In
Memorian de Javier Leoni.
¡Voto
a bríos, tamaño atrevimiento! Nada menos que adaptar para la platea el
conceptismo, la concisión y la elipsis del esquinado autor de la sátira
político-social de la
Hispania profunda y la subversión irreverente. Acomodar el
verbo del más acerado autor del Siglo de Oro, acontecía empresa harto penosa. El uso “quevedesco”
de la anfibología (palabras con doble sentido) y la esticomitia (transformar
cada verso en sentencia de sentido completo) o la utilización de paradojas, laconismos y asociaciones ingeniosas, dificultaban su adaptación al pueblo llano, dada la
densidad del verbo. El cartel es toda una declaración de intenciones. Un remedo
burrezco del caballero de “El Caballero de la Mano en el Pecho”, con la mano en una cartera
Ministerial, realizado por Santos Ibáñez. Morfeo Teatro, especializado en nuestros clásicos, consigue, hacer emanar
de un académico diablo (nada cojuelo) la formación para unos necios en el arte de
la corrupción, la mentira o el medrar. Titulaciones que, con esa habilidad que
posee la necedad para instruirse en malicias y marrullerías varias, es obtenida
por los dos aprendices con notable provecho. El escenario con reflejos se proyecta hacia
el infinito en el mastodóndico espejo del fondo. La cotidianidad se tiñe de
extrañeza para arropar el carro del demonio/nigromante. Unas sillas completan
el espartano decorado. Morfeo Teatro desarrolla esta afilada sátira desde el
engañoso envoltorio del humor.
Un humor negrísimo y cortante. Con el cuchillo
de la palabra como arma que destila toda la mala baba del autor castellano. La
adaptación de la compañía es inteligente (con el peligro que esto conlleva),
arriesgada para el espectador medio. Golosa para el entusiasta fogueado en salas de butacas, que disfrutará del lenguaje
florido y el mensaje políticamente incorrecto, pero habitado de verdad y
certeza. Obra arriesgada para plazas provincianas con escasos “connaisseurs”,
pero ideal para festivales asentados que atraen aficionados versados y foráneos,
que perciben lo que van a degustar, y saben apreciarlo en su justa medida. El
eclecticismo de la obra comienza por la música elegida en su inicio. La
impresionante “Sarabande” de Haendel, que ya utilizara Stanley Kubrich para
Barry Lyndon, y sirve de introducción certera, para las miserias y
devenires del siglo en que transcurren las vivencias de los aprendices de
necios. Esta pieza se utilizará posteriormente en una adaptación, llegando a
arroparse con la banda sonora de “Love Story” en otro momento, o la despedida
“achirigotada” y gamberra que versiona el “Poderoso Caballero es Don Dinero”,
hasta culminar con el "Te Deum" de Carpentier. Texto difícil para el espectador poco fogueado
en estos menesteres. Si Quevedo es de difícil digestión en texto escrito, por
la profundidad hiriente de sus crudas reflexiones y el nivel literario del concepto, enfrentarse a su desarrollo verbalmente, sin tiempo para la reflexión o
la captación de matices, es tarea ardua y osada. Pero Morfeo Teatro desarrolla
con elegancia y aparente sencillez el retruécano quevedesco, adaptando la
palabra en un juego escénico dinámico y eficiente.
Las interpretaciones son
fruto de un amplio estudio, la proyección es eficiente, la comprensión, cercana,
el nivel literario, supremo. La estructura es dinámica, convirtiendo cada
visita de los protagonistas al armario/buhonero para transformarse, en una nueva subtrama donde los
comediantes cambian el registro, las voces y la tesitura. Casi como si un Paso
o Entremés del siglo referente se tratara. El humor es afilado como un
estilete. Si acaso una profunda sensación de tristeza invade al espectador al
percibir como las miserias humanas, las nefandas políticas, las nauseabundas
prebendas, son de total actualidad. Nadie diría que el texto está escrito hace
varios siglos, dada su actualidad candente. No hemos avanzado mucho desde entonces.
En el epílogo, un enorme lienzo pintado que recrea las pinturas negras de
Goya (La Pradera de San Isidro, pletórica de mendicantes) nos muestra el espejo
de nuestra sociedad que si ha evolucionado en corrupción y desatino, ha sido
para su desafortunado perfeccionamiento.
No nos dejemos engañar por el envoltorio. La herida
infligida al carácter hispano no es leve. Esa conciencia popular que ensalza al
pícaro que triunfa y envidia sus cuitas, es tan culpable como el propio
corrupto. El disfraz de la comedia oculta acidez y desengaño. De ahí, el enorme
merito de transmutar en carcajada (triste, eso sí) la negrura de la realidad y
en jocosidad (sentida, eso también) la corruptela y el abuso de poder.
Francisco Negro dirige con sapiencia los 90 minutos del montaje, haciéndolos
leves y certeros.
El díscolo nigromante/diablo interpretado con elegante
eficiencia por Mayte Bona, nos conduce a las cloacas de la humanidad de la mano
de estos dos bobos/listos (si se me permite el juego de palabras). Bobos en la
rectitud, pero avispados para la molicie y el provechoso tejemaneje. A los
espectadores se le rememoran, en la cercanía, nombres y apellidos ajenos al
Siglo de Oro. El registro de clow, sin excesos ni desmesuras, permite a Felipe
Santiago, de naturalidad pasmosa y Felipe Negro, llevar adelante (a nivel
físico y vocal) estos dos pícaros, nombrados Magistrados en sus indignos
menesteres. El registro de Mayte Bona le consiente cambiar el personaje
fluidamente en los diversos cuadros. Eficiente y
agradecido el lenguaje corporal, en esta critica ácida de la satrapía hispana (de antaño y de
hogaño). Obra para los cinco sentidos, pero especialmente para el oído,
acariciado por el verbo certero (y profundo), por la reflexión lúcida (y
afilada), por la belleza aúrea de la palabra quevedesca y la adaptación
(respetuosa y semiótica) de Morfeo Teatro. Quevedo terminó en la cárcel por uno
versitos erróneamente dirigidos. Si contemplara nuestra actualidad, donde es difícil
enviar al mismo lugar a defraudadores y corruptos, retornaría a su celda con
amargura. Valiente empresa, como tantos aventureros que aún llevan por nuestros teatros
obras de esta época y mantienen viva la literatura más excelsa, frente a otras
opciones más comerciales y agradecidas en lo económico.
Estas sátiras y
discursos de Quevedo parecen escritos ayer y publicados en el B.O.E. El pollino
diabólico que tienta a los amorfos (Su Burreidad), podría transmutarse en
cualquiera de los rostros que nos asedian y mortifican desde los medios de
comunicación. Reírse de las penas, siempre ha sido una inteligente manera de
aproximarse a las miserias y desventuras. El ritmo impreso por la compañía
consigue que las cáusticas cargas de profundidad y las espoletas retardadas
soltadas por el autor, se transformen en sonrisa y catarsis colectiva. El
desfile de esta cofradía de pillos, avaros, mezquindades y truhanes, esta
habitado de contemporaneidad. La
Corte de los Milagros podría trasladarse a nuestros
habituales foros y villas. Frente a estos advenedizos y rufianes “No Queda Sino
Batirnos”, que diría el Quevedo nacido de la pluma de Perez-Reverte. Vestuario
acertado y notable, diseñado por la propia actriz. Utilización de la máscara
como en la más purista "Comedia del Arte". Una empresa modélica y osada, ácida y
corrosiva, pero tremendamente divertida. Comedia negra de una España aún más
negra, llevada a puerto con coraje y osadía. Un estudio sobre la mediocridad
solventado con profesionalidad y amor a las tablas ¡Voto a bríos, noble
empresa!
P.D : Los acerados látigos del verbo y la literatura sardónica que Don
Francisco de Quevedo y Villegas utiliza en estos menesteres mundanos, no deben
hacernos olvidar sus otras facetas. La creación del más hermoso verbo de Amor
que la Lengua
Castellana viese…
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
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