martes, 29 de agosto de 2023

Sin City. La ciudad del pecado. 2005

 



Hay películas que nacen con vocación de convertirse en objeto de culto. Extravagancias fílmicas que apasionan al cinéfago vocacional, y hacen patinar las neuronas del espectador palomitero, amante del taquillazo a ultranza, o adicto al  guaperas de turno, cuyo oficio es imprimir glamour a producciones que ya eran cadáveres antes de proyectarse. Nos encontramos ante una adaptación respetuosa del cómic homónimo de Frank Miller, realizada con veneración y calidad en ambos medios. Sin duda puede añadirse a la lista formada por el peculiar Batman de Tim Burton, la notable Hell Boy de Guillermo del Toro o La Liga de los Hombres extraordinarios, aunque inferior a su original en viñeta (Alan Moore), sin duda una propuesta refrescante con una presencia poderosa de Sean Connery. Otras versiones del mundo de la bande dessinée han sido producciones bienintencionadas, pero carentes de lado oscuro, o ávidas de un público teenagers que reviente las taquillas: X-man, Spiderman o Hulk. Todas ellas procedentes del universo Marvel, gran productor de cómic durante generaciones, que ha encontrado una nueva vía en el cine con los últimos éxitos: Iron man o Los Vengadores; todas ellas adscritas al blockbuster; innegable chorreo de divisas para la industria fílmica. 

Por el camino se quedan intentos mediocres o directamente infumables como Los Cuatro Fantásticos, Capitán América o la vergonzante El Castigador, mercaderías prescindibles, para arrinconar en el baúl del olvido. De la querencia entre el Octavo arte y el Séptimo, nace la Sin City de Robert Rodríguez. Un fresco de hiperviolencia conceptual (y material) desplegada en glorioso blanco y negro, que queda tamizada por el barroquismo visual de su estética, y las referencias cáusticas al Gran Guignol. Basada en una imaginería de fuertes contrastes, casi expresionista, que permite digerir como una abstracción las pinceladas gore, que podrían haber influenciado fisiológicamente a los espectadores más sensibles. No apta para estómagos tiernos, la película presente la cruda certidumbre en la cotidianeidad de la ciudad del pecado. Enmascarado tras la sórdida tapadera del mal; se agazapa un romanticismo enfermizo donde el amor fou, es el protagonista, y al mismo tiempo el motor que sacude a los personajes. Insana exposición de una patología romántica a tres bandas. 


Las historias se funden en una coda final que envía el mensaje: todavía es posible el sacrificio por amor. Impagables los personajes; ya condenados al terreno de los mitos; como la letal y fascinante Miko, dándole lo suyo a los cantamañanas con castradoras katanas. Bruce Willys deviene hilo de Ariadna, para conducir las diversas ramificaciones del libreto. Demostrando solvencia fílmica de sobra, cuando tropieza con un binomio (director-guión) que consiguen extraerle el registro adecuado. Rememoremos también su interpretación en la excelente 12 Monos, que permitió su redención por participar en productos infumables. Irreconocible bajo el maquillaje; lo cual es de agradecer; Mike Rourke. El antaño sex-symbol, con una soberbia caracterización, tan sólo equiparable a la de Benicio del Toro, un policía de costumbres harto extrañas. El elenco femenino lo conforma un gineceo rompedor: Rosario Dawson, musa enfundada en traje dominatrix. Sensual Jessica Alba (inquietante bomba de relojería) ejecutando una hipnótica danza. Sin olvidar a la malograda Britany Murphy, en quien ya no quedaba nada de la niña de Ni Una Palabra. Sin City destila humorada negra y mala leche a mansalva. Chef d´oeuvre para paladares entrenados. Formidable ofrenda de amor a la novela gráfica, de la que parasita modos y maneras. No apta para visionar durante una copiosa merienda.



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