Comencé
a leer “Seis Mil Lunas” sin acceder previamente a la biografía del autor. El
resultado fue que al cabo de tres cuentos, llamó mi atención el dominio del
habla salvadoreña, la fluidez en las construcciones, la naturalidad en la
estructura, hasta el punto de que me quede asombrado cuando leí que se trataba
de un madrileño que había trabajado como cooperante (Colomoncagua, Mesa Grande, Morazá, etc), que actualmente, se encuentra afincado en
la Baja Extremadura, dedicado a la enseñanza. Quien haya tratado de
pergeñar una historia corta, utilizando cualquiera de las características
léxicas de los países hispanoamericanos, se ha topado con la dificultad de
estructurar las frases de modo natural. No se trata de colocar palabras al
libre albedrío o de sustituir las utilizadas en el castellano de acá con las
del castellano de allá, como un sanitario colocando apósitos. La realidad es
mucho más compleja.
Julio Alejandre consigue esa fluidez narrativa
que nace del uso continuo e instintivo de los términos y frases. Doble
dificultad, ya que mixtura el trance del relato corto; exigente y certero; con
el uso de terminologías que nos son ajenas o no son nativas. Estas “Seis Mil Lunas” son los años contados
desde el ¿afortunado? descubrimiento de América. Desde que el choque abismal
entre dos mundos cambió el curso de la historia.
Julio
Alejandre presenta en estos catorce relatos (merecidamente premiados) un
abanico de personajes palpitantes, de esos que se aferran a la garganta y
siguen hablando desde ti una vez concluido el texto. Como ese marido que
reencuentra a su esposa en “El Vía Crucis”,
un relato casi de realismo mágico. Una reflexión sobre la memoria de los que se
van <<Si no siembro las piedras
bajo el conacaste, ¿Qué quedará de los que se fueron? ¿Quién guardará su
memoria?>>. Un ejercicio de estilo con la sobra de Juan Rulfo
revoloteando por esas hermosas frases cortas. Por esa filosofía cotidiana y
certera <<Enfilo la vereda, pero me
doy cuenta de que no soy yo quien hace la vereda, sino ella la que me hace a
mí, la que me ha estado haciendo desde siempre>>
Julio
Alejandre maneja la poética de la brevedad en la frase. De la contundencia en
el verbo, casi desnudo. Sin adornos innecesarios pero plena de expresividad y
de intensidad. Cada palabra expresa lo que hay que expresar, cada vocablo dice
lo que tiene que decir. La riqueza de este castellano de allende los mares es
apabullante, así como su expresividad y musicalidad. “Incidente en Rancho Quemado” narra un hecho terrible en su
cotidianeidad. Y lo hace con esa resignación de los que están acostumbrados al
sufrimiento, los que llevan el dolor como una parte de su respiración. Una
historia que narra como un padre borracho dispara accidentalmente en una
reunión matando a su hijo. El epílogo es de una economía de medios admirable,
lo que no le hace perder capacidad de conmover y remover conciencias.
Viera cómo se le estremecían las carnes
a la mujer y le fallaba la voz cuando dijo que había sido el padre del chamaco
quien disparó.
-El mero tata, vos.
“La Autopsia de Gerundina Guevara” nos
narra una sórdida historia que denuncia los malos tratos y la violencia sobre
la mujer con un lenguaje gustoso, basada en la creación de un personaje de esos
que se te adhieren a la piel y consiguen que no desees el final del relato.
Todas
estas historias se desarrollan en una mismo universo, dónde la guerra, la
miseria, el sufrimiento de los más débiles están tatuados en el alma de los
protagonistas, incluso cuando disfrutamos de una narración humorística y
chispeante como “El Charlatan”; donde
un vendedor ambulante sube a un autobús cargado de mercancías milagrosas para
levantar la sonrisa del lector.
“Tres días de Marzo” es un relato
terrible, basado en un hecho real, que clama sobre la impotencia de quienes
están a merced de las guerras, el éxodo, el miedo, contados a modo de diario,
como crónica de una muerte anunciada...
En
“Al Final del Callejón” la narración
mantiene un constante suspense sobre el probable secuestro de una niña, narrada
por las voces de las dos protagonistas (secuestradora y madre) que mantienen
sus perspectivas respecto al mismo acto, de terribles consecuencias.
“La Tela de Araña”. Un cuento hitcochckiano donde el hecho de adivinar lo que va a suceder no le resta un
ápice de interés al suspense. Unas niñas proyectan aprovechar el día para ir a
bañarse a la Poza Verde. Las circunstancias irán tejiendo una tela de araña
inexorable y cruel, contra la que no se puede luchar.
Cuando
el lector termina cada uno de los relatos que componen “Seis Mil Lunas”, amén de la sensación de haber disfrutado de una
narrativa intensa y certera, no puede estar en desacuerdo con los premios
obtenidos por éstos. La riqueza léxica, la utilización exacta y minuciosa de
los vocablos salvadoreños (chafarote, enmontañado, papalotear, tufosa, zancudo, etc)
contribuyen a esta arquitectura, que conforma el universo que Julio Alejandre
ha volcado en este libro. Una lectura de amplio disfrute, imprescindible y enriquecedora.
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