógicamente una de las más
aplaudidas por el público. Su comienzo con violín solista, clarinete y arpa en
una melodía descendente hasta la inflexión, en que la orquesta consigue efectos
camerísticos, estuvo llena de emoción. También a destacar el airoso “Addio
fiorito asil (Adiós florido refugio) en este fragmento el tenor peruano, pleno de
facultades Andrés Veramendi (Pinkerton) trata de redimirse, avergonzándose de sus actos.
En el celebrado
dúo de las flores (no confundir con el preciosos dueto homónimo de Lakmé), la mezzo; en el
papel de Suzuki; da la réplica a Meeta Raval en un ajustado ejercicio de técnica y limpia emisión. Es
uno de los momentos más hermosos de la ópera y donde se pueden percibir las
influencias tonales orientales en la narración. Tanto el papel de Sharpless
(hermoso timbre el del quijotesco barítono Paolo Ruggiero) como las partes de la mezzosoprano "sirvienta Suzuki", desmienten la general
creencia de que el lucimiento vocal está reservado a las tesituras más altas.
Los duetos entre Sharpless y Pinkerton, y el de las anteriormente citadas (Butterfly y Suzuki) son
de lo mejor de esta representación, plenos de técnica y sentimiento. Sin
olvidar el impresionante trío entre Cio-Cio-San, Sharpless y Pinkerton en el Tercer Acto, un espléndido derroche de facultades vocales
y escénicas. Correcto, en el papel de príncipe Yamadori, el barítono Nikolay Bachev. Aclarar que es papel de barítono, pero el creador del rol Emilio Venturini, era un tenor. La partitura de 1905 está en clave de sol. El original tiene tal tesitura y voz que este papel del príncipe
Yamadori lo pueden interpretar barítonos.
Reseñar
el notable aprovechamiento de la escenografía: paneles de casa japonesa, que se
corren y separan o cierran los dos mundos, y la hábil utilización del espacio escénico para
el movimiento actoral, coordinado por Roberta Matelli. Una eficiente y envolvente iluminación completa una
representación satisfactoria y apreciable. Es de agradecer la existencia de
estas compañías trashumantes que recorren la geografía aportando cultura y
belleza. Los grandes montajes son prohibitivos para la mayoría de los
aficionados, dada la imposibilidad de moverse del lugar donde se representan, o sus enormes requerimientos escénicos. La belleza de las obras es, al fin y al
cabo, la misma. Esperamos con impaciencia el próximo montaje de la compañía
“Rigoletto”. Hasta entonces.
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