Tan
solo el violinista de la melena leonina es capaz de comenzar un concierto mixturando
a Mozart con El Voodoo Child de Hendrix y de refilón colarnos una “paranoia”
como el mismo define algunas de sus composiciones, con evocaciones de
Penderecki. Todo esto despues de haber dejado bien claro durante la introducción, y a la vista de los instrumentos en el escenario, que el concepto musical iba a
ser más cañero que de costumbre sin renunciar a la marca de la casa: la fusión
con fundamento. Después, el Ara de siempre, el que sus fervientes seguidores
esperan, comienza con su rutina de mezcolanzas entre el gag visual (imitando
los andares de Travolta), el club de la comedia y (ahí les duele a los
puristas) una ejecución brillante, sobresaliente, de técnica apabullante y ese “savoir
faire” que es el don que los dioses otorgan a algunos artistas. El libanés
conduce a su público por la historia del imaginario luthier “Ravioli” que
cultivaba rosas y fresas, para ejecutar “Con mucha nata”.
Un vertiginoso tema
de difícil ejecución en su crescendo final, casi epiléptico. No podía faltar
ese homenaje a Bowie que es “Life on Mars”, transformado en la magia de su violín en una hermosísima balada. “Broken Eggs” o “comodín número 8” surge
de otra anécdota desarrollada entre el humo del cabaret y el desinterés de los
parroquianos por lo que no fuera muslamen, pechuga y trinque. Una melodía de
prefacio “metálico” que culmina en un voluptuosos epílogo. La historia de la “Campanella”
de Paganini sirve también de anecdotario antes de interpretar una soberbia
versión donde (sólo Ara podía hacer esto) bromea introduciendo notas de “Los
Pajaritos” en el movimiento final del Concierto nº 2 . Rondó. Un pasaje exigente,
intrincado, con paradas dobles y el arco rebotando constantemente.
Sabedor de los
gustos de sus seguidores, no podía faltar su historia sobre Led Zeppelin, su
padre, los pósters de la pared y demás parafernalia, antes de atacar de forma
soberbia su interpretación de ese icono musical.
El
“Misirlou” de Pulp Fiction fue ampliamente celebrado por el público (coreografía
travoltiana incluida). Los instantes mas “serios”, quizá los más intensos para
el que suscribe fueron 1915, ese
homenaje sonoro, ese estallido de dolor, poema musical al tiempo que denuncia
del genocidio armenio, o ese Vivaldi que “quitaba el sentío”, o ese electrizante
epílogo donde dejó de lado su acostumbrado “Aria en G” para mostrarnos como se
interpreta a Bach, (con su habitual
paseillo), aunque uno vaya vestido de Matrix y los dos bellezones (chelo y
contrabajo) parezcan recién escapadas de una lámina gótica de victoria francés.
El “Vals de Kairo”, homenaje a su hijo precedido ¿cómo no? de desternillante anécdota
es uno de los momentos más intimistas de
sus conciertos. La hermosa melodía, por la que planean notas chaplinianas y
sesiones de cinemas paradisos, es de una belleza electrizante. Ya comenté en
otras reseñas que el Malikian compositor no debe menguarse ante el ejecutante.
Sus
obras son de una calidad pasmosa. El esfuerzo físico es considerable a lo largo
del concierto y resulta difícil creer que se pueda mantener una técnica tan
asombrosa en medio saltitos epilépticos (casi un baile de San Vito). Pero ahí
estaban sus increíbles agudos, sus roqueros riffs,
sus chirriantes notas, los pizzicatos certeros, sus sostenidos. Ahí estaban
todos los músicos pasándolo de miedo (ellos disfrutan tanto como el público) y
ahí estaban, también, los años de estudio, las falanges rotas, las noches
interminables con callos en las pulpas, para demostrar (lo lamento por los
puristas), que el sentido del espectáculo y la calidad técnica no son enemigos
irreconciliables. Que no es necesario un frac y un rostro de estreñimiento crónico
para atacar una obra de grandes requerimientos técnicos como “Campanella”, que sirviera de inspiración
a Liszt. Los añadidos elegidos para este concierto, la guitarra del veterano
Tony Carmona (Serrat, Sabina, etc), y un bajo eléctrico en manos de la
eficiente Tania Abad, aportan nuevas texturas y enriquecen la armonía, sobre
todo porque (a diferencia de otras formaciones), el sonido está en el plano y
el volumen adecuados sin estridencias, ni distorsiones. Añadan la precisa y
limpia percusión de Héctor “el turko”, el
soberbio chello de Cristina López, el exotismo instrumental de Nantha Kumar y
las imprescindibles cuerdas de Humberto Armas y Jorge Guillén con su violín de 1776.
Detrás de estos músicos hay mucha tela que cortar, mucho camino recorrido y mucha
formación. Eso se percibe en la precisión, el sonido y el amor que ponen en
cada pieza. Y nosotros que lo disfrutemos.
Otras reseñas de Ara Malikian en este blog:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.