La joven Thérese contrae
matrimonio de conveniencia con Bernard Desqueyroux, integrándose en un mundo
burgués anodino y opresivo donde la familia y las apariencias cuentan más que
los sentimientos y la sinceridad. Basada en el libro del Nobel François Mauriac,
Théresé
D. es una naturaleza muerta, un bodegón estático, donde se nos muestra
el comportamiento humano, sin indagar en motivos sicológicos, ni razones. Pura
observación de lo cotidiano. Y en parte esto es lo que chirría durante parte
del film, ya que la protagonista acepta voluntaria (y festivamente) el
compromiso, para con el tiempo (hastiada y deprimida) intentar envenenar a su
marido aumentando las dosis de medicación. El peso de la película recae sobre
la gran interpretación de Autrey Tatou y el correctísimo Claude Miller. Pero no
deja de sobrevolar la sombra de una pregunta que no encuentra respuesta definitiva
¿Cuáles son los motivos que llevan a Thérèse a realizar esta acción y el porqué
del distanciamiento de su hija? De ahí la falta de empatía con la esforzada
Autrey Tatou, cuya opacidad y turbiedad no termina de vincularla al espectador,
aunque quizás esa sea la intención del director, hacer que naufraguemos en ese
existencialismo desconocido en que habita. Hay instantes en que la duda sobre
su salud mental planea sobre la pantalla. En las secuencias desarrolladas en la
casa de campo, la percepción es la de una depresión profunda, pero nada de esto
nos explica la conducta alienada de la protagonista.
El exceso de corrección y
la falta de despliegue dramático y emociones contenidas, hacen mella en una
protagonista con la que resulta difícil empatizar. Añadamos a esto que la
versión realizada por Georges Franjou; titulada Relato Íntimo (1962); mostraba
una realidad mas ofuscada, surrealista y misteriosa. Obra estilizada y con
trasfondo de sexualidad reprimida, frente a esta adaptación con vocación de
“qualité”. Una envoltura clásica, esteticista para un caramelo envenenado, para
un grito soterrado que no termina de salir de la garganta, un espíritu que no
llega a encajar en ninguna parte, habitando un territorio neutro de crispación e
insatisfacción vital. La escisión de identidad es progresiva, frente al
asentamiento burgués, frente a la aceptación de los deberes sociales y
familiares. Recluida en un caserón como una frontera entre dos mundos, termina
descendiendo a los abismos.
La cámara recrea el costumbrismo local, los
interiores opresivos y paisajes con elegancia y pausado ritmo. Pese a la
riqueza de matices de una madura Audrey Tatou, el nexo empático se rompe al no
poder discernir si es una psicópata desalmada o una víctima. Un desalmado autómata;
con trastornos producidos por la situación elegida por ella; (como confiesa en
el epílogo a su, todavía enamorado, marido) o una enferma profunda de anhedonia.,
con los sentimientos anestesiados. Ni siquiera destila un mensaje reivindicativo, martillo de herejes
contra un sistema burgués o alienante. La ajeneidad del espectador frente a la
obra original de Mauriac; permiten aventurar alguna carencia en el guión; y no
facilita establecer vínculos afectivos con el personaje. Notable interpretación
de Gilles Lelouche, como el marido condicionado y moldeado por su entorno, y
del resto del elenco, que cumple con sus roles de cuadro social de la época,
sirviendo de fondo a la tragedia que se desarrolla pausadamente. A tempo lento. Georges Miller ha militado
a caballo entre la “Nouvelle Vague” (ayudante de dirección de Godard, Bresson…y
asistente para Truffaut) y su personal estilo, síntesis del cine anterior a
estos autores.
Cine de querencia y militancia femenina (Arresto Preventivo, La Pequeña Ladrona) Aquí
nos presenta un relato de corte clásico (que tampoco es alegato feminista) en
lo formal, tan solo conservador en el barniz superficial. Encarcelada, axfsiada
entre los convencionalismos sociales y sicológicos, Théresé no es una antiheroína
buscando su libertad, al estilo del Frank de Fuga de Alcatraz o el Dufresene de
Cadena Perpetua. Ella sobrevuela como un ángel negro, ella elige un camino
ponzoñoso, negativo, turbio que no queda aclarado en ningún momento, ni
siquiera en el abrupto y desasosegador epílogo, que nos deja sumergidos en el
nihilismo indolente de la hierática protagonista, antaño musa del cine romántico-naif. Se añora un toque de locura, un desgarro profundo, una
explosión emocional frente a la postal convencional, alguna pasión desaforada,
esa incursión a los infiernos personales de la que se nos priva. Lo que más
irrita es la corrección formal de todo el conjunto. Los sentimientos
adormecidos por algún derivado opiáceo, mientras el cataclismo se oculta bajo
la superficie. O quizás, en este turbador canto de cisne del director galo, se
trataba precisamente de eso…
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