La sensación en el epílogo de
esta negrísima propuesta, es de una incomodidad señera. Uno de esas invitaciones
que consiguen que el espectador se remueva intranquilo y carraspee en
determinadas escenas casi indigeribles. Un enorme esperpento contemporáneo con
mucha mala baba, certero y profético. La compañía arriesga en un montaje difícil,
nada complaciente y peligrosamente extremo. Un chute de adrenalina dramática
directamente en vena. Ejercicio actoral, que se desenvuelve en una impactante
escenografía distópica de Mónica Tejeiro
y apoyado por la iluminación expresionista de Daniel Checa, en un difícil juego de personalidades que se solapan.
Es para quitarse el sombrero. La brevedad de las transiciones, las
personalidades tan distantes, la disgregación casi esquizofrénica de las
voluntades, la versatilidad en el lenguaje gestual y la declamación llevan, detrás, muchas horas de insomnio y gargantas como papel de lija. Es lo que tiene el
oficio, que lo difícil parece sencillo. Memé
Tabares hace gala de un amplio espectro dramático.
Navega por el esperpento
con soltura para dar un salto mortal desde una velada mujer afgana; a la que
debe interpretar tan sólo con el verbo; pasea por un costumbrismo del absurdo
con esa mujer en pijama, que el vecino despierta a deshoras. Hay muchas tablas
detrás de esa presencia escénica, de ese verbo modulado, de ese control de un fatum, aparentemente incontrolable. José Vicente Moirón no le anda a la
zaga. La declamación, plena de matices, la proyección de voz; especialmente en el scketch de la mujer
afgana; clara e intensa, el lenguaje corporal, en su justa medida. Es a Marina Recio a quien le toca la parte más
oscura y áspera de este espejo deformado. Dos difíciles instantes que maneja
con naturalidad y mesura, pese a lo terrible de la situación del último cuadro
con el rey Leopoldo II de Austria. Los roles de Gabriel Moreno le sientan como un guante, cambiando de registro con
pasmosa naturalidad. Por esta obra planean, sin duda, las sombras de Kafka,
Pirandello o las pesadillas de Poe. La dirección de Antonio C. Guijosa es certera y esforzada.
Los buñuelianos
personajes adquieren vida, habitan, palpitantes, una realidad no tan paralela, arropados
por una magnífica selección sonora (impagable ese Bang, Bang de Nancy Sinatra). Contra
la Democracia es una hoja afilada (y necesaria) cortando la textura social
que nos constriñe y encarcela. Un bisturí undenground
, una oscura parábola, penetrante y cercana. Esta paleta cromática es sostenida por el sólido elenco de esta compañía, que
nos muestra el calidoscopio de un mundo desolador y desolado, pero sin
adoctrinamientos ni dogmatismos. Apoyado en desnudez de la palabra. Un espectáculo
osado, demoledor y necesario que remueve conciencias y solicita respuestas del espectador.
Traducción
Esteve Soler
Diseño
de escenografía
Mónica Teijeiro
Diseño
de vestuario
Rafael Garrigós
Selección
musical
Antonio C. Guijosa
Diseño
de iluminación
Daniel Checa
Caracterización
y maquillaje
Pepa Casado
Realización
escenografía
Scenik y Pinto`s
Escénica de Acción
Realización
vestuario
Luisi Penco y Laly
Moreno
Ambientación
de vestuario
María Calderón
Complementos
vestuario araña
En la Chácena
Técnico
de iluminación
Márcia Conceição
Técnico
de sonido y Maquinista
Ismael Becerra
Fotografía
Vicente S. Román
Realización
video
Emblema Films y Zagal
Audiovisual
Diseño
gráfico y cartel
Diego Pérez Aragüete
Ilustración
cartel
Bárbara Sánchez Portillo
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