lunes, 5 de noviembre de 2018

Bohemian Rhapsody. Dionisiaca celebración de la música de Queen.


      




Que nadie se equivoque, quienes acudan al visionado de Bohemian Rhadsody en busca de morbo, descenso a los infiernos personales y demás parafernalia ya pueden volverse por donde llegaron. O regresar a su habitual círculo cultureta para dejar caer el nombre del último director de apellido impronunciable y filmografía enrevesada. Pero tampoco nos confundamos, Bohemian Rhadsody es cine en estado puro desde los dinámicos títulos de crédito. Un cine que rehúye el dramón y la desdicha para centrarse en los momentos luminosos y la música soberbia del grupo, pasando de puntillas por otras tramas, que, si bien podrían interesarle a  un sector de los espectadores; hay otro sector (entre los cuales me cuento) a los que no le interesan en absoluto; y  su único deseo es disfrutar de un producto bien realizado, que emociona y satisface musicalmente. Este biopic está construido a base de anécdotas con un montaje dinámico, interpretaciones notables en su brevedad, algunas incluso anecdóticas, con hallazgos visuales como ese travelling inverso que se introduce dentro del autobús o la exultante grúa al comienzo del concierto. 
El trabajo del otrora interprete de “Mr Robot”, roza con la perfección. El lenguaje corporal tan característico de Mercury es asumido como propio por el protagonista, que no trata de imitar a Freddy, se introduce en su piel, y esto se agradece. La narración es coherente, secuencial, con una dinámica interna que alterna los momentos de intimidad con la espectacularidad de la creación de las canciones en un equilibrio que se agradece y se disfruta. Una película con un clímax final apabullante dónde la cámara y la música son las protagonistas, Una dionisiaca celebración de la música de Queen. Quien tenga querencia por zonas oscuras y almas atormentadas, tendrá que esperar a otro director. Esto es una jubilosa y exultante  fiesta de los sentidos.


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