Para escribir Insolación Emilia Pardo Bazán se aleja
del naturalismo y del triunvirato que se había formado literariamente en torno
a este estilo; con Leopoldo Alas y Benito Perez Galdós; para adentrarse en la
psicología de los personajes. Novela de un feminismo cabal y militante donde se
da un repaso contundente a la doble moral y la situación constreñida de la
mujer en la sociedad. Asís Taboada es un pija marquesa decimonónica, delicada viuda de
conducta irreprochable, piadosa y acomodada. Un ejemplar de raza, de aquella
España de cerrado y sacristía que versificaba Machado. Pero Asís desconoce las
características físicas que acompañan a la pasión amorosa. Su encuentro con
Diego; un resabaiao gaditano de armas
tomar; la hará replantearse todos sus afectos (y deseos más profundos) para
enfrentarse a la moral imperante en busca de la felicidad. La obra comienza in res media, cuando la protagonista
sufre una fuerte jaqueca debido a la insolación, producto de su excursión con
el calavera Diego a la romería de San Fermín. Una puesta en escena austera,
escueta e imaginativa, con un decorado que se transforma y se utiliza para
enlazar las diversas escenas o llega a convertirse en lámina daliniana en la última parte.
Los
personajes de Jose Manuel Poga (con referencias de Magritte) y Pepa Rus,
permanecen en fotográfica quietud (hermoso recurso visual) mientras se
desarrolla la escena culminante entre la reprimida Asís (El Norte) y el
seductor Diego (El Sur). Un final abierto, inconcluso, acorde con el
espíritu de la obra no nos revela el resultado final, o el futuro del
enfrentamiento de la protagonista con la convención social y la moral
imperante. La obra fue clasificada por Clarín con una carga sexista que la
situó “entre la obra pornográfica y la artística”, clara demostración de que; incluso
un anticlerical confeso; estaba influenciado por la asfixiante moral imperante
en la época. No era nada nuevo. Eça de Queiroz también sufrió furibundos
ataques por su libro O Primo Basilio.
En el caso de Insolación,
la gravedad era mayor, por que se trataba de ¡una mujer! La introducción de la
obra (el coloquio en casa de la marquesa) es un hachazo frontal a un país
carpetovetónico. Es la disección entomológica de una España negra y profunda,
llena de tópicos, huidiza de esa luz que domina el escenario en forma de globo
solar, llena de tertulias aparentemente ilustradas, de salones de té, donde la
apariencia y las buenas maneras ocultan un mundo soterrado de pasiones,
hipocresía y deseos frustrados. Texto casi autobiográfico, la pasión de la
aristócrata y el disoluto andaluz levantó ríos de indignación, en una sociedad
pacata y manipulada moralmente. No en vano además del componente de liberación
femenino, se atisbaba un guiño para acabar con las separaciones de clase en
aquella España del diecinueve.
El multipremiado Pedro Villorra ha efectuado un
difícil traslado desde la subjetividad del texto decimonónico en primera
persona, y lo ha dotado de una estructura dramática dinámica y vanguardista. No
es la primera vez que Maria Adánez pisa las tablas de este teatro. Ya lo hizo
con aquella excelente versión de El Principe y la Corista (Terence
Rattigan) arropada de Emilio Gutierrez Caba, y con eficaz adaptación de Molina
Foix. En aquella ocasión, Maria Adánez componía una corista Elsi Marina dulce, casquivana (indudablemente
hermosa), pero fuerte. Capaz de depositar sobre el espectador la nostalgia de aquello
que pudo ser, en la escena final. Su composición en esta obra fue merecidamente
premiada. Maria Adánez es de esas actrices capaz de combinar en sus personajes
una feminidad a flor de piel con un carácter enérgico. La dulzura, con una
contundente personalidad. Su trayectoria teatral, enriquecida con obras como La Señorita Julia , Las
Brujas de Salem o La
Tienda de la Esquina ,
es un referente de calidad para el espectador curtido. En esta ocasión la
marquesa interpretada, es fuerte y señera como aquella, pero debe enfrentarse a
las dificultades de una época para encontrarse a sí misma. El elenco, a quien
el espectador reconocerá por su vertiente televisiva, que no les permite la
versatilidad del escenario, las inflexiones, los matices y; sobre todo; la
faceta de improvisación, es conocido por su participación en diversas series
televisivas. Ésta coherente; y cómplice; estructura de interpretes es la que
sostiene el aparato dramático. Un cuadro de excelentes actores capaces de
componer personajes palpitantes y cercanos. Chema León (Hospital Central, Amar en Tiempos
Revueltos) compone un visceral Don Juan. Un carismático “pisha” (de Caí, vamos), bordando un
personaje vividor con gracejo, pero con hondas pasiones. Jose Manuel Poga (Grupo
7. La Que se
Avecina) es el vértice de este triángulo amoroso, derrochando buen
hacer en un ingrato papel con doble moral: individuo que resulta ser peor que aquello que crítica. A Pepa Rus (Aída) la disfrutamos por partida
triple, desempeñando los roles de la progresista Duquesa de Sahagún, una
ventera vital y dicharachera, o como la tierna criada Ángela. En todas derrocha ese
“savoir faire” y comicidad, esa vis cómica;
intuitiva y espontánea; que atrapa al espectador. Texto reivindicativo y
progresista, llevado a las tablas de la mano de Luis Luque (de quien ya
disfrutamos Diario de un Loco) que regala un espectáculo ameno, pero militante.
Entretenido, pero docto. Gracioso, pero no exento de recámara y mala leche. Destacar
la escenografia de Monica Borromello, que con ese sol asfixiante, consigue
transmitir la simbólica claustrofobia de los interiores (condicionamientos
sociales), frente a la luz exquisita y el viento exterior, que comienza a
vislumbrar Asís Taboada, conducida firmemente por María Adánez con riqueza de
matices y recursos. Un canto a la independencia y al libre albedrío del ser
humano, independientemente del sexo o la condición social. La luminosa música
de Luis Miguel Cobo, combina un precioso vals como “leiv motiv” con pinceladas
costumbristas, siendo colofón adecuado para una obra compacta, redonda, certera
y agridulce, como el cuarteto protagonista. ¡Chapeau!
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