Una misma canción. Tres
tiempos distintos. Tres personajes que rememoran el “Bande á Part”
de Godard. No es extraña al cine de Jia Zhangke; uno de los más
reputados de la “sexta generación”; au enorme capacidad de
transmitir emoción. En este caso la misma melodía que abarca la
vida y relaciones de tres personas, sirve como prologo y coda final
para el recorrido vital de tres almas que forman un triangulo. Jia
manipula el espacio y las sensaciones con sus habituales fueras de
campo, su estiramiento del tempo y su transmisión de turbación; más
con la propia puesta en escena; que con los diálogos o acciones
directas de los personajes.
El director es un notable cronista de la
vida cotidiana de China, de los efectos que tienen en sus habitantes
los cambios, culturales, el crecimiento, el éxodo que ya retratara
en obras anteriores como “Naturaleza Muerta” o “The World”.
La critica a la economía comunista en “Historias de Shangai”
(2010), le han convertido en el escriba transmisor de una época
convulsa y llena de mutaciones, globalización y olvido de las
raíces. Como lo fuera otrora el Fassbinder cronista de la Alemania
moderna. Para este melodrama de raíces clásicas sobre la
desubicación, el director emplea su capacidad de trasmitir grandes
etapas de tiempo con historias mínimas, de envolvernos en las
pequeñas historias sentimentales, de narrar ese fluir de distintas
épocas en un modo (aparentemente) sencillo han convertido en Jia en
el mascaron de proa del nuevo cine asiático. El director apuntala
sobre la interpretación su edificio narrativo: el prodigioso cambio
de registro de Zhao Tao, la sobriedad de Sylvia Chang. El guión
desarrolla tres etapas históricas.
Tres actos dramático que
transcurren entre la clásica escenografía “jiaziana”: minas,
areniscas, páramos, extrarradios, etc. Pero lo refuerza con
distintos formatos de pantalla ((4:3; 1:85 y 2:35) para diferenciar
los procesos interiores y mundanos de este “qingyi”, nombre chino
para definir al género de amor y relaciones. Sin olvidar la
utilización de la paleta cromática para diferenciar las épocas.
Colores más vivos en la etapa inicial, llena de esperanza e
ingenuidad. Tonos más opacos y diluidos en los otros actos,
incluyendo los créditos en el inicio del segundo acto con fundido a
negro.
El uso de planos largos y tempo de adagio, condicionan el paso
de las Estaciones. Esta película-río es un canto a la vida y sus
consecuencias, al devenir de las cosas. Al irrefrenable proceso de
cambio a que todos somos sometidos. La terrible permutación de la
dictadura del comunismo por la del capitalismo, la tecnología y el
avance industrial. Sus consecuencias en las generaciones posteriores,
pérdidas y desnortadas., la desmembración de la familia
tradicional. Narrada con contención oriental (incluso en los
diálogos) y sutileza, a pesar de lo tormentoso de la relaciones.
Desfilan por la pantalla, el olvido de la clase obrera, el furor del
capitalismo, el abandono de las viejas costumbres. Excelente banda
sonora, compuesta por el japonés Yosihiro Hanno, que tiene una larga
trayectoria en la música electrónica. Ha publicado varios discos.
En el año 2011, dirigió la película “Ugly”.
La BSO es
melancólica e intensa. El “Go West” deviene celebración de la
vida y la alegría en el prólogo y de ¿la búsqueda del tiempo
perdido? en el epílogo. ¿Quién sabe? Y es que en esto consiste el
cine de Jia en sacar al espectador fuera de campo, mientras en un
páramo desolador del extrarradio, Tao Zhao (esposa y musa del
director) enlaza pasado y futuro en una leve y melancólica
coreografía, bailando ese extraordinario “Go West” de Pet Shop
Boys. (tal vez metáfora de la diáspora china) Quizás el río de la
vida tan sólo sea eso: recordar cuando hacíamos “la conga” sin
prejuicios, sin miedo al futuro al ritmo electrónico de los Pet Shop
Boys,,,
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