domingo, 21 de mayo de 2023

Querido Darío, de Miguel Murillo Fernández


Un espacio parco, espartano. Apenas unas sillas y una estructura con gobelin que servirá para proyectar emociones, ventanas y colores según avance la dramaturgia, le sirven al autor para presentarnos una tragedia universal. En las transparencias se creará el intramundo, obsesivo, compresivo y angustioso de la celda. Una celda en la que, Rubén García (Miguel Pérez Polo), encuentra un cosmos paralelo, totalmente desconocido, en la persona de El Rumano, un buscavidas taleguero. Un superviviente del maco y el patio machacahombres. Se le ofrece una celda “cómoda”, como le promete la abogada. Si es que es posible tal concepto.

Es el encuentro de dos mundos. La sensibilidad de artista, la carcoma vital del creador, frente a un hombre acostumbrado a la falta de piedad, a la supervivencia a costa del otro. Rubén tiene un secreto afectivo que no quiere revelar y trata de ocultar a su compañero de celda, que le va llevando en un viaje iniciático por el intrincado mundo de la supervivencia taleguera. Un mundo extraño, que le repele y despedaza por dentro.



Con el tiempo descubrirán que los seres humanos tienen muchas más cosas en común de las que podrían pensar y llegan a avanzar hasta algo parecido a una amistad.

Rubén decide volcar sus cuitas y vivencias en un diario al que cambia el nombre. No lo abrirá escribiendo “Querido Darío” sino “Querido Diario”.

Las escenas donde Rubén escribe suelen suceden en la esquina de la celda, tamizadas por el tul, con iluminación expresionista, aislándolo del mundo.



Para Rubén se trata de un nuevo encierro, dentro del mundo en que le ha tocado vivir y trata de enfrentarlo utilizando su fuerza mental y sus afectos exteriores. Pequeños trucos como cambiar el nombre de celda por habitación o discutir con el doctor Zambrano (Fermín Núñez) en uno de los momentos más intensos y divertidos de la obra. El lirismo del texto describiendo el silencio y la necesidad de la mano materna, alternan con instantes de humor ácido, donde se desvela la condición de Rubén.


Su acercamiento a Candi (El Rumano) se convierte en una pugna de atracción-repulsión. Rubén comienza a comprender las vivencias del compañero de chabolo y su situación, pero los comentarios que hace, se le clavan como espadas.

El texto de Miguel Murillo juega con el equilibrio entre el drama interior; que se desarrolla en el personaje de Rubén; con un humor inteligente que va presentando los problemas de identidad, la presión social o, incluso, instantes de profundo lirismo, como el recitado del poema de Rubén Darío.

El viaje de Rubén va pasando por todas las situaciones carcelarias, los talleres monótonos, el kíe; representado en el personaje de El Pipe; las agrupaciones delictivas, la interminable soledad de las noches, la pérdida de la identidad, los extraños rituales talegueros como las bolitas prepuciales para acudir al vis a vis…

El movimiento escénico aprovecha notablemente el escenario, utilizando en la justa medida el recurso de la celda-tul y moviendo los personajes por el resto del escenario. Incluso en leves danzas, con notable expresión corporal de Miguel Pérez Polo. La obra posee instantes de intensa humorada, como el interludio musical del Doctor Zambrano y Rubén con un mantón de Manila como cómplice.

La adecuada iluminación resalta las emociones y juega con el dramatismo, reforzada en todo momento con una partitura adecuada y expresiva.

Querido Darío nos habla sobre problemas universales, la identidad, la intolerancia, la falta de posibilidades sociales, el poder omnímodo de la palabra o la humana decepción. 

La acertada dirección de Sara Jiménez dota de un pulso fluido a este drama ecuménico, donde los actores encarnan con acierto los distintos espacios humanos. Fermín Núñez despliega una paleta de recursos que dotan a su “Rumano” de humanidad y una cierta bonhomía delincuencial (si existiese tan particular). O desdoblándose con efectividad en su breve interpretación de El Pipe. El sesgo que imprime a su Doctor Zambrano, nutre al espacio dramático de un humor luminoso e inteligente (aunque el mérito está servido en bandeja en el texto).


En su papel de Demiurgo carcelario dota de recursos a un Fermín apocado y desnortado, en el preludio, que termina canalizando su rabia y enfrentándose a la intolerancia, la impostura y la intransigencia. Difícil rol el de Miguel Pérez Polo, que recrea el personaje con variedad de registros. El tempo narrativo es adecuado y las escenas se suceden con levedad, enlazadas con corrección. Un texto que deja un amargo sabor en el espectador. Un poso de inquietud. Un sabor a injusticia.





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