jueves, 16 de noviembre de 2017

La increíble historia del violín. Ara Malikian en el Palacio de Congresos de Badajoz

                       









 
Tan solo el violinista de la melena leonina es capaz de comenzar un concierto mixturando a Mozart con El Voodoo Child de Hendrix y de refilón colarnos una “paranoia” como el mismo define algunas de sus composiciones, con evocaciones de Penderecki. Todo esto despues de haber dejado bien claro durante la introducción, y a la vista de los instrumentos en el escenario, que el concepto musical iba a ser más cañero que de costumbre sin renunciar a la marca de la casa: la fusión con fundamento. Después, el Ara de siempre, el que sus fervientes seguidores esperan, comienza con su rutina de mezcolanzas entre el gag visual (imitando los andares de Travolta), el club de la comedia y (ahí les duele a los puristas) una ejecución brillante, sobresaliente, de técnica apabullante y ese “savoir faire” que es el don que los dioses otorgan a algunos artistas. El libanés conduce a su público por la historia del imaginario luthier “Ravioli” que cultivaba rosas y fresas, para ejecutar “Con mucha nata”. 


Un vertiginoso tema de difícil ejecución en su crescendo final, casi epiléptico. No podía faltar ese homenaje a Bowie que es “Life on Mars”, transformado en la magia de su violín en una hermosísima balada. “Broken Eggs” o “comodín número 8” surge de otra anécdota desarrollada entre el humo del cabaret y el desinterés de los parroquianos por lo que no fuera muslamen, pechuga y trinque. Una melodía de prefacio “metálico” que culmina en un voluptuosos epílogo. La historia de la “Campanella” de Paganini sirve también de anecdotario antes de interpretar una soberbia versión donde (sólo Ara podía hacer esto) bromea introduciendo notas de “Los Pajaritos” en el movimiento final del Concierto nº 2 . Rondó. Un pasaje exigente, intrincado, con paradas dobles y el arco rebotando constantemente.
 Sabedor de los gustos de sus seguidores, no podía faltar su historia sobre Led Zeppelin, su padre, los pósters de la pared y demás parafernalia, antes de atacar de forma soberbia su interpretación de ese icono musical.



El “Misirlou” de Pulp Fiction fue ampliamente celebrado por el público (coreografía travoltiana incluida). Los instantes mas “serios”, quizá los más intensos para el que suscribe fueron 1915, ese homenaje sonoro, ese estallido de dolor, poema musical al tiempo que denuncia del genocidio armenio, o ese Vivaldi que “quitaba el sentío”, o ese electrizante epílogo donde dejó de lado su acostumbrado “Aria en G” para mostrarnos como se interpreta a  Bach, (con su habitual paseillo), aunque uno vaya vestido de Matrix y los dos bellezones (chelo y contrabajo) parezcan recién escapadas de una lámina gótica de victoria francés. El “Vals de Kairo”, homenaje a su hijo precedido ¿cómo no? de desternillante anécdota es uno de los momentos  más intimistas de sus conciertos. La hermosa melodía, por la que planean notas chaplinianas y sesiones de cinemas paradisos, es de una belleza electrizante. Ya comenté en otras reseñas que el Malikian compositor no debe menguarse ante el ejecutante. 

Sus obras son de una calidad pasmosa. El esfuerzo físico es considerable a lo largo del concierto y resulta difícil creer que se pueda mantener una técnica tan asombrosa en medio saltitos epilépticos (casi un baile de San Vito). Pero ahí estaban sus increíbles agudos, sus roqueros riffs, sus chirriantes notas, los pizzicatos certeros, sus sostenidos. Ahí estaban todos los músicos pasándolo de miedo (ellos disfrutan tanto como el público) y ahí estaban, también, los años de estudio, las falanges rotas, las noches interminables con callos en las pulpas, para demostrar (lo lamento por los puristas), que el sentido del espectáculo y la calidad técnica no son enemigos irreconciliables. Que no es necesario un frac y un rostro de estreñimiento crónico para atacar una obra de grandes requerimientos técnicos como “Campanella”, que sirviera de inspiración a Liszt. Los añadidos elegidos para este concierto, la guitarra del veterano Tony Carmona (Serrat, Sabina, etc), y un bajo eléctrico en manos de la eficiente Tania Abad, aportan nuevas texturas y enriquecen la armonía, sobre todo porque (a diferencia de otras formaciones), el sonido está en el plano y el volumen adecuados sin estridencias, ni distorsiones. Añadan la precisa y limpia  percusión de Héctor “el turko”, el soberbio chello de Cristina López, el exotismo instrumental de Nantha Kumar y las imprescindibles cuerdas de Humberto Armas y Jorge Guillén con su violín de 1776. Detrás de estos músicos hay mucha tela que cortar, mucho camino recorrido y mucha formación. Eso se percibe en la precisión, el sonido y el amor que ponen en cada pieza. Y nosotros que lo disfrutemos. 
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