Lo primero que recaba a atención
de los connaisseurs a ultranza, del
cineasta Zhang Yimou, es la carencia en esta cinta de su habitual paleta
cromática. El autor ha optado por un estilo donde reina la grisura, los colores
apagados, a tono con el entorno opresivo de la dictadura infamante de Mao Zedong.
Amor Bajo el Espino Blanco es una película de apariencia liviana, pero
inmensa en su humildad, donde encontramos estilemas del autor, como su obsesión
por mostrar retazos humanos de la historia y cultura de su país. El argumento se
desarrolla durante la tiránica Revolución Cultural china. Una hermosa historia
sobre el primer amor; en el concepto menos occidental del término; que está
narrada sotto voce. Cocinada a fuego
lento, con una sutileza que enervará al espectador palomitero adicto al
blockbuster. La imposibilidad de desarrollar su relación en ese entorno
opresivo, y la lucha de los jóvenes contra el tiempo que les ha tocado vivir,
componen un delicado poema donde los gestos, los detalles mínimos, la
naturaleza, confluyen en el cauce de los amantes para regalar una hermosa
historia de pasión contenida. La joven Jing debe guardar las apariencias si
quiere llegar a ser maestra, observada por las autoridades. Su encuentro con
Sun, hijo de un militar de élite, puede complicar la “reeducación” a que son
sometidos los elementos sospechosos para el gobierno. Narrada como el fluir de
un río sereno, con fundidos a negro y carteles que dividen la narración como si
de un poema musical se tratase.
La aventura de los jóvenes en contra de un
sistema opresivo, inhumano y violento, que se disfraza con piel de cordero, es
un alegato contra la tiranía con la fuerza del amor. Una oda al coraje por encima
de las circunstancias y a la pureza de los sentimientos. El retrato femenino
descansa sobre la asombrosa interpretación (sencilla, pero llena de matices,
fluida pero con la intensidad de un río desbordado) de la joven Zhou Dongyu,
que consigue despertar una empatía sin límites en el espectador. Que siente,
padece y sufre ese horror cotidiano que significa habitar un periodo histórico,
dónde algún déspota o dictadura arrasan la vida de los ciudadanos. Zhang Yimou
aboga por el intimismo más extremo y la interiorización de las vivencias, en la
otra orilla de sus anteriores producciones.
El otrora autor de acrobacias
desmesuradas, envueltas en cromatismo desbordante, de una estilización
impactante o rebuscada, con coreografías aéreas, brillantísimas danzas y
trepidante ritmo, deviene en propuesta encerrada en cuatro paredes o bucólicos
escenarios. Desde el esplendor de las épicas batallas de Hero, al colorido preciosista y la poética marcial (con un concepto
visual insuperable) de La Casa de las Dagas Voladoras. Desde la
recreación histórica recargada de derroche estético en La
Maldición de la Flor Dorada ,
pasando por la sensible y lúcida denuncia sobre la miseria rural en Ni uno menos, hasta la polémica (en lo
político) desatada por ¡Vivir! (prohibida en su país) debido a la
denuncia que este drama; protagonizado por la hermosa Gong Li; hacía del
gobierno chino. El bagaje como cineasta de Zang Yimou ha renovado el género del
wuxia, sin perder la capacidad para conciliar lo poético con lo comercial. Sus
mejores obras ofrecen un lirismo no exento de militancia como Sorgo Rojo (1987), debut como autor,
historia de un difícil romance; de hermosa factura visual; que obtuvo el Oso de
Oro en Berlín. Gong Li volvería a ser protagonista en Semilla de Crisantemo, duro retrato de la China de los años 20 y del
sometimiento de la mujer al medio social, que obtuvo entre otros la Espiga de Oro de la Seminci de Valladolid.
Público y crítica suelen coincidir en designar El Camino a Casa como una de las mejores obras del director. Una
vez más, protagonista femenina luchando contra los elementos, alternancia del
color y el blanco y negro, melancolía no exenta de acusación social. La marca
de la casa.
Aunque otros se decantan por la sensibilidad elaborada, la estética
sugerente y exquisito tratamiento del color, de una cinta como La
Linterna Roja , donde la actriz-fetiche Gong Li, vuelve a
encontrarse con el trato opresivo para el género femenino, obligada a casarse
con un poderoso señor, que ya “posee” tres esposas. Antes de estrenar Amor Bajo el Espino Blanco, el autor se
atrevió con un; quizás innecesario; “remake” de la película de los hermanos
Cohen: Sangre Fácil. Tras el
estrambótico título de Una Mujer, una Pistola y una Tienda de Fideos
Chinos, se agazapaba una estilizada versión (vía Godard) de la obra capital
de estos reconocidos cineastas. El autor opta por un minimalismo expositivo a
la hora de acercarse a la situación social de los protagonistas. Conversaciones.
Miradas. Silencios que nos llevan a sentir el ambiente asfixiante, más que la
mostración explícita de atrocidades o sevicias. En cuanto a la faceta afectiva,
lo que en manos de otros director se hubiera transformado en excusas para
mostrar escarceos físicos de mayor intensidad, se traduce en un leve roce de
manos, un intento de relación que no culmina o una de las más bellas secuencias
del film, donde Sun abraza a Jing utilizando su abrigo como simbólico mundo
protector. Es lo más cerca que llegan a estar en un concepto de la vida nada
frenético, donde la quietud se aposenta en los actos. No olvidemos que estamos
ante cine oriental. Pintura reposada de los afectos, que para algunos
espectadores puede orillar peligrosamente la cursilería, pero que no es tal. Es
serenidad en el trazo. Es delicadeza expositiva. Tampoco estamos ante una obra
complaciente. El sincero epílogo que desbarata el “love story”, nos recuerda la
crudeza del entorno y el encarcelamiento emocional de los jóvenes. Zhou Dongyu
hace de la impasibilidad su arma interpretativa. No estamos ante un cuadro desaforado
y romántico. Estamos ante un lienzo oriental, reposado y señero. Esa aparente
carencia de recursos interpretativos oculta un vendaval de emociones contenidas
por la época, el entorno y la sociedad. Conseguir transmitir la intensidad de
su amor con tan escasas armas y medios, es una empresa estimable. Los colores
juegan un papel preciso en la progresión anímica. Marrones, grises, azules
matizados y fríos que en el epílogo adquieren luminosidad.
Música espartana y
escasa, audible en algún momento dramático. Quizás el espectador occidental
sienta un cierto distanciamiento ante esta forma de sentir la vida, esa
devoción hacia la persona amada, esa entrega a la familia para caer en
desgracia puede parecer falta de coraje. Pero es justamente todo lo contrario.
Los sentimientos se muestran en un delicado ejercicio de belleza y delicadeza. El
método del autor de seleccionar actores debutantes y pedirles que sintieran y
no actuaran, le permitió una página en blanco donde reinterpretarlos como en
caligrafía china. Dejando huella. Armada de una fotografía excepcional (en sus
inicios fue director de fotografía) y la banda sonora de Chen Qigang, consigue
el difícil equilibrio entre la risa y el dolor, entre la inocencia de los
muchachos y la maldad del entorno político. Apreciable el trabajo de los
secundarios que aportan matices imprescindibles al guión. No nos equivoquemos,
el horror y la perversidad de la dictadura, habitan bajo la piel delicada y
sensible de estos amantes improbables y condiciona sus vidas, aunque ellos lo
enfrenten con oriental parsimonia. Una hermosa creación de Zhang Yimou.
Descubridor de musas como Gong Li o la encantadora Zhang Ziyi, a las que ha
arrancado sus mejores interpretaciones. Esperemos que el futuro depare a la
joven Zhou Dongyu las mismas opciones.
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