lunes, 19 de junio de 2017

Lore. (2012.) El otro lado del espejo

                       






Nos encontramos ante un film honesto y valiente. La directora Cate Sthorland se atreve con el otro lado del espejo. Evita, con apreciable criterio, el lugar común y el cliché que tanto daño han hecho al cine histórico. Más aún cuando se tratan matices ideológicos. “Lore” es una narración sobre seres humanos víctimas de su situación vital, esclavos del tiempo y la sociedad en que viven, intentando escapar de sus demonios. Por ello tan sólo se incide en el lado humano de los protagonistas. Incluso el padre de Lore, tan solo se nos muestra en su faceta familiar y afectiva. El horror aparecerá después. Cuando ella descubre que el oficial de la fotografías que los aliados muestran al pueblo de un campo de exterminio, es el mismo padre amante que guarda en su bolsillo. La directora cuece a fuego lento una historia terrible y desesperanzadora, porque esos pequeños fanatizados, que interpretan canciones nacionalsocialistas para una abuela aferrada a la foto del hombre que iba a salvar Alemania, son victimas de un mundo que ellos no han elegido, de una familia que tampoco eligieron y ahora de una venganza que no se merecen. El viaje iniciático de Lore (Saskia Rosendahl) pasa por la perplejidad, la incomprensión, la vergüenza, incluso por la iniciación al sexo. La joven actriz se come la pantalla literalmente. Y lo hace sin histrionismos. Con un desgarro interior y una madurez impropias de su bagaje interpretativo. El guión está inspirado el   libro “El Cuarto Oscuro” de Rachel Seiffert que fue finalista del Broker Price en el 2001. Seiffer escribió tres relatos, con influencias de Coetzee,  (Helmut, Lore y Micha) sobre distintas épocas de Alemania con conocimiento de causa. Seiffer era nieta de un destacado miembro de la Gestapo. Lore camina sobre un mundo que se desmorona en un peregrinaje que comienza con la frase de su madre: “Nunca olvides quien eres”, para terminar desnortada en casa de una abuela que aún vive en el  pasado. Por el camino va conociendo la mezquindad de los seres humanos, la delación, el robo y aprende a habitar en la piel de los otros. También descubre los horrores que se les ocultaban y ve como sus conciudadanos siguen aferrados a que “todo eso es imposible” y son montajes publicitarios de los americanos. La autora opta por el preciosismo como coartada, por el fotograma a lo Terence Malick para mostrarnos la inocencia robada por el veneno de las ideologías. 

A lo largo de su periplo, Hannalore descubrirá los cadáveres de las mujeres violadas y mutiladas por los presuntos “salvadores”, creando unos sentimientos encontrados y marcando su vida para siempre. Acertadamente se huye de toda la parafernalia al uso, incluso desubica geográficamente. Tan solo con pequeños datos podemos situarnos en este panorama postapocaliptico, centrado en las vivencias cotidianas y la supervivencia de un grupo de niños. Dura, corrosiva y cruda, es capaz de fusionar la fotografía espectacular con instantes poéticos, con el dolor y las vejaciones propios de esos momentos. Las influencias visuales beben desde Jane Campion, hasta Antonia Bird y su “Cumbres Borrascosas”. La historia de Lore es universal, aunque coyunturalmente la cinta se situa en los últimos días del Tercer Reich. Podría haber sucedido en cualquiera de los totalitarismos que adoctrinan, destruyen infancias y reparten el dolor por el mundo, obligando a los hombres a matarse por una ideología absurda, una bandera o un credo.


Partiendo de su perfecto peinado germano a lo “gretchen” de los inicios, hasta la mujer desollada espiritualmente del epilogo, la joven actriz nos muestra un caleidoscopio de emociones en primeros planos. Un desnudo total del alma. Lore va comprendiendo el engaño desde el disparo que su padre hace al perro, tras decirle que lo van a entregar a una familia. A partir de ahí su descubrimiento del mundo, las mentiras, la violencia, la llevan a filtrar todo la vida que les habían mostrado sus padres y sus creencias. Aquí no hay maniqueísmos, no hay buenos ni malos. Solo una inmensa gama de grises donde los hombres sobreviven. A Hannelore se le ha caído  la venda. Su hermana le invita a bailar en casa de la abuela, a retomar la vida de antaño, a pasar página. Para ella, eso es imposible. Es una víctima más. Aunque no lleve una estrella de judía cosida en la ropa.



Lo mejor. La espectacular fotografía. Las interpretaciones reposadas .Una espectacular banda sonora del pianista Max Ritcher.

Lo peor. Que se queden situaciones por desarrollar que en la novela van mucho más allá y facilitan la comprensión del entorno social.


Curiosidades: La familia que aparece en la cartera del chico judío en una  fotografía, es la familia del marido de la directora que tuvo  que abandonar Berlín en 1936.




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