Que
el insigne manco fue un maestro en asaetear la vanidad mundana, la arrogancia
insustancial (hoy denominada postureo), la fatuid sin fundamentos (tan de
actualidad en nuestra clase política), es algo que transmiten a la perfección
los miembros de Morfeo Teatro, una de esas agrupaciones empeñadas (noblemente)
en mantener vivo el verbo áureo y la carga de profundidad social de nuestros
clásicos. Si en la pasada edición del Festival, la compañía nos regaló la
mordacidad certera y la crítica ácida del lenguaje Quevedesco con su excelente
“La Escuela de los Vicios”, para esta edición la propuesta está basada en el
cervantesco universo. El manco de Lepanto utilizó los “Entremeses” para
fustigar con el látigo de un humor clarividente y satírico, las falsedades
exteriores, la miseria cultural o la burda inteligencia de los estamentos
mundanos y espirituales. En “El Retablo de las Maravillas” se juega con la
apariencia, la convención social, el papanatismo de los gobernantes de hombres.
Baste observar los nombres de los fatuos personajes: Castrado, Capacho,
Gomecillos y Repollo, para admirar el proverbial sentido del sarcasmo del autor
manchego respecto a las “gentes de bien nacer”.
Morfeo ha destilado frases de diversas obras de Cervantes, incluso del
Quijote, para trasladar las vivencias y usos de su época. Al fin y al cabo,
siguiendo el “que nada humano me sea ajeno” de Publio Terencio, la humanidad
desemboca en los mismos errores una y otra vez. Por eso los textos adaptados
por Morfeo Teatro son de una
actualidad doliente. Los dos cómicos que muestran a los jactanciosos gobernantes un
retablo lleno de maravillas, que tan sólo pueden ver los que guarden las
condiciones necesarias, nos remiten al “postureo”, la mediocridad y la
banalidad de nuestra clase política, pero domeñado por la palabra mágica del
genio cervantino. Este “retablo” llega habitado de espíritu picassiano,
donde vanguardismo y barroco se dan la mano El ojo “que todo lo ve” del
Guernika , vaciado de personajes, preside la escena. Una suerte de sillas
cubistas y un telón que en algunos instantes, jugando con la iluminación, nos remite al tenebrismo zuloagiano (apoyado
por la iluminación de Jose Antonio Tirado).
El preludio es desarrollado por los
protagonistas, ataviados como personajes de la “época azul” con reminiscencias de
La Comedia del Arte, bajo un telón
abocetado de influencias expresionistas y cierto trazo que remite las viñetas
de Mingote. Los pecados nacionales que ya se entrevieran en “La Escuela de los
Vicios”, crecen y maduran a la sombra de la estulticia y el papanatismo de los
personajes. Adquieren aspecto de esperpento valleinclanesco, remitiendo al
famoso cuento de “El Traje Nuevo del Emperador”, donde todos fingían lo que no
veían para no ser señalados. Morfeo Teatro
introduce al autor de los textos en las tablas como un personaje más,
interpretado por Joan Llaneras (verbo cálido y dicción clásica), componiendo un
personaje certero, pleno de matices. Llaneras ya recibió el premio Ercilla 2002
por interpretar al personaje del “caballero de la triste figura” en “El Viaje
Infinito de Sancho”. Mayte Bona y Paco Negro conducen la sátira con clara
dicción y expresión corporal adecuada a los bufonescos personajes, vestidos de
traviesos arlequines que juegan con la falta de sesera y las ansias de
apariencia de los gobernantes.
El peculiar timbre de Paco Negro y la madurez
escénica de Mayte Bona, dotan de densidad de dos personajes (timadores de
timadores) anclados en la picaresca nacional, pero indultables, ya que aquellos
a los que timan son aún mayores pícaros (y bobos por añadidura). Obra no apta
para todos los públicos, ya que exige profunda atención a la solidez de los
textos, que, aunque aliviados por la vis cómica y el trazo picaresco, no dejan
de albergar en su interior las profundas reflexiones cervantescas.
“Por
la calle del ya voy, se llega a la plaza del nunca”, cita el personaje
interpretado soberbiamente por Joan Llaneras. He aquí la magia cervantesca. Su
hiriente actualidad. Su flagrante contemporaneidad representada en la fisicidad
de los cargos electos. La comicidad de Felipe Santiago (ya hiciera gala de ella
en “La Escuela de los Vicios”, la esperpéntica plebeya con aspiraciones
interpretada por Mamen Godoy o las eficientes perfomances de Adolfo Pastor y
Santiago Nogués (vestidos por Gabriel
Blesa) completan el poker de vanidades mundanas. Coqueteando con trazo negro, el
exceso, la farsa, incluso en instantes con lo escatológico, pero sublimado por
la selección de textos y fragmentos de obras como La Elección de los Alcaldes,
El Coloquio de los Perros, Pedro de Urdemalas, El Quijote o El Juez de los
Divorcios.
El monólogo final del escritor ante la muerte es de los que dejan
huella en el respetable. Cervantes (puesto ya el pie en el estribo) se despide
de la vida transmutado en su personaje. Vislumbrando gigantes en la lejanía con
los que entablar batalla. Un elaborado juego de espejos, donde autor, obra y
personajes se dan la mano. Morfeo Teatro
ha elevado muy alto el listón con esta versión que el manchego escribió, basada
en un cuento oriental. Chanfalla (Felipe Negro) y Chirinos (Mayte Bona)
devienen personajes universales y de rabiosa actualidad. La compañía,
empecinada en conservar y actualizar nuestros tesoros literarios clásicos, acierta
de pleno con este “collage” donde se dan la mano Picasso, Valle Inclán (lo
esperpéntico) y la palabra inmortal de Miguel de Cervantes, aderezados de
manuelfalliana melodía o madrigal renacentista. Esta propuesta barroco-cubista
(vocacionalmente metateatral) de Morfeo
Teatro es recomendable y altamente disfrutable. Largo me lo fiáis, amigo
Sancho, para elevar el listón.
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