Después
de templar los instrumentos, la orquesta ataca las primeras notas del Allegro Moderato. La Kopatchinskaja se
ha situado; habitada de un vestido rojo que apenas oculta sus pies descalzos;
para acometer el lirismo del primer tema de este movimiento.
Acariciando la
cuerda en mi suave que solicita un vibrato ligero y flexible. Incluso el
lenguaje corporal de la violinista es iconoclasta. Hay un juego de sombras y luces con la
orquesta que permite un arco muy amplio de vibraciones sensoriales. Sibelius
introduce dos cadencias donde sólo debería haber una por movimi ento. Organiza en
forma de sonata tritemática. La estructura sincopada estalla en un rito de
alegría donde las tracerías del violín son celebradas, y se deja espacio para
que la Orquesta de Extremadura acometa un interludio sinfónico de tesituras
variables, timbres, colores y magnos espacios sonoros.
La cadenza se usa como
parte del desarrollo. El tema pasa, en octavas paralelas, de un instrumento a
otro, del viento a la cuerda, de la cuerda a la solista en un flujo y reflujo,
en un vaivén donde la fogosidad de la cuerda da paso al mar en calma de los
vientos. La solista abordó las notas dobles y triples, los acordes de cinco
notas y la fogosidad que solicitaba la cuerda con técnica impecable. No cabe
duda de que en ella prevalece lo emotivo sobre lo rítmico, lo visceral sobre lo
académico, la espontaneidad sobre la lectura. Y esto es algo que el espectador
agradece.
Las
maderas (oboes y clarinetes, por este orden) aguardan para introducir el
segundo movimiento para que el violín y los legatos se apoderen del mapa
cromático. Un pentagrama evocador de enormes extensiones boreales, recreando
una atmósfera invernal. Patricia Kopatchinskaja se inclina, se deja arrebatar
por la calidez de la invitación a la danza, al folclorismo (Sibelius esta
superando su etapa nacionalista), por la plenitud sincopada de la promesa de un
verano finlandés.
En
el arrebatador romanticismo del “Adagio di Molto” encuentra la intérprete su
Parnaso. En ese trato exquisito de la melodía, en ese cromatismo donde las
falanges se recrean para destilar el concierto para violín más interpretado del
siglo XX. Una obra que el compositor rehízo, eliminando aspectos de dificultad
técnica para que primara lo expresivo en la ejecución, lo cual no implicaba una
menor demanda técnica. Los huidizos dedos de Patricia Kopatchinskaja, lo dejaron
patente en el intenso lirismo del movimiento, el menos revisado por el
compositor con respecto a la revisión original.
Después
las trompas y el fagot acompañan la emotiva melodía con su juego sibeliano de
breve-larga, breve-larga o la sexta añadida (otra especialidad de la casa). Las
sincopas que arranca el virtuosismo de Patricia Kopatchinskaja, semejan latidos
de un corazón musical. Hasta el instante mágico donde la orquesta se une al
violín, en un sorprendente pasaje de dobles cuerdas en octavas. Es difícil
aguantar los aplausos. Un coro de trompas y una sencilla cuerda cierran este
hermoso y sensible pasaje de reminiscencias armónicas casi wagnerianas.
El
“Allegro ma non tanto”, es la prueba de fuego para la violinista con notas
dobles, subidas a gran velocidad, con un tutti donde el autor corta por lo sano
para volver al fraseo inicial.
Un
movimiento danzarín y brillante de depurada técnica que destila dominio del
arco. Es el comienzo de las frases cromáticas donde se luce la técnica refinada,
la iconoclastia que la ha convertido en la “fille terrible” del violín, su
aclamada versatilidad y el magnetismo de la moldava, en una cascada de notas
que termina secamente. Algo que requiere de toda la intensidad del intérprete, para
ejecutar la única pieza concertística para instrumento solista y orquesta que
compuso Sibelius. Un compendio de sentimientos y de vivencias, que la Orquesta
de Extremadura y Patricia desgranaron obteniendo larguísimos aplausos del público.
Era una apuesta arriesgada y no complaciente para todos los aficionados. Salvando
las distancias me recuerda el exceso y el temperamento de la Bartoli en el
campo operístico. De lo que no cabe duda es de que no deja indiferente.
Para
la segunda parte la orquesta regalaba al espectador la Sinfonía nº 3 en Fa Mayor Op. 90 de Johannes Brahms. Una obra
utilizada para el cine por el director
Anatole Litvak en su película “No me
digas adiós” (1961). Brahms compone en pleno romanticismo, apoyando (junto a
Schumann) la continuidad de la línea clásica frente a otros autores como Liszt
o Wagner que optaban por nuevas vías. Compuesta en plena madurez creativa,
cuando ya dominaba la forma, tan sólo le llevo tres o cuatro meses de trabajo.
La
Orquesta de Extremadura acometió el tormentoso “Allegro con brío” desde la
sección de viento en un tiempo que combina la melancolía, la calma y el ardor
emocional. El clarinete desgrana delicadeza para cederle el testigo al oboe en
el tercer tema y retornar al primero delicadamente. Gran belleza cromática en
este movimiento para dar paso a un Andante
que en estructura típica debería haber ocupado el tercer lugar y deviene reposo
para el espectador, con una instrumentación sutil, respondiendo a las características
propias de un scherzo, casi de cámara. En un reposado 2/4.
El
Tercer Movimiento “Poco Allegretto” en 3/8, es otro mundo. Aquí la orquesta se
simbiotiza con la expresión corporal de Álvaro Albiach para regalar una de las
obras más hermosas de todos los tiempos.
Sutileza instrumental, melancolía, belleza para esta inolvidable melodía. ¿Sería
consciente Brahms de lo que estaba componiendo? La Orquesta de Extremadura
sigue fielmente la dirección, plena de fisicidad, acompaña como una marea tras
el movimiento de sus brazos (y de su cuerpo)
Después
el “Allegro alla Breve”, dividido en tres temas con coda, donde la agrupación
recupera magistralmente el tema de apertura para agonizar en pianissimo. Nada
de finales explosivos beethovianos. Calma y serenidad, introspección. El público
aplaudió largamente la interpretación de la Orquesta de Extremadura. Un inicio
de lujo para el Festival Ibérico
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