Thelma
comienza su viaje iniciático tras abandonar la ciudad costera donde vivía para
estudiar biología. Su introversión, sus creencias no compartidas, y su
hipersensibilidad, le llevan a aislarse en la biblioteca donde experimenta el
primero de sus ataques, en apariencia epilépticos. Comienza a sentirse atraída
por una compañera, Anja, lo que da paso a mayor intensidad en los ataques,
mezclados con unos difusos poderes sobrenaturales.
Thelma
es una metáfora visual, una fábula invertida donde el peligro reside en la protagonista
y no en el entorno que le rodea, soberbiamente fotografiado por Jakob Ihre. Una
renovadora experiencia visual que insufla aire fresco al cine de género, sin
olvidar por ello su vertiente militante y reivindicadora o su referencia lúdica
al terror ochentero de De Palma y compañía.
La
propuesta abismal de Joachim Trier se llamó “El Amor es más Fuerte que las Bombas”,
un ejercicio de estilo destroyer, donde
se rompe el espacio-tiempo con el apoyo de los inmensos Isabelle Hupper y Grabriel
Byrne. Un patchwork visual de visiones, voces en off, contradicciones, aislamiento
social, en la búsqueda de la esencia.
Con
“Reprise”, el director coqueteó con la estética de la Nueva Ola Francesa, vía
Truffaut, con referencias de Nicholas Roeg y Resnais, para una película de
culto sobre una generación perdida, intentando cumplir sus sueños de
creatividad, en medio de un creativo montaje de flashbacks, material de archivo
imágenes congeladas, etc, para un
mosaico lleno de referencias y contrastes. Jugando con la deconstrucción como
arma arrojadiza.
En
“Oslo. 30 de Agosto”, novela ya llevada al cine por Louis Malle (Le Feu
Follet), el autor construye los peligros de las adicciones en la Generación Y. mediante instantes fugaces
y episódicos, impregnados de melancolía, con protagonista proustiano, que anhela la empatía y trata de eludir la
responsabilidad de sus acciones. Bellísimos planos finales de calles vacías. Metáfora
generacional de la tragedia de quien se resiste a la intensidad de lo
cotidiano, a la aceptación de que todo muta para seguir igual.
Los
aciertos de Thelma, son notables. Desde la elección de los protagonistas,
capaces de crear esa sensación de extrañeidad en las interpretaciones (soberbia
Eili Harboe), manteniendo el tipo en primeros planos lánguidos, inquietantes y
de vocacional morosidad narrativa. La barrera de la religión frente a la
realización personal es la opción guionística; no deja de ser una opinión de
los autores; pero en el caso de la protagonista, es el muro de contención de su
embalse interior, a punto de resquebrajarse ante la presencia de la enigmática
Okay Kaya (Anja) que despertara su sensualidad (y sexualidad) en un buñuelesco
laberinto de visiones místico/oníricas. El descubrimiento de su identidad
sexual desata a tormenta interior de Thelma,
dormida durante años, a pesar de su sentido del “yo”, totalmente desarrollado
como el protagonista de Oslo, 3 de Agosto”.
Después
Thelma comienza a caminar por el jardín de senderos que se bifurcan. ¿Es una
patología mental el origen de los ataques? ¿Es una enfermedad neurológica pura
y simple? ¿Hay algo místico, según le dice su padre, que vio a Dios cuando era
niña? ¿Es un fenómeno paranormal equivalente al de su abuela, enclaustrada en
un frenopático?
Thelma bebe directamente de los dramas anímicos de otro nórdico. Hay un
aliento bergmaniano en esta teología latente que tangencializa con el aura de
Tarkosvky, con esos pájaros metafóricos y la sobriedad del tratamiento de la
fenomenología, sin olvidar las referencias hitchcockianas de la hermosa
secuencia en el ballet.
Joachim
Trier cuece a fuego lento su propuesta, la deja macerar en precisos (y
preciosos) fotogramas (¡esos picados, esos primerísimos planos!), jugando con
la morosidad narrativa como arma, con la recreación sicológica como estética.
La
fotografía, bellísima, con el paisaje como protagonista silente, está mixturada
con una banda sonora excepcional de Ola Flottum (Natür Therapy, New Donne, Oslo, 31 de Agosto), creada para aumentar
la sensación de incomodidad y extrañamiento. Notas electrónicas, largas,
sostenidas hasta la náusea, inquietantes que acompañan ese “saber que algo va a
pasar” con el personaje. Plena de metáforas, (Thelma imagen crística con los brazos abiertos en el fondo de la
piscina), cuajada de insinuaciones muy bien articuladas, de iconos clásicos
como el fuego del averno o la edénica serpiente tentadora. La construcción de
los padres no es monolítica. Triers no es un buhonero barato, vendiendo clichés
para satisfacer a un público sectario y ágrafo. Presenta personajes ambivalentes,
sin maniqueísmos, hasta que descubrimos que tienen razones, nada teológicas,
para hacer lo que hacen. En el epílogo, la protagonista consigue escapar a su noruego
maelstrón particular, volviendo al inicio como el en mito de Sísifo. Una obra
fascinante, de escandinava sobriedad. Contenida, en su propuesta y su puesta en
escena, con múltiples capas, como una matrioska oferente y oscura.
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