El primer largometraje
abiertamente ficcional de Lisandro Alonso, es un universo confuso, esotérico,
con reminiscencias lynchianas (
secuencia en la cueva), con paisajes, cromatismo y protagonista fordianos, en un ejercicio de estilo
sobre el tiempo, las elipsis temporales y otras meditaciones. Argumento que
habría encantado al Borges creador de ruinas circulares (o quizás de senderos
que se bifurcan), la película de Alonso nos conduce por un alucinado (y
amenazador) paisaje. Un paseo por el amor y la muerte. Desde la desasosegadora Picnic en Hanging Rock, el paisaje no
presentaba estas connotaciones de inquietante crueldad, que acechan al
antihéroe interpretado con excelencia por Vigo Mortensen, y que adquieren
matices de fisicidad en este microcosmos de pesadilla, en que el único momento
de sosiego que encuentra, es cuando descansa en lo alto de la colina. La odisea del oficial
danés, que permite a Mortensen hablar por primera vez en este idioma, es un
éxodo interior hacia múltiples lecturas, en un paisaje entendido como amenaza
en su quietud milenaria.
Es, por cierto, éste el primero de los escasos
momentos en que escuchamos la banda sonora. Hasta ese instante el único soundtrack de la cinta es el obsesivo y
amenazante viento, que habita como un personaje más, en la vida de los
protagonistas. Escasa, pero hermosa y eficiente musica, compuesta por el
actor y merecedora de halagos. Interpretadas por el guitarrista Buckethead, con piezas
extraídas del séptimo álbum del actor llamadado Please Tomorrow. Las obras
Sunrise y Moonset son el único pentagrama (aparte de la naturaleza) presente en
el film. El director elige la morosidad narrativa como estilo, filmando
larguísimos planos-secuencia que espantarán al espectador palomitero o
adocenado, incluso el desarrollo fuera de campo de las actividades, mientras la
cámara nos muestra un hermoso retazo de paisaje en modo estático.
En este western patagónico, el paisaje adquiere
personalidad propia. El mar, los acantilados, los áridos pedregales donde el
espectador sufre con el padre que busca a su hija, la agonía de lo desconocido
a tempo lento. Planos pictóricos y
meditativos en que los personajes se mueven como en un lienzo, huyendo del
primer plano o el montaje adrenalínico, rodeados de un horizonte como ente vivo,
que condiciona sus afectos y esperanzas. Dos objetos: un reloj y un soldadito,
sirven como puente comunicador entre dos mundos. Jugando con la teoría de la
relatividad y la leyenda de Jauja (mítico paraíso terrenal) nos envuelve en un
peregrinaje a ninguna parte, angustioso, obsesivo, donde el enemigo es la
naturaleza, ese paisaje inhóspito y cruel, que ralentiza el éxodo dilatado del
oficial danés en busca de su hija. Hasta que el drama humano entra a saco en el
terreno del realismo mágico en la escena de la cueva. Primera obra de Lisandro Alonso con estrella
cinematográfica y acercamiento a lo narrativo (obviamente, sin olvidar lo
experimental) en una historia de época que (de soslayo) nos habla del extermino
de los indígenas en la época de la
Conquista del Desierto en Patagonia. Tras realizar Los
Muertos, La Libertad ,
Fantasma o Liverpool, el argentino narra la huída de ese soldado criollo y
petiso con la hija del militar (Mortensen) y la angustia del padre recorriendo
paisajes lunares, careciendo de la épica al uso de Centauros del Desierto.
De
hecho el personaje es tremendamente humano, se cae cuando intenta montar; escasamente marcial; le roban el armamento, etc. Pero le sostiene esa voluntad de los
héroes fordianos, que le llevará
finalmente a un universo paralelo, dónde todo es posible. La trama minimalista
culmina en un instante borgiano donde
se entremezclan el espacio y el tiempo mediante los objetos antes aludidos.
Guión arriesgado (paradojas temporales) fotografía de una poesía desoladora,
utilización del sonido (viento, marea) como banda sonora, para mostrarnos un
ser humano preso en el paisaje y el desasosiego de la pérdida. No es nuevo en
el cine de Alonso este humano éxodo.
Ya el marinero de Liverpool o el protagonista de Los
Muertos vagan errantes. Aunque el sendero de Jauja es mucho más místico y meditativo. Jauja se presenta en dos
formatos diferentes según la sala, por lo que algunos espectadores se
encontraran con un angosto 4:3, en formato vignette,
de setenteros bordes sin esquinas, que reforzará aún más la sensación de irrealidad. La excelente fotografía de Timo Salminen (operador de Aki
Kaurismaki) compone paisajes irreales, de un intenso desasosiego. No es esta road movie patagónica un producto de
fácil digestión. Dotada de un lirismo cruel, este souther osado, que pasa por
el existencialismo de Monte Hellman, no gustará a los espectadores que no consigan atrapar la atmósfera de cuento de hadas desamparado, desasosegante, de expresionista iluminación, con referencias a los lienzos del pintor Cándido
López. Nada que no haya sido antes visto en el cine de Lisandro Alonso. La búsqueda del reencuentro familiar en Los Muertos.
El minimalismo narrativo o
estético conseguido en el hombre hachando árboles de La Libertad , retomado en
otras latitudes en Liverpool. Todos los estilemas de Alonso se hallan en esta
película, la más compleja, del director, con coda final sorprendente y
metafísica, de borgeano universo. El enfrentamiento entre la racionalidad
europea del oficial con el amenazador paisaje austral, le lleva a abismarse en
su soledad pampera, en la búsqueda improbable de la hija en un mundo mineral. Terra Incognita que amenaza con
devorarlo y condenarlo al olvido en versión gaucha. El guión de Fabian Casas
nace en el hermoso cuadro inicial (Mortessen de espaldas junto a su hija) luz
antinatural, pictórica composición donde éste le pregunta que clase de perro le
gustaría tener. “Uno que me siga a todas partes”. El extraño animal conducirá
después al perdido nómada a la cueva de la anciana y reaparecerá en el epílogo
cerrando el círculo de afecto paternofilial. Dilatación del tiempo como en el
más puro Tarkovsky, del plano y del contenido. Nada nuevo. Ya el protagonista
de Los Muertos remaba durante varios minutos o el marino de Liverpool se
alimentaba sin prisas durante una eternidad. Es la marca de Alonso, un indie
que roza la técnica documental, narra con intimismo, con personajes en perpetuo
éxodo de si mismos, con un ritmo más emocional que cinematográfico. Esta fábula
de colores fríos y envueltos en formato de postal antigua, rodada en exteriores
habla de la soledad frente a la naturaleza indomable, frente a lo desconocido. Del amor paterno. Y lo hace desde un deleite estético, capaz de extraer la
terrible belleza de lo desconocido. De la naturaleza amenazante e indomable.
Con la excusa anecdótica del país de Jauja, este western ultracrepuscular y
desmitificador, nos introduce en la esperanza más allá de toda lógica, teniendo
como arma el silencio y la voluntad inconquistable. Un hipnótico viaje al
corazón de las tinieblas, realizado tras la frase que guía todos sus actos. La
pregunta que la anciana le formula: ¿Qué es lo que hace que la vida funcione y siga adelante? Dos sueños que se confunden en la coda final de esta quijotesca
epopeya, donde vale tanto el intentar como el conseguir. Bienvenidos al jardín
de senderos que se bifurcan.
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