Paul
Thomas Anderson se aleja (al menos en apariencia) de anteriores obras para
adentrarnos en un thriller psicológico, camuflado de puesta en escena “brithits”,
tintado de erotismo mórbido, caminando sobre una (también aparente) morosidad
narrativa, recreándose en miradas, gestos y puntadas de hilo (y anímicas). Tras
la elegancia formal se oculta un latente conflicto, cuyas capas va desbridando
con la precisión de un bisturí para dejar las vísceras (palpitantes y frescas)
ante los ojos del espectador.
La
tóxica relación se camufla bajo la elegancia formal, pero las miradas y vacíos
van diseccionando el enfermizo y asfixiante cosmos de Reynolds y Alma. Un
microuniverso perturbador e insano, que el trabajo formal del director consigue
rescatar de la morbosidad, e incluso dotar en ciertos momentos de un humor
corrosivo y palpitante.
Ciertamente
cuece a tempo lento, a tempo de adagio, con instantes donde algunos
espectadores se removerán en los asientos, impacientes y molestos.
Lo
perturbador no es ajeno a la obra del californiano, ya en “Magnolia” o la
señera “Boogie Nights”, nos mostraba retratos feroces, atormentados, con esa
marca de lo insólito que flota sobre sus producciones. La turbación de las páginas
de Henry James es un referente diáfano de esta obra. Una relación vampírica con
su hermana y un Edipo no diagnosticado, son las causas de que el protagonista
sublime; a través de sus creaciones; toda su insana cotidianeidad, todo su
obsesivo afán por la perfección. Pero el sótano está lleno de monstruos que
pugnan por salir a la luz. Reynolds Woodcok trata de relacionarse con Alma como
con un maniquí, para usar y guardar. Un ser que no es real, y que puede
apagarse con un interruptor. Su incapacidad para el amor es patente. La
sutileza es el arma elegida para adentrarnos en la perversión de la relación. La
exquisitez formal, la excusa para mostrarnos las capas de oscuridad. La
excelente banda sonora, para camuflar la insania de la propuesta. Porque
Anderson se recrea en la liturgia de la cámara, en lo lúdico de las miradas, para
regalarnos una de las historias de amor más potentes (y perturbadoras) del
melodrama, con viraje al género; casi de terror psicológico; en su epílogo.
El “Hilo Invisible” es una
pieza de orfebrería, un romance gótico y retorcido (e invertido), ejercicio de
erotismo enfermizo, que alcanza su cenit en la escena donde viste a su musa, Alma.
Como un Pigmalión creando su obra maestra. Pero la alumna demostrará ser
superior al mentor, con su capacidad de subvertir los roles. Edificio fílmico, sostenido
sobre las soberbias interpretaciones de Day-Lewis; en su despedida del cine, de
Vicky Krieps, de su dominio de la pausa y el espacio, o la hermana Lesley
Manville, un autentico recital de sobriedad y densidad interpretativa. La
fotografía espléndida, claustrofóbica y sensual, consiguiendo esa “charme” del
Reino Unido en esos años, en base a la imitación del color “retro” de las
fotografías antiguas. Hay algo de proeza técnica en la cámara siguiendo actores
por escaleras, habitaciones, etc. La coordinación lumínica es titánica, el
raccord, certero. Los planos secuencia son para quitarse el sombrero a nivel de
iluminación. Hay una obsesión de orfebre en los juegos tonales. Tonos y colores
fríos y cálidos se disputan la psique de los protagonistas y la del espectador.
De hecho la paleta de colores, es anómalamente cálida en una de las secuencias más
perversas, buscando descolocar al espectador.
La banda sonora, extraordinaria. Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead; ha dado
preferencia a la cuerda y el piano. Obras de intensidad clasicista como “Phantom Thread”,
descriptivas como “The Hem”. “Sandalwood” es casi una obertura wagneriana. O la
paganiniana “Phantom Thread IV, un delicioso y virtuoso ejercicio para cuerda. “For
the Hungry Boy” es una melodía del más clásico cine romántico de los 40/50. Un soundtrack omnipresente, que en algunos instantes (como ya sucediera en Magnolia)
pasa a formar parte de un diálogo con el sonido de fondo. Ha sido grabada con
una orquesta de 60 músicos, para una de las mejores B.S.O del año que, el mismo
músico ha tomado como referente, las grabaciones del mítico Glenn Gould sobre
Bach,
El
compositor ha recogido los estados de ánimo
de los personajes, como en “Never Cursed”, donde lo etéreo de la cuerda y la
tristeza acompañan la enfermedad alucinatoria de Lewis o acompañando al interprete
en lujosos arreglos de cuerda, coreografiados mientras se cepilla el pelo o se
pone la camisa. Melodías abrumadoras para los instantes álgidos y melancólicas “I´ll Follow Tomorrow”, donde
el teclado (vía Rachmaninov) acompaña un paseo nocturno en coche. Una banda
sonora que tan sólo desaparece un instante (en un momento álgido) para cambiar
su significado a continuación. Destacar el impresionante trabajo con el
vestuario de Mark Bridges.
Un
inmenso ejercicio de amor al cine que
peina todo un abanico multicultural. Desde las influencias hitchconianas,
pasando de la intensidad de Bergman, al drama helénico, hasta desembocar en un
epílogo al que Freud no le hubiera importado firmar ¡Que la disfruten!
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