S.
Tanéyev. Dúo para soprano y tenor sobre la obertura de «Romeo y Julieta»
S. Rajmáninov.
Sinfonía nº 2
La orquesta primició con los bajos insinuando
las notas. Un cadencioso y leve
clarinete, unos glissandos fluidos de arpa, un tema misterioso al que siguen
los violines. Los acordes son calmados, casi de oración o meditación. La voz;
de amplio rango; de Carmen Solís, inicia el famoso diálogo de Sokolovsky sobre
ruiseñores y alondras. Le contesta el tenor, se unen en dueto, sufren, se aman,
Julieta se despide diciéndole que “trae
luz a su amor”.
Detrás la cuerda y el viento-metal dibujan una
textura calmada, contemplativa. Las voces crecen y se adensan, crecen al tiempo
que el drama de los amantes hasta llegar a esa melodía que columpia las notas
en un continuo flujo y reflujo. Ágil y controlado el instrumento de Carmen
Solís, paleta vocal plena de matices, control en los pianos, mixturándose con el hermoso timbre del tenor. Los
agudos sostenidos y meditados, la emoción a flor de piel para un dúo; escasamente
representado; con el que el público pacense pudo disfrutar de la ópera de
Tchaikosky que pudo ser y no fue. El finale, reposado, apagándose en piano, con la
alondra trayendo luz a su amor en una larga cadencia. Los numerosos aplausos
dejaron patente que Carmen Solís, sí es profeta en su tierra. Un arreglo de
Tanájev exquisitamente cantado
En
una época en que los compositores se hallaban preocupados por los colores del
tono y sus diversas refracciones orquestales, y se encontraban más fascinados
con las nuevas combinaciones armónicas (cuando la melodía, concebida como un
ingrediente vital de la composición, se hallaba casi olvidada), la capacidad de
Rachmaninoff se exteriorizó en la creación de una forma melódica renovada.
Tanto
Tanéyev como Rachmaninoff, comparten la doble faceta de extraordinarios pianistas con una notable
carrera concertística y creadores de un importante catálogo de obras
sinfónicas.
Los esbozos de Tchaikovsky
comienzan 29 compases antes de la primera entrada de la voz de la soprano.
Tchaikovsky había compuesto las partes vocales, siguiendo el libreto escrito
por Alexander Sokolovsky, que adaptaba desenvueltamente la tragedia de
Shakespeare. Los compases de cierre de esta composición no se encontraron en
los bocetos de Tchaikovsky, pero Tanéjev los extrajo de la Overture-Fantasia.
La partitura de Tchaikovsky-Tanéyev es un dúo escrito como composición
independiente. En el se incluía la interrupción de la escena por parte de la
Enfermera, cantada por una mezzo-soprano, que trae noticias de la madre de
Julieta. Sergey Tanéyev fue amigo íntimo, alumno de Tchaikovsky.
En
el Dúo para soprano y tenor (1894) de
Tanéyev encontramos el popular tema principal del Romeo y Julieta de Tchaikovsky, desarrollado por los dos
protagonistas en medio de una atmósfera
sentimental, dramática, que agoniza al igual que su infausto amor. El éxito de
la música de Tchaikovsky puede deberse a que fue el menos ruso de los
compositores rusos. Mientras el Grupo de
los Cinco (Balakirev, Borodin, Cui,
Mussorgsky, Rimsky-Korsakov) lidiaba por mantener y difundir el carácter auténticamente ruso de la música de
concierto, Tchaikovsky trataba de quedar al margen de ellos. Seguía sus propias
inclinaciones musicales, creando un concepto mucho más cercano a la percepción
europea que al mundo eslavo.
La
obertura escrita por Tchaikosky para su Romeo y Julieta, capitula con los
alineamientos de la forma sonata más
que al argumento real de la obra shakesperiana. No hay que obviar la aportación
de Mily Balakirev, líder de los “Cinco Grandes” que gustaba de entrometerse
en la música ajena. Detalló métodos de trabajo, aportó tonalidades para las
diversas secciones a un bisoño e irresoluto Tchaikosky, que le ofreció el manuscrito para ser corregido. Las suntusosas
melodías se entrelazan capa sobre capa, representando las secciones
particulares de la trama.
La
obra destila una gran atmósfera fatalista, sentimental y lánguida.
Es un ejemplo de música
programática. La primera representación de la
escena del dúo, en la finalización de Sergey Tanéyev, tuvo lugar en
octubre de 1894.
Debido a su gran duración, la Sinfonía n.º 2 ha sido objeto de varias revisiones, especialmente
en las décadas de 1940 y 1950, que redujeron la pieza de la hora
aproximadamente a unos 35 minutos. Hoy en día, sin embargo, la pieza suele
interpretarse en su versión completa, a veces con la omisión de la repetición
del primer movimiento.
La
segunda sinfonía está teñida de un fuerte sabor eslavo, aunque los intérpretes europeos
se aproximan a ella desde una perspectiva romántica.
1º Movimiento.
Largo-Allegro moderato en Mi menor
La
partitura, que se divide en los cuatro movimientos clásicos, con un ritmo lento
en la tercera posición, bebe directamente del sinfonismo de Tchaikovsky. Se
mantiene en el principio de evolución interna, basado en las transformaciones
de un tema básico: Un “lema”. La lánguida
introducción del primer movimiento (Largo)
se basa por completo en este "lema", una melodía de siete notas, posiblemente
inspirada en un canto litúrgico ortodoxo
Presentó
la orquesta el primer y solemne tema. Naciendo en los graves para ser expuesto
por los violines, hasta ser desarrollado con profundo rigor romántico por la
orquesta. Los chelos y contrabajos introducen el lema melódico en la textura densa
y profusa del Largo Siete notas para el lema, que surge casi desde la penumbra, extrayendo esa sonoridad
impresiva, espléndida (y opaca) Nace un breve sólo desde el corno ingles. Surgen
las referencias cruzadas, que hace emerger la excelencia del universo
idiomático del compositor. Entradas contrapuntísticas, tresillos, coda abruptamente
interrumpida. La melodía balsámica crece y decrece, la cadencia del corno nos conduce
al allegro, construido en la forma
clásica de sonata. El lirismo se incrementa durante el segundo tema, dibujado
por el clarinete, secundado de inmediato por la cuerda con primoroso detalle.
Este es un movimiento donde la agrupación oscila entre instantes melancólicos, iluminados,
elevaciones trágicas y veladas para lucimiento de todas las familias, controlando
el ímpetu del movimiento.
El
progreso en los disímiles ritmos, efectos y armonías es delicado y hermoso, para
extraer los dos temas (el segundo en Sol
Mayor), soportado en su mayor parte por una cuerda precisa. Como también
hubo precisión en la coda que culmina el infinito idiomático del maestro ruso,
rompiendo el clima en la parte central, desarrollando
un cosmos amenazador y cargado (según
modelo de la Patética de Tchaikovsky), que termina abruptamente,
tras una catarata de notas, en un repentino piu
mosso. En la reexposición, los toques en puntillo de los metales
rememoraban a Tchaikosvky, (el final
del primer movimiento de la Patética).
Magnífico
este primer movimiento de la OEX.
Voluptuoso y decadente en su justa medida. La orquesta extrajo; con precisión
quirúrgica, el aura de misterio que impregna la partitura, ese delicado equilibrio
entre lo borrascoso y la serenidad que subyace en este movimiento.
2º Movimiento. Allegro Molto
El tema principal está inspirado en el Gregoriano Dies irae,
ésta referencia sería el auténtico fil rouge de tanta producción
sinfónica del autor. Se trata de un Scherzo
animado, brillantemente orquestado con forma de Rondó (ABACABA), de pletórica vitalidad y pleno de contrastes, que
abrió una trompa con reminiscencias de Borodin. A lo largo del concierto, las
trompas utilizarían la técnica bouché, a modo de sordina, con la mano
introducida en la campana. Acordes quebrados surgen desde el clarinete formando arabescos, le sigue el oboe, para después ser perfilados con pulcritud por los violines. En la estructura de la sinfonía
tradicional rusa, el scherzo precede
al movimiento lento (costumbre establecida por Borodín y Balákirev). La
sección media del trío, amplia de lirismo y suntuosa, comienza con un fugato lanzado por segundos violines, lo secundan los primeros y
las violas. El efecto del trío semeja un desfile o feria de pueblo. El compositor
introduce la misma melodía del “Dies Irae”
un canto gregoriano para los difuntos que aparece en muchas de sus obras. Unas
certeras trompas cortan el primer motivo. La coral que nace de los metales es turbadora.
El tema
enigmático de la coral de los metales se expondrá más tarde en la
cadencia del último movimiento. En el final, un largo crescendo, donde la OEX recapitula
los anteriores arabescos.
Adagio en La Mayor
Este
es un fragmento arrebatadoramente romántico, teñido de nostalgia. El Adagio fue cantado con precisión y belleza por el
clarinete y la sección de oboes, Estamos ante uno de los temas más hermosos que
escribiera el ruso. Esta gran romanza para orquesta es atacada por la formación
arrancando un crisol de sentimientos románticos.
Pasajes
y diálogos elocuentes en el oboe, cuerno, la trompa inglesa y el violín y; sobre
todo; ese fantasía protagonizada por una difícil labor respiratoria del
clarinete, con largas oraciones. La orquesta extrayendo una hermosa textura
polifónica de la serenitud de este movimiento, que da vueltas pero no se
repite. Dos temas fundamentales sustentan
esta verdadera romanza para orquesta: Un sublime primer tema en los violines.
La cuerda recrea esa nostalgia romántica rachmaninoviana,
hasta imponerse en el clímax, navegando después por el tema lírico del primer
movimiento, en un retorno cíclico. Es el momento de la recapitulación y la bella
coda. Inmenso el fortísimo, donde la orquesta ataca el motivo inicial y aproxima al segundo clímax. El desvanecimiento en diminuendo dejaba la sala llena de melancolía y belleza hasta el
dolor, llena de júbilo, en contraste con el conflicto tempestuoso de los
anteriores movimientos. Ese es un movimiento atrevido si se deja a la desmesura
campar a sus anchas, escorando hacia un romanticismo mórbido. Pero la OEX
extrae una textura arrebatadoramente nostálgica, de línea serena y alto vuelo
lírico. Sin abismarse en el exceso de emotividad, un peligro que subyace en
todo el corpus romántico. La riqueza expresiva que solicita Rajmaninov no es
equivalente a desmesura, y esto lo comprende la batuta de Miguel Romea, guiando
a la orquesta hacia el clímax, pintando una textura intensa, de cuidado encaje
polifónico, pero con la sobriedad que requiere la escritura, sin el arrebatado
vértigo del romanticismo desaforado. Fraseando cuidadosamente el movimiento
para eludir el exceso romántico.
Miguel
Romea interpreta la partitura a niveles de fisicidad, con amplio lenguaje
gestual e indicaciones precisas a la orquesta, dibujando en el aire la intensidad
de los instantes. Las elecciones melódicas someten la
escena, imbuidas de temas populares de los "melos" rusos. La construcción armónica se basa en los dos
temas dominantes: uno expuesto por las cuerdas varias veces, otro confiado al
clarinete, acompañado por una orquesta que no oscurece sus semitonos, se vuelve
refinada y cautelosa. Cuando la orquesta recapitula y se va aproximando
al pp final. El diminuendo que indica la partitura, se convierte; literalmente; en un verdadero “desapareciendo”,
casi un suspiro...
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Allegro
VIVACE.
En la tradición sinfónica rusa, los motivos y
los temas se unen colectivamente en el finale
basado en un tema cíclico. La orquesta desarrolló un moviendo amplio, en forma
de sonata. Un hermoso tema inicial en tresillos, vitalidad y color en forma de
marcha y retorno a la sentimental melodía de cuerda en el tercer movimiento.
Los staccatto aportan sensación de
ligereza.
Nace un diálogo hermoso de flauta y oboe, una
filigrana hermosa, una nota larga de trompa con
efecto bouché, que produce un tono más cobrizo.
Inician con aliento danzarín, con aire festivo,
una siniestra danza con retazos del Dies
Irae, para continuar con un gran tema. A continuación reconsideran la
melodía. Después, el juego con escalas descendentes, en cascadas, que franquea
las diversas secciones de la orquesta, y diferentes alturas. En la cadencia
final, surgen las citas de Paganini
(Rhapsody) y de The Isle Of The Dead. Se
desvanecen las nubes de los anteriores instantes. Después de una melodía recóndita,
reexpone la primera sección, caminado hacia el final. La coda sella la
peregrinación espiritual, para regalar brío y luminosidad. Está perfectamente calibrado en todos los efectos
retóricos, con una devoción vocacional a los
postulados de la postromantiche
poesía.
La Orquesta de Extremadura supo extraer los vigorosos
giros armónicos que reclama la obra, enhebrando momentos sublimes, empastando, creando
una textura densa y ampulosa. Enfatizando los momentos dramáticos y oscuros, aislando
los episodios con precisión.
Subrayar el color de las familias de viento-madera-metal (liderado en
el Adagio por el clarinete), los
clímax hendientes y la compenetración de la cuerda. Una exultante perorata de latón
y timbales culmina la luminosa intensidad del finale. Saludos de la orquesta
por secciones, siendo largamente aplaudidas las secciones de viento-madera-metal,
sobre cuyas espaldas recae gran parte de la arquitectura de esta obra.
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