EL GRAN CUADERNO
★★★½
EL GRAN CUADERNO▄ Drama histórico, guerra, Hungría,
2013, 109 min.
Dirección: János Szász.
Guion: János Szász, András Szekér; sobre novela de Agota Kristof.
Interpretación: András Gyémánt (Gemelo), László Gyémánt (Gemelo), Piroska Molnár (Abuela/Bruja), Gyöngyvér Bognár (Madre), Ulrich Matthes (Padre), Ulrich Thomsen (Oficial), Diána Kiss (Maid).
Producción: Pál Sándor, Sándor Söth. Cinematografía: Christian Berger. Edición: Szilvia Ruszev. Vestuario: János Breck
El periplo vital de la autora Agota Kristof es una letanía de sueños rotos que culmina en su enclaustramiento en su apartamento en los últimos años. Nos dejó por el camino, el testimonio devastador del ser humano, la sordidez convertida en obra de arte. Sin sentimentalismos. Vivió la revolución húngara aplastada por el totalitarismo comunista, debiendo escapar a Suiza, donde hizo de la crueldad y la devastación un arte literario. Por su obra “El Gran Cuaderno” recibió el Premio Europeo a la Literatura Francesa, pese a que las dos primeras editoriales no quisieron publicarla debido a su dureza expositiva y conceptual. Ella eligió el escepticismo, el minimalismo expositivo, la literatura como válvula de escape, como radicalidad que desmitifica la especia humana, con un lenguaje despojado de adornos superfluos. Su obra autobiográfica “La Analfabeta” compendia once historias de una vida apasionada. En su estilo de frases breves y provocadoras de reflexiones. Un lienzo sobre la soledad, el extrañamiento, la pérdida de raíces. El nazismo comenzó el trabajo, el estalinismo lo rubricó.
Las dos caras de una misma moneda que conformarían el corpus literario de esta autora. Curiosamente el primer director que se enfrentó a este texto fue Thomas Vintenberg. Un productor estadounidense pensó que este seguidor del Dogma, director de Celebration”, era el más apropiado. La experiencia de Kistof con la gran pantalla no había sido demasiado halagüeña. EL director Silvio Soldini cambió el epílogo de la adaptación de su novela “Ayer” (retitulada Brucio nel Vento) para no desanimar a los espectadores. Agota Kistof manifestó que el director “se había cargado” su narración sobre el amor entre extranjeros en una fábrica, con componentes autobiográficos. Como un hachazo directo al músculo cardiaco.
El húngaro János Szász tomo como base seminal una obra de la oscura escritora, para adaptarla con una fotografía notable y un sentimiento de angustia vital latente y sordo al mismo tiempo. La historia de dos niños a los que su padre les pide que anoten en un cuaderno todo lo que vayan viviendo, se convierte en un cuento turbio e insano, donde apenas queda resquicio para la esperanza.
Fábula perturbadora, abrasiva y preñada de desasosiego. El viaje iniciático de los jóvenes hacia la pérdida de inocencia y el nihilismo moral está narrado en modo minimalista, sin grandes excesos, retratando el descenso a los infiernos en la cotidianeidad, quizás con exceso de academicismo, hasta el punto de resultar fría y distante para el espectador que no llega a identificarse con los personajes. Incluso con estos ingredientes; certeramente dañinos y aguzados; que perturban, causan extrañamiento. Se debe matizar que se han obviado las escenas más cruentas y truculentas que justificarían el éxodo hacia la negrura absoluta, hacia el vacío emocional de los hermanos. Poesía del horror, malsana, turbadora, cuyos versos siguen invadiendo al espectador después de su visionado, pese a una realización levemente cobarde respecto a su origen, excesivamente convencional frente al abismo. Es la decimotercera obra del director magiar, cuya obra más conocida es “Diario de una loca”. También ha realizado diversos montajes teatrales (Alice vs Wonderland, Tío Vania). Ya había tocado el tema del Holocausto en el documental “A Holocaust Szemei” para la fundación Shoah y Steven Spielberg, sobre los niños que lo sufrieron. La adaptación de esta trilogía de la escritora húngara (publicada en España por El Aleph bajo el título “Klaus y Lucas”) se resiente de morosidad en el ritmo narrativo, lo que agradará al espectador que desee recrearse en instantes vitales y fotografía, pero alejará a otros espectadores mas centrados en la pirotecnia visual que en el meollo dramático.
Cuento pervertido, en las antípodas de “El Niño con el Pijama de Rayas” o “La Ladrona de Libros”, donde la abuela/bruja y el resto de personajes amenazantes se convierten en aprendices, cuando los protagonistas dejan de ser víctimas, pierden la inocencia y asumen el rol de verdugos para sobrevivir. Hay una apreciable utilización del entorno geográfico y paisajístico para adentrarnos en la dureza de las condiciones vitales: frío, barro, inclemencias y el entorno de la guerra que todo lo pervierte, origen de la catarsis depravada de los protagonistas.
La ausencia de pálpito humano planea sobre todo el metraje. La compasión no existe y las emociones más básicas, dolor frente a la muerte y el daño ajenos están apagadas, ensordecidas. Los protagonistas aceptan los sucesos como un fatum inmisericorde. No hay muestras de cariño, ni lágrimas. La reacción frente a los acontecimientos es de autómatas, carente de empatía, casi sicopática. La delgada línea entre el bien y el mal no existe cuando está en juego la supervivencia. Los niños idean su propio código ético donde las cosas no se hacen por causar daño, se hacen porque sirven a sus fines. Sin emociones. Hay claras referencia al cine del austriaco Haneke (el mismo director de fotografía, excelente Christian Berger) en el modo de desplegar los personajes y la creación de tensión que nos remiten a “La Cinta Blanca”.
El aspecto interpretativo está claramente dominado por la tremenda, seca e impactante interpretación de Laslo Gyemant y Andras Gyemant, que nos introducen en esa tierra de nadie sin aspavientos, sin histrionismos. A golpe de mirada. A destacar el personaje de la abuela descarnada y endurecida por la vida, encarnada por la actriz teatral y cantante húngara Piroska Molnár (Taxidermia, Birdsong, Nobody´s Daughter, Los Pilares de la Tierra). Es de agradecer ese concepto europeo donde el maniqueísmo de los personajes es dejado a un lado, quizás porque la Europa que sufrió estas atrocidades es más consciente de la realidad del ser humano y su devenir. Ya en “El Libro Negro” de Verhoeven ese límite entre la negatividad de los actos humanos de desleía. Es de agradecer la morosidad narrativa que consigue transmitir que el sendero hacia la insanía, no tiene que estar plagado de pirotécnica, de clichés, de lugares comunes. Basta recordar los personajes “cartoon” o caricaturescos de “Malditos Bastardos”, cuyo parecido con la realidad histórica era pura coincidencia.
Devastadora en su exégesis, la película nos muestra el retorno del ser humano a lo primitivo, obligado por las circunstancias. Los niños van paulatinamente pervirtiendo sus sentimientos, haciéndose diestros en vesania, endureciéndose porque el entorno lo es aún más. En un momento el oficial de las SS que ocupa la granja de al lado, les dice que les admira por lo que están consiguiendo: Avanzar a grandes pasos hacia la inhumanidad. Hacia una sensibilidad espartana. Los dibujos que los gemelos (carne de psicoanalista) realizan en el cuaderno, van aumentando en crudeza y oscuridad. El paso final de dos almas unidas por una naturaleza simbiótica, que no podían vivir una separada de la otra, certifica que han alcanzado el cenit de su insensibilidad. Terrible la escena en que utilizan a su padre para ir abriendo camino entre las minas.
El estilo casi documentalista, de un naturalismo extremo, aporta una sensación de extrañamiento, de ajeneidad ante unos personajes con los que es difícil identificarse. La chica apodada “labiopartido”, es una ladrona embustera, Diana Kiss, (El Diario de Noa o la inquietante Dulce Hijo) una vecina de tendencias pedófilas, el oficial SS con ramalazos del personaje de Von Stromheim en “La Gran Ilusión” (collarín ortopédico), está magistralmente encarnado, a base de sobriedad interpretativa, por Ulrich Matthes (Soñadores, El Hundimiento, El Diario de Noa). Aquellos que han encontrado el film como un sendero terrible, desolador e indigerible, tan sólo deben conocer que la historia original es mucho más retorcida y tenebrosa. El Gran Cuaderno, La Prueba y La Tercera Mentira, conforman una trilogía de lo espeluznante. Aunque ambientada en la Hungría de finales de la guerra, esta parábola pervertida podría ser situada en cualquier otro conflicto bélico. El epílogo sería el mismo. Darnos cuenta de que a la hora de la supervivencia, lo único que nos separa de los otros animales es que tenemos consciencia de nuestra propia existencia. Y también de nuestra muerte. No nos gusta matar, pero es necesario
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