Los
Penny Dreadful fueron publicaciones decimonónicas de matiz terrorífico, cuyo
precio de un penique bautizó aquellos brumosos fascículos victorianos. Estos
“horrores del penique” llevaban la inquietud y la distracción, para enfrentar las
inclemencias del mundo real. Algunas zonas londinenses eran entonces infectas
cloacas donde la vida humana se desarrollaba en condiciones miserables como
refleja Jack London en La Gente del Abismo (1903) y las andanzas
reales de Jack The Ripper, no tenían nada que envidiar a estos folletos
morbosos, antecedentes de la literatura “pulp”, en una sociedad que se divertía
acudiendo a los espectáculos de “Grand Guignol”, donde la hemoglobina era la
reina de la función, mientras Sweeney Tood practicaba una modalidad de afeitado; marca
de la casa; en un espectáculo apto para una mayoría de analfabetos, a los
cuales les estaba vedado el acceso a la poética de la época (Shelley, Keast) o
las obras perseguidas del histriónico Oscar Wilde. Penny Dreadful retoma el
espíritu de aquellos panfletos sin caer en la tentación fácil del “coctel de
monstruos” que tan caro le fue a la Universal. No es una reunión de viejas glorias
del fantástico, con el objetivo de derramar líquido carmesí a raudales y
recurrir al susto de parvulario.
Penny Dreadful tiene un reverso tenebroso que
va más allá de su externa goticidad, una cara sombría que trasciende los
caracteres de los personajes; por una vez no puros arquetipos; para clavarse en
el espectador como una saeta inquietante. No en vano toca temas trascendentales
(e ineludibles), los incardina en una trama aunque muchas veces vista, regada
con el obsequio de una puesta en escena extraordinaria y unos diálogos que
destilan filosofía y oscuridad al mismo tiempo. El Londres victoriano recreado
con una fidelidad pasmosa, las interpretaciones de Eva Green, Timothy Dalton o
Josh Hartnett, son los pilares sobre los que se sostiene este edificio con
referencias a la Dime Novel (novela de diez centímos) y que alcanza su cenit en los dos primeros episodios (dirigidos por Jose
Antonio Bayona) donde la atmósfera conseguida por la fotografía de Xavi Jiménez es brillante y cautivadora. Imposible no trazar referencias a la Liga de los Hombres
Extraordinarios, joya indiscutible de Alan Moore, cuya versión cinematográfica
no alcanzó un nivel estimable, sin que por ello sea desdeñable como espectáculo
(indiscutible Sean Connery) y evasión de sobremesa. Con este antecedente de
historia coral, la productora Showtime (Dexter, Shameless, Homeland) trata de
aproximarse a los éxitos de HBO, retomando una galería mítologica de la
literatura y el cine.
El atormentado Dorian Gray, surgido de la pluma del
irreverente y excéntrico Oscar Wilde, el Victor Frankenstein pergueñando modos
alternativos de existencia; nacido por una apuesta; desde la pluma de Mary Shelley; o el personaje
emblemático de Bram Stoker. Mil veces revisitado, y en escasas ocasiones
dignamente reflejado (leáse Noferatu, Coppola o algunos productos Hammer) con
respecto a la calidad clásica del original literario. Nada falta en esta
enésima revisión de los iconos del fantástico, desde las referencias al
Nosferatu de Murnau (vampiros albinos de cráneo despejado) hasta la inclusión
de personajes menos gratos como el Lobo Humano, interpretado por Josh Harnett
que componen un Olimpo decimonónico, gótico y tenebroso. La trama se sustenta
sobre el rostro anguloso y torturado (excepcional Eva Green, con sabor a
tiniebla) de Vanesa Ives, la sobriedad clásica de Dalton y la contención de
Josh Hatnett en un difícil rol de pistolero, licántropo/exorcista, en el que
demuestra una solvencia, no ajena a las labores de dirección. Tampoco faltan a
la cita coral de ultratumba el profesor Val Hensing; autor del diario en el
Drácula original, Mina, y toda la galería de patronímicos que tan afines son al “connaisseur” del género oscuro.
Producida por Sam Mendes (American Beauty, Camino a la Perdición ) y John Logan,
el carácter explícito de las exposiciones, los matices sexuales (marca de
Showtime) y hemoglobínicos, la convierten en un producto incómodo para su
visionado por el espectador sensible.
Pero no nos equivoquemos, aquí la factura
técnica mantiene ausentes los postulados radicales del gore. Esto es Grand
Guignol, incluso metaliteratura. El personaje creado por Victor Frankenstein, se
gana la vida en un teatro en el que se
representa precisamente este estilo, creado por Oscar Métiener, donde la marca
de la casa se apoyaba en miembros cercenados, amputaciones diversas, ojos
extraidos (antes de Viernes 13, Freddy y demas zarandajas), y la imprescindible
venganza perpetrada por maridos engañados. Esta catarsis a que asistía el
espectador, está reflejada en la serie con generosidad de coágulo y amputación.
El Grand Guignol no desaparecería por completo. La compañía Thrillpeddlers, con
montajes como “Laboratorio de Alucinaciones“ o en el suelo patrio: La Fura dels Baus, con
espectáculos como Imperium o XXX, mantuvieron encendida la antorcha de este
género nacido para epatar el buen gusto burgués, antecedente de los efectos
especiales cinematográficos (vísceras, humo, explosiones) y que la serie recoge
con cuidada ambientación. Esta liga extraordinaria formada por el necrofílico
Frankenstein, la perturbadora Vanesa, el amoral Gray, el ambivalente Ethan y el
torturado aristócrata interpretado por Dalton navega a través de subtramas en
los diversos capítulos, donde cada personaje tiene su momento de gloria, para
enlazar con la trama principal. Destacar el capítulo dedicado a Eva Green,
donde la francesa (Soñadores, El Reino de los Cielos) tiene un trabajo físico
brutal que define su posición de soporte oscuro del guión. Algo fallidas las
escenas de acción por repetitivas e inanes, requieren de atención para elevar
el nivel en la segunda temporada, así como el look y la personalidad de los
oponentes, apenas esbozados, frente al potente carisma de Green y sus acólitos.
La serie adolece de adversarios pujantes y con entidad para ofrecerle densidad
al otro lado, y un tempo de adagio que en ocasiones solicita un allegro
moderato. Postulados clásicos y pulso narrativo contemporáneo, tascas,
callejones sombríos, sórdidos clubes, referencias a los estilemas del género e
innovación en el concepto. Un ritmo fluido beneficiaría esta historia que
introduce mundos ocultos y alternativos en los orígenes de la industrialización.
Shwotime no es nueva en la palestra del Horror Film, ya hace años realizó la
controvertida Masters of Horrors, donde algunos de los mejores cineastas
(Argento, Takasi Miike) aportaban su granito de arena. Reseñar que uno de los
mejores episodios de la serie fue El Fin del Mundo en 35 Milímetros ,
inteligente parábola, dirigida por Carpenter. Estas publicaciones semanales
victorianas están avaladas por la diseñadora Gabriella Pescucci, oscar por La Edad de la Inocencia , arropadas
sonoramente por Abel Korzeniowski (Un Hombre Soltero). Abigarrada galería de
personajes tortuosos del folklore fantástico y literario, giros sorpresivos de
guión, querencia enfermiza por lo gótico, guiños a Jack el Destripador o El
Fantasma de la Ópera, dinamitación de los arquetipos. todo esto ofrecen estos
“horrores del penique” para arrastrar al espectador al lado oscuro y la
insanía. Si los autores elevan el listón en los guiones, mejoran la envoltura del
harén vampírico, y lo dotan de suficiente entidad, nos encontraremos ante una
serie estimable y disfrutable. Bienvenidos
al lado oscuro.
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