Raiva es la adaptación de la obra de Manuel da Fonseca, una de las principales
figuras del neorrealismo portugués, fallecido en 1993. Su vida transcurrió en
el Alentejo, viviendo de cerca las inquietudes del campesinado, siempre
presente en su obra (todo un himno al Alentejo) desde su perspectiva de
militante político. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine. Creador de
frescos ásperos, áridos como la tierra del Baixo Alentejo donde se desarrolla
su obra “Seara do Vento” (1958), no se doblega ante el folclorismo, ni
ante lo social, predominando la psicología de los personajes, despojados de
cualquier rasgo de civilización, para mostrarlos en su estado natural. La pluma
de Fonseca supera en esta novela el naturalismo fotográfico que caracterizó al
movimiento en sus inicios.
Raiva ha sabido destilar la esencia
de la novela de esa tierra “sembrada de viento”, desde esa secuencia de una
mujer enlutada que entra en la misérrima casa quejándose de “Este maldito viento”. La película dibuja el final de los años cincuenta
del salazarismo, el enfrentamiento con los grandes latifundistas, la inmensa
pobreza de quienes tienen que disputarle una presa a un águila y mendigar pan
en la población. El film de Sérgio Tréfaut bebe de diversas
fuentes estilísticas. Algunas de las secuencias son verdaderos tableaux vivants. La excelente
fotografía (Acácio de Almeida), remite a los cielos zuloagianos, con horizontes
estilizados que semejan pinturas y referencias a las nubes bergmanianas de El
Séptimo sello. La composición esta cuidada detalladamente. Desde esa
escena de la muerte de los Sobral, donde las escaleras cumplen la función de
líneas de fuga que dirigen hacia el cadáver, con el cuerpo de la hija rompiendo
la estructura como elemento extraño, hasta el modo de agrupar a las mujeres
junto a la puerta o la chimenea.
La España negra está presente, teniendo en cuenta la cercanía física y social de la época. Cualquier escena posee una estudiada estética: la esposa asomando tras una ventana, el recorrido en los rostros desolados de los vecinos que buscan refugio en la religión durante la misa, el contraluz de los contrabandistas a la orilla del río, los contrapicados del protagonista.
La España negra está presente, teniendo en cuenta la cercanía física y social de la época. Cualquier escena posee una estudiada estética: la esposa asomando tras una ventana, el recorrido en los rostros desolados de los vecinos que buscan refugio en la religión durante la misa, el contraluz de los contrabandistas a la orilla del río, los contrapicados del protagonista.
La acertada elección de un blanco y negro, con ligeros matices de
virado a sepia, los bultos oscuros de las mujeres enlutadas, la escasez de
diálogos (propia de un Graciliano Ramos en “Vidas Secas”), los instantes
habitados de silencios, contribuyen a crear malestar e incomodidad. Ayudan a
sentir de cerca el sufrimiento de quienes nada tienen, la ausencia del niño
discapacitado, el fatum contra el que
nada podrá hacerse, salvo seguir sus pasos. La banda sonora consta de escasos
instantes con canciones alentejanas e himnos anacrónicos (Santa Bárbara) o el Ave
María, que crean una sensación de atemporalidad y malestar. Hugo Bentes (Palma)
ha desarrollado su vida profesional en la música alentejana como cantante y
técnico de sonido y es la revelación de este film con su interpretación
lacónica, serena, que se apoya en un físico peculiar. Un papel para el que se
preparó, incluso físicamente, acudiendo al gimnasio. El director le ofreció el papel, tras haber
sido el rostro del cartel de “Alentejo, Alentejo”, documental que
fue el origen de esta película. La estética y el espíritu del western, en su
vertiente más oscura, se encuentran en la narrativa. El enfrentamiento de Palma
con las autoridades, la ejecución del latifundista, el protagonismo del paisaje,
los poderes fácticos frente a la libertad.
Los poderosos paisajes de Monument Valley son transmutados en las áridas llanuras alentejanas, en ríos amenazantes. En soberbios contraluces. Una estética que recuerda las técnicas de Welles en sus películas de bajo presupuesto. Todo ello teñido de una fotografía irreal, que se convierte en un personaje más de la tragedia. Isabel Ruth es una de las más grandes actrices del cine luso (Vale Abraâo, A Caixa). Su interpretación es serena, sobreponiéndose a esa fatalidad que sobrevuela la planicie estéril, destilando silencios y miradas cargadas de intensidad. Juega Raiva con el retroceso en el tiempo, narrando à rebours, mostrando las cartas desde el principio para destacar la irreversibilidad del destino. Este íncipit no es más que un atípico Macguffin, con el objeto de dirigir al espectador hacia los motivos y orígenes de los asesinatos.
Los poderosos paisajes de Monument Valley son transmutados en las áridas llanuras alentejanas, en ríos amenazantes. En soberbios contraluces. Una estética que recuerda las técnicas de Welles en sus películas de bajo presupuesto. Todo ello teñido de una fotografía irreal, que se convierte en un personaje más de la tragedia. Isabel Ruth es una de las más grandes actrices del cine luso (Vale Abraâo, A Caixa). Su interpretación es serena, sobreponiéndose a esa fatalidad que sobrevuela la planicie estéril, destilando silencios y miradas cargadas de intensidad. Juega Raiva con el retroceso en el tiempo, narrando à rebours, mostrando las cartas desde el principio para destacar la irreversibilidad del destino. Este íncipit no es más que un atípico Macguffin, con el objeto de dirigir al espectador hacia los motivos y orígenes de los asesinatos.
Los personajes se mueven asfixiados, conducidos por un destino de
tragedia helénica. Un fatum imposible de evitar, que transcurre en un paisaje
deudor de la fotografía antropológica de Rafael Sanz Lobato. Un paisaje que
destila poesía insana, envuelta en magistrales claroscuros. Aunque es mayor la
aridez del paisaje humano. El arcaico cinismo vital de Amanda (Isabel Ruth), la
aceptación dolorosa de Julia (Leonor Silveira), el individualismo suicida de
Palma (Hugo Bentes), que lo lleva a la incomprensión de las soluciones sociales
que propone Mariana (excelente Rita Cabaço), la sinuosa personalidad del
sargento (José Pinto) o la pretendida superioridad social de Elías Sobral
(Diogo Dória). La cultura matriarcal está presente en el rol de las mujeres.
Hembras poderosas, sólidas, curtidas en la dureza de los días. Raiva
es un sólido recital de interpretaciones, honesto, envuelto en la rigidez de la
composición simétrica de los planos. Con indudables evocaciones de Béla Tarr (El Caballo de Turín). El tempo, en
apariencia lento, posee un ritmo narrativo interno potente y sin altibajos. La
evocación visual destila un potencial lírico subyugante, no exento de metáforas.
Como la escena del halcón al que disputan la presa o esa tela de araña,
inmediatamente posterior a la detención, simbólica analogía del poder de la
clase dominante. Los ecos remiten al western fordiano de espíritu indomable, pasando
por la viscontiana “La Terra Trema” o pinceladas del Salvatore Giuliano de
Francesco Roci. A pesar de su génesis neorrealista, el director luso se aleja
de los postulados italianos con su puesta en escena con cierta teatralidad y el
sesgo de las interpretaciones (el talento del director para la construcción de
personajes es notable). También se aleja del neorrealismo clásico debido a la
atemporalidad de la película que, aunque ambientada en el desgarrado Alentejo,
posee un carácter de mitología universal, de discurso ecuménico y sublimado por
esa textura de realismo mágico que le otorga el juego de la paleta bicromática. Frente
a la tridimensionalidad de los elementos del escenario, la fisura de Raiva
se encuentra en el monocromatismo de los personajes. En la tesis antropológica
consigue detalles de un amplio calado humano y social (casi documentalista), pero
la elección de un mundo arquetípico donde campa el maniqueísmo, perjudica la
épica del pathos.
Los personajes solicitan más aristas para no convertirse en
unidimensionales. Los mejores pespuntes en esta metáfora, son para los
personajes de Mariana y Clara Sobral (María Villaverde Cabral) que se mueven
entre dos mundos con matices y devienen más poliédricas que los caracteres;
algo acartonados; de otros personajes. La pérdida de humanidad conduce a un
distanciamiento emocional y se pierde empatía por el camino. Raiva es una obra hipnótica, de
notable plástica, que narra; con economía de medios; sentimientos universales.
Una poética sinfonía de gradaciones en grises, blancos y negros. Una soberbia,
seca y precisa narrativa, con la severidad prototeatral del cineasta luso y con
articulaciones bressonianas en el
lenguaje. Los “cuadros”, artificiosos
en la forma, y la búsqueda del verismo crudo, consiguen destilar desde el
artificio del realismo una tragedia primordial y ancestral. Algo más cercano a
la leyenda. Algo que surge de la tierra, de la sangre derramada, del sudor de
generaciones. Raiva, narra el problema
universal del status quo, de los poderes fácticos que quieren seguir siéndolo,
de los menesterosos azotados por el viento y el hambre. Una historia que, hoy
en día, sigue estando tristemente vigente. Un ciclo de revuelta social que se
repite como el mito de Sísifo. Una y otra
vez.
‘Raiva’ fue la gran
triunfadora de los Premios Sophia 2019, que concede la Academia de Cine
Portuguesa. La película se llevó seis Premios Sophia: Mejor Película; Mejor
Actriz (Isabel Ruth); Mejor Actor (Hugo Bentes); Mejor Actor Secundario
(Adriano Luz); Mejor Guion Adaptado (Sergio Tréfaut y Fátima Ribeiro); y Mejor
Fotografía (Acacio de Almeida). A estos se suman otros premios conseguidos en
festivales y certámenes de cine internacionales. La película cuenta con la
colaboración especial del actor español Sergi López.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.