Cuando
el genial aragonés pintó dos gañanes, enterrados hasta las rodillas, solucionando
sus cuitas a garrotazos, ignoraba que estaba efectuando una radiografía;
certera y punzante; del hispano per
saecula saeculorum. Ninguna iconografía más acertada para ese cartel (diseñado
por el director) para la obra,que se incardina dentro del corpus dramático
de Eugenio Amaya. Una dramaturgia ¿trilogía o tetralogía?, con calado social,
espejo de la desoladora situación en que habitamos, ya sea el “pelotazo”
inmobiliario (La Torre), la corrupción política, las herencias, la recalificación
urbanística (Demolition), la financiación ilegal (Anomia) o las repercusiones
en el núcleo familiar de una sociedad sin valores.(En Familia), que ya fue
reseñada en este blog:
http://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2015/10/en-familia-aran-dramatica_27.html
http://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2015/10/en-familia-aran-dramatica_27.html
No
cabe duda que la compañía y el autor optan por un teatro comprometido, a pie
del cañón. Alimentándose de los parámetros del teatro documental de Peter Weiss
y su “estética de la resistencia” o las influencias del “Teatro Político” de
inspiración marxista de Erwin Piscator o la dialéctica épica de Bertolt Brecht,
a la sombra del teatro independiente y
su obligación con la sociedad. Un teatro de compromiso, desgraciadamente, mucho
más usual en países anglosajones.
También
los escenarios del dramaturgo forman ya parte de sus propios estilemas y
obsesiones. El claustrofóbico y espartano sótano de “Anomia” o el desolador páramo
del extrarradio en “La Torre”. En el caso de “En Familia”, el ambiente opresivo
nace del mismo núcleo familiar, aparentemente “normal”.
Claudio
Martín (Coriolano, En Familia), diseña ese decorado periférico, páramo
poligonero con troncos que simbolizan el yermo interior del promotor Márquez y
el divorciado Pérez. Convertido en desolador cosmos donde se enfrentan en un
duelo denso, de alta calidad literaria (quizás excesiva en algún instante),
para destilar dos formas diferentes de enfrentarse a la propia decadencia y a
la mutua necesidad.
Jorge
Moraga se bautiza con pulso firme en su primer texto de larga duración, donde
se respira la complicidad con el equipo y los años de trabajo juntos. La
esgrima interpretativa y verbal consigue que la obra se convierta en un
continuo devenir, pleno de matices y giros, que estos dos contundentes actores
extraen con solvencia de un texto al que
insuflan vida durante la hora y media de la función. Quizás algo más de
movimiento escénico sería la guinda del pastel. Pero no es más que una opinión
de espectador embelesado. Una obra certera, un dardo envenenado al corazón de
una sociedad donde la picaresca de antaño se ha convertido en gualtrapía. Donde
el esfuerzo ha devenido en medradores, abrazafarolas, monaguillos y palmeros de guardarropía. Un paisaje humano de trileros
de cuello blanco, mentecatos con aforamiento y felones con suplementos en la nómina,
pagada por todos los ciudadanos. Una paleta tan desoladora como ese paisaje, donde
los personajes habitados por Cándido Gómez y Quino Díez son trasuntos de los
gañanes que pintara Goya. Excelente trabajo.
Javier
Mata, diseño de iluminación; Pepa Casado, caracterización y maquillaje; Pedro
Martín-Romo, música; Koke Rodríguez, diseño de sonido y Manuela Vázquez,
producción ejecutiva.
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