Es realmente difícil clasificar esta obra, ganadora en Sitges 1992. Una apuesta sumamente arriesgada, incómoda, iconoclasta que roza los límites de la obscenidad, lo políticamente incorrecto o la barbarie en
estado puro. De no ser por el despliegue actoral del belga Benoît Poelvoorde,
(Tres Corazones, Cocó, antes de Chanel, Asterix en los Juegos Olímpicos), que
proyectó junto con Delvaux y Bonzel este
dislate para el proyecto de fin
de graduación, el producto resultante podría haber oscilado entre el sonrojo
ajeno y la regurgitación fílmica en estado puro. El argumento, pretendidamente
original sobre un equipo de filmación que sigue el día a día de un asesino en
serie y que terminan comulgando con sus
actos e implicándose más allá de lo razonable, se salva con la utilización de
un humor negrísimo en los desopilantes diálogos (formidable Benoît), donde el
serial killer de extrarradio opina sobre lo divino y lo humano, realiza sus personalísimos,
juicios de valor sobre la sociedad, la estética, el arte, el urbanismo o el sexo
de los ángeles, mientras apiola a una familia
acomodada o estrangula a un cartero que pasaba por allí.
Entre atrocidad y atrocidad, el “simpático” y dicharachero profesional
nos ilustra con sus conceptos
del mundo y la sociedad a golpe de gatillo (bastante fácil) e implicando al
equipo de reporteros en sus vesanias. Muy acertada la fotografía con la
elección de ese super 8, blanco y negro “sucio” y con grano que introduce en el
carácter surrealista y onírico del relato,
hoy convertido en obra de culto en los cenáculos culturetas. “C´est Arrivé prés
de Chez Vous” es una obra con vocación de irreverente, un mockmumentary (subgénero que iniciara Welles con su retransmisión de “La Guerra de los Mundos”,
que se camufla como ácida crítica social o tesis desaforada sobre los medios de
comunicación, la explotación y la violencia. La sombra de Kubrich y su
“naranja” planean sobre un argumento que nos aproxima a la vida cotidiana del pistolero. Un mundo disparatado donde sus amigos conocen la profesión y la comparten, regalándole una pistolera en su cumpleaños o comentando que “no les gusta
mucho”, pero es lo que hay.
La elección de la estética amateur, del documental descuidado y “sucio” para salir del paso, es la más acertada para introducirnos en un mundo donde el “grand guignol” se da la mano con instantes de música clásica, los fiambres son arrojados a una charca y el protagonista elabora toda una teoría científica acerca del peso relativo que necesitan los apiolados para hundirse dependiendo de edad, raza, condición, etc. Jugando con los mecanismos de un humor negrísimo, en ocasiones trufado de un cinismo amoral y canallesco, teñido de una poesía enfermiza. Tan atractiva como una ciénaga putrefacta. Benoît consigue extraer de su ¿personaje? un carisma arrebatador y malsano. Su psicopatía está tan imbricada en el papel, que es capaz de enganchar al espectador con su locuacidad disparatada, su lenguaje corporal egocéntrico, su periplo vital enfermizo y su procacidad verbal. Al contrario de la antipatía que debería despertar, consigue arrancar una insana simpatía, en base a una interpretación natural, espontánea y empática, que hace olvidar todas las villanías perpetradas e incluso la saciedad y leve cansancio que producen la repetición de situaciones en el tercio final.
Benoît es el vecino nuestro de cada día (de ahí el título), un ciudadano aparentemente corriente; aunque también lo son el equipo de filmación y los amigos “consentidores”. Un tipo simpático, dicharachero, que tiene mal beber y opina “ex catedra” cuando está beodo. A todos se nos viene a la memoria algún conocido. La diferencia radica en que este “vecino” ejecuta las mayores animaladas sin despeinarse, justificándose con una retorcida moralidad y un discurso de frenopático. Un guión con mala leche extrema, desoladora para la especie humana, carente de vocación didactista o moralista. Destaca su componente éticamente neutro y la ausencia de posicionamiento.
El guión está claramente descuidado por el “script, en el caso de que el presupuesto les permitiera este profesional. De este modo son múltiples los fallos y descuidos: cadáveres respirando, efectos mal realizados, detalles que no hacen sino sumergir aún más en el alocado, naif, enfermizo e imposible universo de Benoît. Propuesta macabra, sarcástica, rompedora de todos los tabúes, bizarra en grado extremo, desquiciada, perversa, donde la catarsis del profesional de la muerte, consiste en causar el mayor grado de destrucción posible. Un desquiciado capaz de detener; momentáneamente; una matanza, para recitar intensamente a la cámara un poema sobre palomas y libertad, dejando en pañales los chicos malos de Tarantino y Cía. El monstruo cotidiano, tan caro al subgénero del “American Gothic, donde la amenaza se encuentra dentro de casa. Me guardo mucho de recomendarla. Salvo a cinéfagos enfermizos e irredentos.
La elección de la estética amateur, del documental descuidado y “sucio” para salir del paso, es la más acertada para introducirnos en un mundo donde el “grand guignol” se da la mano con instantes de música clásica, los fiambres son arrojados a una charca y el protagonista elabora toda una teoría científica acerca del peso relativo que necesitan los apiolados para hundirse dependiendo de edad, raza, condición, etc. Jugando con los mecanismos de un humor negrísimo, en ocasiones trufado de un cinismo amoral y canallesco, teñido de una poesía enfermiza. Tan atractiva como una ciénaga putrefacta. Benoît consigue extraer de su ¿personaje? un carisma arrebatador y malsano. Su psicopatía está tan imbricada en el papel, que es capaz de enganchar al espectador con su locuacidad disparatada, su lenguaje corporal egocéntrico, su periplo vital enfermizo y su procacidad verbal. Al contrario de la antipatía que debería despertar, consigue arrancar una insana simpatía, en base a una interpretación natural, espontánea y empática, que hace olvidar todas las villanías perpetradas e incluso la saciedad y leve cansancio que producen la repetición de situaciones en el tercio final.
Benoît es el vecino nuestro de cada día (de ahí el título), un ciudadano aparentemente corriente; aunque también lo son el equipo de filmación y los amigos “consentidores”. Un tipo simpático, dicharachero, que tiene mal beber y opina “ex catedra” cuando está beodo. A todos se nos viene a la memoria algún conocido. La diferencia radica en que este “vecino” ejecuta las mayores animaladas sin despeinarse, justificándose con una retorcida moralidad y un discurso de frenopático. Un guión con mala leche extrema, desoladora para la especie humana, carente de vocación didactista o moralista. Destaca su componente éticamente neutro y la ausencia de posicionamiento.
El guión está claramente descuidado por el “script, en el caso de que el presupuesto les permitiera este profesional. De este modo son múltiples los fallos y descuidos: cadáveres respirando, efectos mal realizados, detalles que no hacen sino sumergir aún más en el alocado, naif, enfermizo e imposible universo de Benoît. Propuesta macabra, sarcástica, rompedora de todos los tabúes, bizarra en grado extremo, desquiciada, perversa, donde la catarsis del profesional de la muerte, consiste en causar el mayor grado de destrucción posible. Un desquiciado capaz de detener; momentáneamente; una matanza, para recitar intensamente a la cámara un poema sobre palomas y libertad, dejando en pañales los chicos malos de Tarantino y Cía. El monstruo cotidiano, tan caro al subgénero del “American Gothic, donde la amenaza se encuentra dentro de casa. Me guardo mucho de recomendarla. Salvo a cinéfagos enfermizos e irredentos.
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