La
apuesta de Filmoteca de Extremadura es un lúgubre drama intimista. Una pieza de
cámara mortuoria, un “huis clos”, donde los exteriores (Parque Nacional de
Sintra), apenas se vislumbran un instante
en el prólogo. Este paisaje wateauviano
será el único exterior filmado, antes de introduciros en la cámara sellada de
donde no volverá a salir el monarca. Eligiendo como estética largos y reposados
planos pictóricos, Albert Serra dirige una propuesta inclasificable, claustrofóbica,
perturbadora y extraña. Un tratado acerca de los últimos instantes del ser
humano y sus postrimerías, representados en la figura del monarca francés. Una
elegía a la transición que muestra a un ser humano en sus últimos instantes,
esos que nos igualan a todos. Soportada por trabajos actorales conmovedores,
sobrios y potentes. Serra opta por la cocción a fuego lento, por la morosidad
narrativa como estética, recreando ambientes de difícil fotografía por su
escasa luminosidad y minimalismo en los movimientos de cámara.
Lejano al
glamour de producciones históricas, bailes palaciegos, o movimientos de masas,
Luis XIV aparece ataviado con una enorme peluca de concepto caniche, los tics
faciales de un anciano y las miserias cotidianas de un hombre agonizante,
rodeado de ineptos que luchan por salvar la cara.
La
cámara se recrea remisamente en la masticación monocorde del monarca, en el
fatídico tic-tac del profético reloj que condiciona toda la existencia humana,
en los primeros planos estáticos, e incluso en los fuera de campo, en la
repetición de gestos, en un larguísimo plano que recuerda al prólogo
de Depardieu en “Todas las Mañanas del Mundo”; con el decano de la “Nouvelle
Vague” (Jean-Pierre Léaud) mirando fijamente al espectador (homenaje a Los 400 Golpes).
La interpretación
del actor-fetiche de Godard es solemne y suntuosa. Pero, también, cercana y efímeramente humana. Las sombras de
Visconti o Rossellini planean sobre una obra (aunque el autor huya de ellas), que
recrea las miserias del periodo neoclásico, jugando a la desmitificación (puro
Serra), huyendo del versallesco o deslumbrante despliegue, de la agrupación
musical barroca, de los fascinantes trajes para actos protocolarios. La música
juega un extraño papel, siendo apenas un etéreo eco las composiciones
originales de Marc Verdaguer, o utilizando en parámetros de segundo plano obras
como la “Mass in C Minor, KV427” del genio salzburgués. Los sonidos “fuera de
campo” también adquieren importancia en el desarrollo de la escasa trama. Como
también “fuera de campo” están el pueblo, las repercusiones políticas de esos
momentos o cualquier referencia que trascienda la epopeya humana del
agonizante.
No
es este óbito, del llamado “Rey Sol”, una obra complaciente. No está dirigida
al espectador medio (abstenerse palomiteros), y no refleja la etapa
absolutista, ni al monarca amante de los impuestos y la adulación, concentrándose
en el hombre enfrentado al trance último y supremo. El film apuesta por la
carencia de clímax, la acumulación de vivencias ralentizadas, la huída de lo épico,
la morosidad narrativa (cine flow). No es un bocado para todos los paladares.
La
textura fotográfica de Jonathan Ricquebourg (Banat, Gorge Coeur Ventre), bebe
directamente de las paletas rembrandianas (La Lección de Anatomía), del
tenebrismo o las apuestas estéticas de Sokurov (Fausto, El Arca Rusa, Moloch),
pasando por los “tableaux vivants”, Holbein o el claroscuro. La elección visual
se basa en perspectivas frontales, escorzos y formato panorámico
Hay
una poesía de lo grotesco en esa querencia por el primer plano del rostro lacónico,
esculpido en desdichas, en la recreación en la fragilidad, el estatismo
forzado, en la desmitificación del personaje histórico para la prevalencia del
ser humano. Albert Serra retorna a su universo donde reimaginaba provocativas
propuestas de iconos (Casanova, Drácula, Don Quijote), colados en su habitual
tamiz estético, ideológico e irreverente. Reconstruyendo el discurso visual o
narrando desde el tiempo muerto. Suprimiendo todo rastro del mito, mostrando la
desnudez sin coartadas, en un entorno donde prevalece la sombra.
El
guión es fiel a la historia. Está basado en las memorias de Saint-Simón y el
marqués de Dangeau, con licencias poéticas y no tanto: Los servidores tardan
una eternidad en llevar el agua al rey, los cortesanos aplauden las más banales
acciones como la deglución de alimentos.
La
Muerte de Luis XIV deviene involuntaria parábola, lampedusiana comedia bufa disfrazada
de la desaparición de un universo (absolutismo). En realidad, certero
testimonio sobre el devenir humano, la decadencia y lo inexorable del tiempo,
con una carencia absoluta de pathos en su desarrollo. El hombre que agoniza en
ese exiguo espacio; del que no va a volver a salir; ha sido el dueño del enorme
palacio, de los jardines exuberantes, de un país que gobernaba por derecho
divino. Ahora solo es un pelele que no puede comer. Que yace inerte, siendo
pasto de cortesanos y lacayos.
El
director ha optado por crear un universo de detalles para llevar adelante la
historia. Una vela que parpadea, murmullos de cortesanos, o el sonido de una
orquesta lejana, el magistral movimiento facial de Léaud, los silencios, los “fuera
de campo”.
Una
fábula, cruel, pero veraz, de la naturaleza humana. El “Rey Sol” acaba siendo
una rata de laboratorio en manos de advenedizos e ignorantes matasanos en una
desagradable autopsia ritual que culmina
con un cínico “punchline”
“Al terminar la partida, el rey y el
peón duermen en la misma caja”
Banda
Sonora.
El
soundtrack permanece en este film como algo casi fantasmagórico, creando una
sensación agónica, mortuoria, de ajeneidad y extrañeza. Las obras compuestas
por Marc Verdaguer apenas se aprecian y son de gran brevedad,
BAND"EL GEST"
(c) MARC VERDAGUER (2016)
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"LA FURIA"
(c) MARC VERDAGUER (2016)
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"ES FA DE NIT"
(c) MARC VERDAGUER (2016)
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La
Misa de Mozart fue la primera que compuso sin tratarse de un encargo y está
inacabada. Su mujer, Constanza, cantó como solista en el estreno. Falta la
instrumentación de algunos pasajes, siendo uno de los pocos instantes del
metraje en que la música (Kyrie) puede escucharse claramente y juega un papel
dramático.
Otra
de las obras clásicas que se escuchan es la “Sonata a Trío” de Domenico Gallo,
violinista nacido en Venecia. Esta forma musical a pesar de denominarse “a
trío” suele necesitar de cuatro músicos y fue muy popular hasta la primera
mitad del XVIII. Algunos de los tríos de este compositor se atribuyeron
erróneamente a Pergolesi. Se gestaron en un periodo en que la formalidad del
Barroco daba paso a la euforia del clásico. Están teñidos de ese “estilo
galante” y pleno de vitalidad tan caro al periodo. Es la obra que suena al
inicio, durante la única toma exterior de la película.
"TRIO SONTA NO. 2 IN G -
MODERATO"
DE DOMENICO GALLO
(c) ETREME MUSIC
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"MASS IN C MINOR, KV427"
DE WOLFGANG SAMADEUS MOZART
CONDUCTOR: HELMUY RILLING
(c) HANSSLER CLASSIC
Lo
mejor: La apabullante no-interpretación de Jean-Pierre Léaud.
Intentar
reconocer los jardines de Sintra y el Palacio de Quéluz.
Lo
peor: El escaso juego dramático de la música
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