La primera certeza al visionar Jackie es la de no encontrarnos ante un biopic al uso. Es una inmersión en los
sentimientos humanos, en el dolor, en el abismo. En el vacío de no encontrar
respuestas.
La cinta, protagonizada espléndidamente por una Natalie Portman
recuperada a la que le perdonamos sus
últimos pecadillos alimenticios, es paradigma de la existencia de todo ser
humano. Una subsistencia frente a la oscuridad cotidiana, que se desgrana en el
último tercio, en el diálogo de Jackie con el enorme John Hurt. Una oscuridad
que cada uno afronta con las armas que
tiene. El trabajo actoral de la Portman es de lujo. Inflexiones, gestos,
movimientos, sin caer en la imitación mecánica, dotando al personaje de vida y
empatía, creando un ser humano palpitante y reconocible.
Pablo
Larraín utiliza todos los recursos a su disposición: cámara en mano,
televisiones en blanco y negro, estilo semidocumental y un tempo de cocción a
ritmo de adagio (como la banda sonora) para introducirnos en un periodo álgido de
la historia, sin perder de vista las emociones. Larraín no está interesado en
lo que sucedió, nos cuenta lo que significó para la protagonista y lo que
significa para cualquier ser humano ese
instante que cambia tu vida y siempre llega como un inesperado hachazo.
El
film está estructurado sobre una entrevista central con distintos “flash back”
que encajan como un puzzle visual. La banda sonora se hibrida para crear una
sensación de irrealidad. Para introducir al espectador en ese espacio anárquico,
doliente y reflejar la terrible presión sicológica del momento.
Concebida
a mayor gloria y lucimiento de los recursos de la actriz, que recrea la
capacidad de Jackie Kennedy para convertirse ella misma en un mito y un
producto. Aunque podría haber indagado más intensamente en las zonas oscuras a
que nos tiene acostumbrada la filmografía de Larraín (Tony Manero' (2008) y
'Post-Mortem, “El club” (2015) o Neruda' (2016).
El
montaje fragmentado, sin cronología, con la deconstrucción como estética, contribuye
a aumentar la sensación perturbadora e incómoda. La huída de todo glamour de un
personaje, que básicamente era eso de cara a la opinión pública, permite
reconstruir los entresijos humanos y las miserias cotidianas. El equilibrio
entre distanciamiento, intensidad y frialdad, alejamiento y proximidad, es hábilmente manejado en esta
pieza de cámara. Excepcional la
secuencia final donde Jackie contempla; alejándose de todo lo que era; reflejada
su imagen en la ventanilla del coche, como los operarios transportan unos simbólicos
maniquíes inanimados, vestidos con la ropa de Chanel que ella contribuyó a
poner de moda. El guión no escatima denuncias sobre el poder, la apariencia, las
creencias o escarba en los dilemas morales a golpe de primer plano y concepto visual
casi televisivo. El trabajo actoral de Billy Crudup como el hierático periodista
o el veterano John Hurt en su penúltimo papel, están a la altura de Natalie Portman, sin ninguna duda.
La
apuesta por el look setentero en el grano fotográfico (Stéphane Fontaine) y el trabajo de diseño de vestuario, contribuyen a la
verosimilitud del relato visual.
Jackie
fue un icono, una mujer luchadora, ambiciosa, que protagonizó un periodo
importante de la historia, que ha sido convertida en muñeca de colección. Solo
ella pudo saber si consiguió su Camelot…
Banda
sonora:
Una
atípica partitura de matices dolientes y melancólicos que juega con los vientos
como arma para recrear emociones, principalmente dolorosas, y crear un clima de
ajeneidad o extrañamiento. Principalmente
usa notas agudas, secas o distorsionadas de flauta travesera para mostrar
irritabilidad o extrañeza. Los segmentos de cuerda son adagios lentísimos con
notas inesperadas, perfectamente integradas en el ritmo emocional y en el
concepto visual. Combinaciones de percusión y acordes desnudos en el teclado
permiten que Mica Levi construya una partitura atmosférica que se ajusta como
aquellos trajes de Chanel a la silueta de Jackie.
También
se utilizan obras como “Camelot”, interpretada por Richard Burton. Pau Casals
aparece interpretando la melancólica “El Cant dels Ocells”. También toman una
obra del compositor Paul Zaza (Asesinato por Decreto), que aparece como Peter
Dufferin titulada Affection nº 3.
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