Las Erinias (o Furias) eran las personificaciones
femeninas de la venganza en la mitología helénica, encargadas de castigar los
crímenes durante la vida. Su especialidad era expiar las transgresiones o
asesinatos contra la familia, sin
aceptar atenuantes. Estas cordiales deidades son las encargadas de abrir el
prólogo de la primera película de Miguel del Arco, en un claro referente
metateatral, para dar paso a la épica de una familia de intensa patología y
relaciones enfermizas. Este paso desde las tablas hasta el objetivo, llega tras
muchos años en que el dramaturgo madrileño ha sacado adelante éxitos como
Antígona (2015), Misántropo (2013) o
Juicio a una Zorra (2011) y ha dirigido cortometrajes.
Para “Las Furias”, el
director se ha rodeado de un elenco cercano, en el que confiaba. Ya había
dirigido a Gonzalo de Castro en la hilarante actualización de “El inspector” de
Gogol y en “Deseo”, también con Emma Suárez. A Machi, en la citada “Juicio a
una Zorra”, un brillante monólogo que reescribe la historia de Helena de Troya
y a Bárbara Lennie en la exitosa adaptación de “El Misántropo”. El elenco es
brillante y contundente. No podía ser de otra manera para la arriesgada pirueta
narrativa, en continuo equilibrio con el exceso, que propone la productora
Kamikaze (profético nombre) para desatar a estas hijas, nacidas del miembro
castrado de Urano. El peso del hilo narrativo cae sobre la nieta (Macarena
Sanz) en un difícil rol contrapunteado por un enorme José Sacristán, antiguo
actor afectado de Alzeimer, pero que puede recordar los textos que interpretó. La
reunión familiar de los Ponte Alegre (cínico apellido) deviene descenso a los
infiernos. Se convierte en autoflagelación y pervertida catarsis que bebe de la
tragedia clásica, pero capaz de convivir con
instantes de humor y frescura
narrativa. De hecho Del Arco desliza la
tragedia, con nombres clásicos para sus protagonistas: Casandra, Héctor
y Aquiles, hacia un arriesgado epílogo que puede descolocar al espectador,
después de los cambios de tono en narración.
Los miembros del clan familiar aparecen como figuras
tóxicas, estridentes, arrastrando sombras y peajes en su infortunado
reencuentro a modo de tragedia helénica donde tan sólo falta el coro. Hay mucho
más de influencia teatral, de tragedia antigua (no por ello menos actual), de
drama shakesperiano, que de las disecciones sociales de Sam Mendes, los
arrebatadores diálogos de Woody Allen, o de la visión soterrada y la violencia
oculta de la condición humana de P. T. Anderson. “Las Furias” está más cerca
del espíritu helénico o de “La Señorita Julia”, que de “Celebración” de
Vintenberg. Pero no estamos ante teatro filmado, pese a los diálogos,
imposibles en otra familia que no tuviera relación directa con las tablas. No
cabe duda de se trata de un proyecto atípico, arriesgado, un guión que mixtura
el esperpento, lo trágico y lo cómico para desembocar en una catarsis final que
no dejará indiferente. Un lugar donde la vida y la muerte se dan la mano.
Lo mejor: El irrepetible elenco. El riesgo de una obra
anti-mainstream e inclasificable.
Lo peor. Que el exceso de patologías y el lugar común,
abrumen al espectador. Un final que puede desarmar. La interpretación de
Macarena Sanz en el límite del exceso.
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