Título originalThe Immigran
Año 2013
Duración
117 min.
País
Estados Unidos
Director
James Gray
Guión
James Gray, Ric Menello
Música
Chris Spelman
Fotografía
Darius Khondji
Reparto
Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone,Dylan Hartigan, Dagmara Dominczyk
Año 2013
Nos hallamos, sin dudas, ante una
de las películas del año. Con la presencia de un Joaquin Phoenix en estado de
gloria, y una Marion Cotillard que se sale de la pantalla. Personalísima propuesta,
que bebe de fuentes iconográficas como El Padrino II, Erase una vez en
América,
o los claroscuros de Caravaggio (obsérvese la secuencia en los baños).
Argumento que se impregna del mejor “mélo”,
vía Douglas Sirk o Jonh M. Stall. Personajes torturados, condenados, con
retazos de Elia Kazan o Nicholas Ray. Modificados los códigos del lenguaje
clásico, el espíritu y la pasión del melodrama prevalece, o se adapta a la
moderna narrativa, pero sus personajes, su sensibilidad, su fuerza primordial
(Cukor, Leo McCarey) permanecen, impregnando películas como este soberbio Sueño
de Ellis, donde Ewa recrea todas las heroínas que nos han hecho sufrir
en la pantalla. Esta emigrante polaca que busca el American Dream, tan sólo para encontrar sus angostas cloacas, es
una mujer fuerte. Como antaño lo eran Stanwick, Paulette Goddard o Louise
Brook. La Ewa ;
recreada magistralmente por Cotillard; arriba en un portal hacia los infiernos,
y queda a merced de los buitres. Porque la felicidad cuesta (y aquí es donde
vais a empezar a pagar) que sentenciaría la profesora de Fama. Viviendo una encrucijada
existencial, con encontronazos entre creencia, realidad y supervivencia. Ewa
sacrifica su propio yo, para ayudar a su hermana enferma. Así cae en las garras
del proxeneta Bruno (Phoenix); con ramalazo psicópata explosivo; que termina
enamorado de ella.
En realidad Bruno no es Mefistófeles, es un pobre diablo que
sobrevive en el submundo, con un burdel camuflado de cabaret. La lucha de Ewa
por mantener su integridad, mientras traiciona sus creencias en estos espacios
cerrados opresivos (notable fotografía, de vocación tenebrista de Darius Khondji),
la introducen en una pesadilla de claroscuros y opresión, casi tan limitados
como la propia isla de Ellis. El celuloide navega en un microcosmos alejado de
esa Estatua de la Libertad
con que se abre el film. Pasillos casi expresionistas. Un mundo paralelo, donde
Dickens y Dostoievski son los amos. Candiles y niebla será todo el sueño
espectral, al que tendrá acceso esta Ewa, que buscaba su jardín del Edén. No
desea James Gray una grandilocuencia escénica para este su primer personaje
femenino. Una set piece al estilo de
Coppola o Cimino, el objetivo del director encuentra su esplendor en el
interior de los personajes, en la angustiosa cotidianeidad, en los naufragios
que amenazan el devenir de los personajes, que a la larga son marionetas que
tratan de levantarse por si mismas. No es nuevo en este director el entorno
opresivo (La otra cara del Crimen, Two Lovers) o las
madrigueras delincuenciales (La Noche es Nuestra). El director aprisiona los
personajes en entornos vacíos, sórdidos, espacios decadentes donde lo principal
es la vivencia del personaje. Las habitaciones y escenarios semejan cárceles
emocionales y vacías, paisajes mentales donde ubicar la desesperación. Los
personajes son ambiguos, mutantes, espectrales. La tragedia planea sobre un
final que adivinamos no va a ser complaciente. La consumación de este ritual de
pasiones, nos deja con un muerto, una condena por asesinato y un imprevisible
futuro cuidando una hermana enferma, Nada de happy end. El lado oscuro del
sueño. El peso del film se sostiene sobre la arquitectura interpretativa de
tres grandes interpretes. Cotillard, una actriz todoterreno, que compone infinidad de matices para esta Ewa de
aparente languidez, siempre creciente (Big Fish, La Víe en Rose).
Muchas
especulaciones se han hecho sobre quien habría sido mejor actor, Joaquin o el
malogrado River. El primogénito de los Phoenix era un actorazo (Mi Idaho Privado) y Joaquin (The Master,
Her), es capaz de atreverse con desafios como I ´m Still Here, el falso documental
de Casey Affleck, o regalarnos un megalómano y complejo emperador Cómodo en Gladiator. En cuanto a Jeremy Renner, rescatado de sus héroes de
acción (Bourne, Ojo de Halcón), desarrolla un personaje rico en matices, sobrio,
contenido, cuyo enfrentamiento con Bruno da lugar a escenas memorables. La
historia adolece ¿o tiene la virtud? de un tempo
lento, pausado, recreándose en los planos de Cotillard o Phoenix para transmitir
su evolución interior, y un diseño espléndido de los paisajes parduzcos del
Lower East Side. También se agradece la contención, casi irritante para algunos
espectadores, y la sobriedad al adentrarse en terrenos escabrosos, favoreciendo
el factor humano sobre el efectismo. Arriesgada y valiente elección: Centrarse
sobre la tragedia humana. El Sueño de Ellis (adulterado título para The Immigrant)
es la historia de una heroína wagneriana, con referencias a todos los iconos
del cine mudo. Una Lilliam Ghish con reminiscencias de Las Dos Huerfanitas. Oscura,
excesiva y deudora del cine de antaño, del que toma modos y maneras, consciente
y voluntariamente.
Nacida de la petición que su esposa hizo al director,
durante la contemplación de una ópera, para escribir un guión con personajes
femeninos como los que protagonizaban Greer Garson (La Señora Miniver ),
Barbara Stanwyck (Bola de Fuego, Amarga Victoria) o la inmensa Bette Davis (Eva
al Desnudo) y escrita directamente para Phoenix (actor fetiche); aficionado a
personajes excesivos; y para la oscarizada Cotillard (Edith Piat). El diseño de
producción de Happy Massee, es una lograda ambientación que palpita como un
personaje más en este melodrama de corte clásico y vocación universal. La
cámara mima el rostro de una actriz, (casi virado en sepia) que consigue aparecer
hermosa, incluso cuando intenta estar desaliñada, y recuerda a los primeros planos
de la Falconetti ,
en La Pasión de
Juana de Arco (Dreyer. 1928). Destacar la presencia impactante de
Dagmara Dominczyk (La venganza del conde de Montecristo). La banda sonora, esplendida
de Chris Spelman, impregna la narración de dramatismo.
Otro de los aciertos es la huida
del maniqueísmo, la evitación de militancia en una manida reivindicación social
o política, y concentrarse en la odisea y el paisaje humano, siempre zozobrando,
siempre saliendo a flote. Aunque; no nos engañemos; esta es otra de las bombas
sin espoleta del director de Two Lovers, aunque en su epílogo
chaplinesco, nos introduzca en el sendero de la redención. No hay autocomplacencia
en esta obra, ponzoñosa como un Dickens pervertido, deambulando sin rumbo por
ese Nueva York dantesco, opresivo, tan diametralmente alejado del pretendido
“sueño”. Voluntariamente morosa. Exquisito manjar, destinado a gourmets cinéfilos, horneado para
degustar sin prisas, hasta su operístico final. Armado de la perfección icónica,
de diva del cine silente, que destila Cotillard. El Sueño de
Ellis es un ensayo sobre el melodrama; un cuento de hadas enfermizo, ardiente
y apasionado; con una interprete capaz de expresar todas las mañanas del mundo,
en una sola y apasionada lágrima. Y demuestra que Cotillard, junto a Meryl
Streep, se mueve con enorme soltura en el terreno de los acentos. Parafraseando
al profesor John Keating en El Club de lo Poetas Muertos: ¡Cotillard. Oh, mi Cotillard...!
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