Acercarse
a una obra como “Santa Sangre” obliga al espectador a despojarse de las
vestiduras del cine al uso. Huir del adocenamiento y (por supuesto) del último
blockbuster en el que ha disfrutado como un enano, viendo volar superhéroes
enfundados en mallas. “Santa Sangre” es territorio Jodorowsky y hay que pagar
tributo a la razón. Trufado de simbolismos, atmósferas ajenas, de instantes oníricos
(cuando no homenajes nada ocultos) y habitado de metáforas, sin renunciar a las
influencias del “giallo” en la paleta de colores o el salvajismo conceptual. La
imaginería del autor nos introduce en un mundo de simbolismos malsanos, de
tarología encubierta, de resucitados que surgen de la tierra, efigies que
sangran… sin ocultar las referencias a todo un abanico de la historia del cine
con instantes fellinianos, guiños a James Whale, o la sombra permanente de
Buñuel sobre el tablero. Sin olvidar el claro referente de la formidable
“Garras Humanas” del ínclito Tod Browning.
Bebiendo directamente de un clásico como “Las
Manos de Orlac” (1924), que ya tuviera varias versiones. Conrad Veird interpretó
la expresionista, y pese a su austeridad, mejor versión del músico mutilado al
que le implantan las manos de un asesino. Esta obra capital, siempre ha sido
solapada por las “grandes” producciones de la época como “Metrópolis”,
“Nosferatu” o “El Gabinete del Doctor Caligari” y merece una revisitación para
disfrute de cinéfilos. Frente a la parafernalia del resto del expresionismo,
Orlac ofrece un profundo estudio psicológico; sin olvidar la vertiente fantástica;
con sobriedad en la puesta en escena y querencia por el primer plano para
resaltar la gestualidad de Veird. El hálito de terror que suponemos a todas estas
obras nos oculta la freudiana vertiente de la falta de sexualidad en la pareja
debido a las manos ajenas que se apoderan del protagonista.
La versión de Peter
Lorre (Mad Love. 1935), de perspectiva gótica, cuenta con una interpretación
notable (como era habitual en el húngaro) pero no ofrece demasiados alicientes
cinematográficos y tiene menos latido en las arterias que su referente, a pesar
de haber sido dirigida por Kart Freund, el creador de “La Momia ” y el mejor operador
de cámara de la época de UFA. Las influencias del Expresionismo Alemán están
presentes (como en todo el Cine Negro y de terror de la Universal ) con planos oscuros
y juegos con la silueta de Lorre, planos eficaces con espejos y un Lorre levemente
sobreactuado al final del metraje, para esta versión ¿fetichista? de Pigmalión,
en la que el protagonista encarga una versión en cera de una actriz admirada.
Como curiosidad añadir que las manos que se le implantan a este Orlac son las
de un lanzador de cuchillos, la profesión del padre de Fénix, protagonista de
“Santa Sangre”.
La versión no despega pese a que el director de fotografía era
Gregg Toland (Las uvas de la Ira ,
Ciudadano Kane). La otra adaptación; rodada por un casi debutante Oliver Stone;
titulada “La Mano ”
(1981) no tiene otro aliciente que la celebrada interpretación de un alucinado Michael
Caine, o la curiosidad de que los storyboar del dibujante protagonista, están realizados por Barry Windsor-Smith. Los amantes
del género conocen de sobra al mejor dibujante de “Conan el Bárbaro”, con
perdón de los adoradores de John Buscema. Buscema es el culpable de la imagen
“swarzenegeriana” del personaje, que guardaba escasa relación con el original
literario de Howard o las primeras representaciones del personaje en ediciones
“pulp”.
La aportación de Sir Barry Winsord-Smith: los rasgos prerrafaelitas,
los entornos abigarrados y arquitecturas imaginarias, son de lo mejor de la
primera aparición de este mito en el cómic. La aportación de Edmon T. Gréville
(1961), destila una caligrafía fílmica bastante pedestre. Con un esperpéntico
vendaje de las manos de Mel Ferrer, con raccords descuidados y la autoparodia
vergonzante de Christopher Lee. En cuanto a la incursión del norteamericano
Newt Arnold con una burda interpretación del mito en “Hand of a Stranger”
(1962) es directamente olvidable. El
hilo argumental de “Santa Sangre” es un tortuoso camino iniciático, que parte
de la perdida de la inocencia. De la muerte de la madre, suma sacerdotisa de la
secta del mismo nombre, y el internamiento en un frenopático del protagonista. De
su descenso a los infiernos y de su redención. Aunque en este caso es la chica-mimo;
trasunto de Eurídice y claro homenaje a Marcel Marceau; quien acude a rescatar
a Orfeo, en una inversión jodorowsiana del mito clásico.
La banda
sonora destaca como un elemento más de extrañamiento en el contexto surrealista
del film. De una eficacia notable y prácticamente diegética durante todo el
metraje. Las canciones se suceden a tiempo real, ya sea interpretadas por la
orquesta del circo, mariachis en las calles, o las interpretaciones al piano del
protagonista con su madre. Jodorowsky es un hombre del Renacimiento que se ha
aproximado a múltiples facetas del ser humano. Desde su fabulosa colaboración
con Moebius para esa joya de la metáfora teológica y cosmos beligerantes,
autentico derroche de creatividad y diseño, que es "El Incal", su trabajo como
marionetista, poeta, compositor, director de teatro. Hasta llegar a la
psicomagia, abstracto concepto solo para acérrimos seguidores. Sus cauces
vitales siempre han estado alejados de la “normalidad” para arribar en lo
“anormal”. Siempre condicionados por la huida del adocenamiento y la standardización.
Creador de otra dimensión no interpretable por la razón, poblada de frikies,
seres marginales, tarados. Habitada de una fauna esplendorosamente outsider,
maravillosamente grotesca, de pulsiones misteriosas, pero no exenta de sensibilidad.
Esta parada de monstruos tiene siempre su lado humano, mucho más
humano que lo culturalmente establecido. El “anticine” de Jodorowsky nos
sumerge en películas tan herméticas como”El Topo” o casi insufribles para un
determinado sector como “La
Montaña Mágica ”, que precisan de un Manual de Instrucciones para
la interpretación de su críptica simbología, a recoger en taquilla. Jodorowsky
utiliza el flash-back para desarrollar la historia de Fénix y el antinatural
vínculo con su madre, mutilada por el lanzador de cuchillos. Cercano al
espíritu de “La Parada
de los Monstruos”, el autor nos sumerge en un cuento de hadas pervertido donde
habitan mimos que no se lavan nunca la cara (como el payaso de “El Mayor
Espectáculo del Mundo”. 1952), donde es posible una “troupe” de luchadores
mexicanos, bailarinas tatuadas, travestidos, enanos, proxenetas arrastrados,
junto a prostitutas fellinianas. Un grotesco imaginario donde es amo y señor,
un bestiario que causaría las envidias del Lynch más desmesurado por su dominio
del exceso, de lo abigarrado, de la bizarría más extrema. Impagable el desfile
de policías deformes (síquica y físicamente) que deambulan como una “Santa
Compaña” hacia el aberrante burdel.
El director consigue el equilibrio entre lo
grotesco, el trazo grueso y la imaginería más rebuscada. Es capaz de filmar el
refocile sexual más aberrante o una mutilación con querencia gore, junto a
imágenes de una intensidad compositiva apreciable. Planos de una poesía visual
y cromática, capaz de redimirle de sus momentos desasosegantes y bizarros.
Fénix es interpretado por Axel Jodorowsky, uno de los hijos de Alejandro que
extrae del personaje toda la tortura interior de alguien cuya pureza ha sido
pervertida. El humor negro es servido en dosis controladas, siempre mixturado
con ese sentido malsano de la poesía visual y los habituales estilemas del
autor. Hay escenas de una belleza terrible como el momento de la redención
frente la chica-mimo, la canción de la madre en el piano (excelente Blanca
Guerra) utilizando las manos del hijo como propias, el vuelo de las palomas,
la impactante muerte del elefante y los marginados de la cañada que se
alimentan de su carne. Plena de
alegorías que chocan con instantes de la más extrema y aberrante realidad. Ofrecida
a Jodorowsky por Claudio Argento (hermano de Darío) y Roberto Leoni, sirvió
para crear una de las obras más desconcertantes y rompedora; después de varios
años en dique seco; de la historia del cine. No se puede dejar de lado la
crítica al fanatismo, al absurdo machismo, al desamparo de los más débiles (escalofriante
la escena en que el proxeneta Teo Jodorowsky, engaña a los niños disminuidos).
Hay una turbia belleza en este poema corrompido sobre la subcultura mexicana,
en ese desfile a aberraciones que derrocha Jodorowsky por todos los poros. No
era fácil sacar adelante esta tragedia clásica arquetípica donde la madre es
una Hécate castradora y fanática religiosa, donde el padre es un Zeus depravado
machista y fornicador. Convertir esa cofradía de rarezas y bizarrías en poema
visual conllevaba un peligroso equilibrio. Hacerlo a ritmo de mariachi, es para
nota.
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